Sociopolítica

El secuestro, el aprendizaje y el regreso

… la abeja vibra y orgasma,
pero las rosas habrán muerto en el ocaso:
Yván Silén (poeta puertorriqueño)

Fuente imagen http://www.rameyafb.org/

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La Abejita me dijo: «El que quiera Templo tenga útero y aprenda a defenderlo; el templo es la vagina buenamente templada del carácter. Aprenda bien los ritos que lo adoran, la soga que se ata al pie y a las mandíbulas, el pan que come, el vino que consagra».

Ella que fue hormiga, casi ignorada en el reino de la Vida, hoy es dueña del Eje de Mundo. Tiene árboles que signifcan el hombre / la mujer con los pies en un fondo secreto, nutrición de raíces, la fe de la abundancia, corrientes ocultas de Arquetipo, alquimias de ser, en las kratofanías, clave de ser en lo Sagrado y por eso me dice cuando charla como ardilla y juega sacando piojos a mi cabeza soñadora: lo que ha de designarse Ser Madre Tierra es Tu Acompañante Subterránea, la que sólo, en apariencia, te abandona, la que, si ausente, en exilio, sigue dando un cobijo en lo secreto para que llenes tu vasija vacía. La que hará tu corazón una tierra encantada, la que orienta sobre estímulos a tu ontogénesis cuando vengan a atraparte a encerrarte, carapachos de intriga, bestias de mucho caracol con mierda adentro.

Cuida esta unidad, hijito mío. Tén útero, tén templo y no que dejes que nadie te cambie el paradigma, porque de esa manera es que ultraja la cultura y nos nace el Estado / paranoico. [08-12-1976 / Carlos López Dzur: Las zonas del carácter]

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Entiendo que mi padre fue racionalizador, por no decir, mentiroso. Dijo que Sara secuestró su hijo, el deseado del segundo intento. No habló sobre ella como de una esposa, sino como una sierva que quiso en La Bodega para cuando llegara jarioso. «Ella se fue y, sin mi consentimiento, se alejó a no sé dónde». Como una Agar que se va al desierto. Sin embargo, aunque el Capitán Azeezal le dijo: «Tu esposa está en Ramey, compadre. No te angusties». Y, antes Doña Malká, su madre, se lo informó. «No te anguesties. Mi bendición fue con ella. Yo le dí permiso». En esos días, ciertamente, no dijo: «Me abandonó mi esposo». No lo dijo, por orgullo y por racionalizaciones. Agar se fue, secuestradora, y se llevó mi hijo: ésto fue lo que implicara su conducta, pese a estar advertido que llevó consigo dinero que le dí. Podrá cuidar al niño y alquilar una casa para ambos darse las debidas protecciones, techo y alimento, alguna ropa. «No van
al desamparo, hijo mío», lo convencía Malká. Se fueron por hallarse un espacio, «sin esta soledad y el miedo a La Habana cada vez más violenta, máxime cuando Abram se puso por objeto de represalias políticas. Se dio por tarea recomendar purgas políticas en la dictadura de Batista y sus predecesores. El llegó a insinuar, comido por celos, que el capitán de calderas, pudiera aprovecharse de Sara. Y Malká le dijo: «Pues que poco conoces a la que llamaste tu dulce camarada, la abeja».

Y para defenderla acudió a su sabiduría, en parte, el lenguaje alegórico que aprendiera de Benavito. «Ella es como las vírgenes de ayer: No tengas miedo».

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Ellas no son lánguidas, mosquitas muertas. Son duras como las nueces y las avellanas aunque tengan la rosadez de un salmón, rayos de transparencias de las resolanas. Ellas son hacendosas, a veces pequeñas como las hormiguitas, a veces frágiles como alas de mariposas, pero, en lo profundo, guardan los misterios de matamorfosis, mediaciones simbólicas. Mucha alma. Contactos con el misterio, aunque todo lo laman de gusanos, o de un grano de carbón de piedra, o un pedruzquillo del azúcar.

Ellas, como las de ayer, como las grandes madres judías, tienen antenas, o son como formícidos, insectillos sociales. Fueron quintaesencia del Cretáceo, ángeles en apoyo de colonias, lo más dulce al quehacer productivo de la vida y el control biológico de los cielos de abajo: son las vírgenes de la Tierra. Ellas son el fuego, hay hormigas así, ardientes, invasoras, que entran en conflicto con el macho que las quiere pisadas como si fueran la formica, o el linóleo para sus propias plantas. Entonces, son incendiarias. Pero esta vírgenes, con el nombre del himen dulces / o salobres / a las lenguas, van alborotadas a sus ocultas grutas, vuelan, tienen sus propias alas, se las sacuden cuando ya no les sirven y nunca son lánguidas, pazguatas, pendejunas.

Hay vírgenes, sin embargo, que son avispas hembras y son muy grandullonas y aterciopeladas. Esas son meras termitas, aunque sean vírgenes, pero son las de hoy, hembras sin alas. En vez de ser omnívoras, comen vergas y ni siquiera las degluten, lamen escrotos, gritan mensadas, se sienten hasta piscianas, dignas del mar de maravillas y de falsos Acuarios, no quieren regresar a Gea y su paradigma cultural es tener un Pitón más grande que el del macho y no dar un tajo, ni en defensa propia.

Ya no quieren ni tener antenas en codo, como sus viejas hermanas. Con oírse a ellas mismas les basta, con verse engrandecidas; ya no quieren ni el tórax ni el abdomen, sólo las cinturitas para el vestido majuno y entallado; su Christian Dior de artificio más que feromonas. A su ombliguito le llaman el peciolo de moda, el torso tiene que ser de X medida, perfecto, como se lee en la revista femenina, o se describe cuando hay ‘reinas de carnavales’ en La Habana.

Esas no son vírgenes como las de ayer que, por de pronto, dejó tus jardines. Las mandíbulas la quieren como raquítico emsamblaje. Quieren ser lánguidas, fantasmales como si el exoesqueleto pesara y los dejaran, en algún gavetero. No. Ellas no anhelan el trabajo, sólo al buen proveedor, o, aunque no las mantega, un macho que le coma las nalgas y le haga citas en discoteques, joyerías, cines, variedades.

Ellas no quieren más la madre que le diga: «Toma la plancha. Vé y lávame esta ropa. Ayúdame en la cocina. Carga ese grano de azúcar, este pedacito de semilla». No. Ya no cultivan jardines. Compran flores de plástico, ya no diseñan nada. Ya ni componen ni descomponen algo. Antes hilvanaban el cosmos con sus hilos y sí, sí sabían pelear y tender trampas de seda y comerse al enemigo con dulzura, enredándolo en una telaraña… Ahora hay que defenderlas, cada vez son más necias, engreídas, creen que saben y no saben nada. Las violan en medio de un hilo dental. Las vulvas se las miran a distancia, les sacan los clítoris, con todos sus aromas, y ellas se van recontentas, triunfadoras, creyendo que danzaban.

Le basta que les digan: «Son lindas, deseadas, me gustan, muñequitas», aunque virtudes no se detecten en antenas, no se transmitan a sus almas. ¿Qué? ¡Ya no recuerdas a Francisca José, sí! Bastante se te ha hablado de Paquira, la de tu parentela Lecsincka. Bastante la aborreció su mismo padre, el Dr. Moritz.

Pero aquellas, las primeras, vírgenes fuertes, las de dos mandíbulas, aquellas sí que transportaban alimentos y sabían construir nidos para defenderse, tenían bolsillos para cuidarse, cámaras intrabucales para guardar su pan, para amparar su honra. Y su mundo, como hoy, estuvo llenos de macharranes asquerosos. No es nada nuevo.

La de antes, las por mí queridas, sobre todo, compartían, querían sus hijos, los celaba de perjuicio en el cochino, tribal, puto mundo, y les pasaban amor a otras hormigas, o larvas solidarias. Tenían, sabe dios si seis patas ancladas, para pisar en firme, no irse con el volátil peso ante las saturnalias y la tristeza de los días del Tiempo. Tenían su garra ganchuda para escalar infinitos o trepar superficies, como esas zonas rosas en que las matan, las persiguen, las atemorizan. Querían machos alados e iban con alas a los vuelos nupciales y no eran lánguidas, no. Nunca fueron vírgenes lánguidas.

Ojos poderosos, grandes, le sobraban. Las llamaban Energía, las fuertes, viripotentes. Con sus ojos sabían de coqueteo, no de entregas sumisas y eran dueñas de sí y de lo externo. Tenían panales, albergues, agujeros túneles bajo tierra, y salían a la luz. Se mostraban sin bulimia ni tan mánicas; el viento nos la barría contra los lodazales… Ellas, sí, fueron vírgenes, gozosas, seguras, orgullosas, del Trabajo.

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Desde que puso sus plantas en el Aeropuerto de Isla Verde, comenzaron dos años, o casi tres de separación, que a Sara la harían meditar en lo que hizo. Fue una buena decisión después de todo que se hiciera ciudadana y llegara como tal a una isla, donde su primera intención sería trabajar para cuidar de sí y de su hijo. El dinero que su nuera le dio no duraría para siempre. Por de pronto, su único contacto fue el capitán en la Base Aérea de Ramey Fields. Su compadre y lo llamó. Fue él quien vino por ella y la llevó de Isla Verde a Punta Boriquen, Aguadilla. Un viaje sobre ruedas que le pareció casi eterno, aunque sólo tomaban 3 horas, yendo del Este al Oeste.

Lloraba tanto durante el viaje que la esposa de Azeezal le cargó el bebé para que ella se durmiera y no lo empapara con lágrimas cada vez que lo besaba.

Yo era el niñito. Mas no recuerdo racionalmente estas cosas, sino porque me lo contó con el tiempo. Tal vez están grabadas en mi subconsciente, ese testigo que presencia todas las cosas y las transforma en elucidario de espíritu. Lo creo porque, sin que ella me lo diga, he sentido sus vulnerabilidades, así como su transmutación. De lo débil de una tesis, o prueba, o metamorfosis, hay que forjar síntesis dialéctica, nueva alquimia. Y yo dormía, plácidamente, en cualquiera sean los brazos de mujer que me cargara, porque ella puso el engrama genético de sus vibraciones en mí. Ella puede transmutar a mi favor… ¡todo!

La antigua Ramey Air Force Base, que ubicarara Aguadilla, Puerto Rico, y que fuera dedicada al General Roger M. Ramey, ya no existe. Una porción, en la actualidad es operada por el Servicio Federal de Guardacostas y llamado Borinquen Coast Guard Air Station y otra porción es utilizada paara avición civil y conocida como el Aeropuerto Internacional Rafael Hernandez. Mas la base aérea fue importante desde 1936, como una extensión logística para los U. S. Army Air Corps para la defensa aérea del Canal de Panamá y Puerto Rico mismo, considerado «a most valuable asset for national defense».

En lo que es llamado Punta Borinquen, antes sector de cañaverales, en 1939, el Ejército Norteamericano invirtió $1,215,000, para hacer de 3,796 acres, unas instalaciones militares, al comando del Major Karl S. Axtater y allí pues se instaló el Escuadrón de Bombarderos (Núm. 27) que arribó de Langley Field, Virginia, en 1939 con nueve B-18A Bolo medianos y, más tarde, los escuadrones 417 y el 25. Dicen que Aguadilla se moría de miedo ciertos días de Navidad en 1940, cuando se hizo el simulacro La Batalla de Borinquen Field, un ejercicio de alerta («tempest-in-a-teapot») en que se dispararon cañonazos a un enemigo inexistente que, en realidad, fue un barco comercial que viajaba buscando protección en las costas.

Para estos años de la llegada de Sarita a la base, años de posguerra, la base fue sede del Comando Aéreo Estratégico. Ella vio, por primera vez, equip pesado como los B-36 Peacemaker. Nombre que le pareció ridículo y paradógico. «¿Cómo se puede llamar ‘hacedor de paz’ a un avión diseñado para la matanza?» y recordó los aviones sin piloto que destrozaron el cuerpo de Joachim de Riga. Con estos recuerdos, teniendo ante su vista y, al alcance de sus oídos, máquinas de guerra como los B-36 y B-52, sabía que no duraría mucho en el lugar sin que cayera en depresiones.

La Ramey AFB se cerró en 1973, según supimos más tarde como parte de la reducción de personal y operaciones de la post-era de la Guerra de Vietnam. Ya no hay B-52 a la vista en las numerosas rampas y hangares. Ahora hay una hermosa villa con casas para rentar en Punta Borinquen y un enorme Shopping Center.

Sara de Riga recuerda que el primer empleo, al que Azeeza le recomendó, fue la orientación ante casos de malaria. Casi todos los casos que se presentaron en el período de 1951 a 1954 fueron veteranos que regresaban de la guerra de Corea; los casos restantes habían sido importados de otros países, a veces los traían inmigrantes que penetraban ilegalmente la isla por los puertos. La campaña para erradicar la malaria de todas partes del mundo, que se inició en 1955, y no tuvo el éxito esperado, por la resistencia del mosquito vector a los insecticidas y del parásito causal de la enfermedad a los medicamentos antimaláricos, y la labor de Sara fue identificar los problemas administrativos y logísticosde la campaña, que se suspendió a fines de los años setenta. A eso dedicó casi seis meses de su estadía en la base, pero, un día se lo dijo a Azeeza: «El trabajo es fácil. Es puro papeleo para la OMS. Me gusta la Clínica de Guacio. El viaje
de regreso en helicópero divierte a mi hijito… Mas este ruido de aviación en la base y las alarmas, una vez que aquí estamos, me está matando» y se fue de la base y aprendió a cortar pelo, limpiar casas, cuidar niñlos ajenos, coser ropa y otros oficios. Tenía habilidad para todo y, sobre todo, la alegría de ser independiente… mas, casi próximo a que yo cumpliera, cinco años, con un dinero extra que Doña Malká enviara, vino la queja: «Me gustaría verte. Andrés, extraña a su sobrino». Sin duda, estaría achacosa y temía morir sin verla por última. Además, se quejaba de no poder ya pintar por un extraño frío en sus dedos.

Como si con ésto se le emplazara al regreso, con miedo de hallarse con su esposo, Sara volvió a la Base Ramey y preguntó a Azeeza, si sería posible que la llevaran a Cuba. Y él le dijo: «Por supuesto. Mi compadre se pondrá feliz, aunque, por de pronto, está en Sttugart, Alemania». Esta es la sede del Comando Europeo de los Estados Unidos, o EUCOM. Sara recordó cuando pisó en Grafenwöhr el mayor centro de adiestramiento militar de Estados Unidos en Europa.

«Esa base no la conozco, pero es la más que se menciona».

«¿Estás mal económicamente? ¿Es que Abram no te envía gastos de manutención para el niño?»

«No. Es que temo que Malká se muere».

[Fragmento de novela Las Juderías, de Carlos López Dzur] http://carloslopezdzur-carlos.blogspot.com/2010/10/las-juderias-novela-16-25.html

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.