Cultura

Lady Gaga. The Monster Ball Tour. Barcelona. 07.12.10. Palau Sant Jordi.

Este fue el magnífico escenario, aunque la noche, las luces y el magnífico tiempo lo volvían más poético.

            El pasado martes acudí al concierto que Lady Gaga ofreció dentro de su gira por Europa. No tenía pensado escribir un artículo sobre el evento por varios motivos. El primero de ellos es que no soy un crítico de música ni entiendo más allá de lo que me dictan mis gustos y mi sentido común. A continuación porque pensé que no habría nada que yo pudiera añadir a la colección de reseñas que el evento provocaría. En tercer lugar porque espero, en breve, publicar un artículo sobre otro concierto que tiene otro tipo de significado para mí, y no quería que uno eclipsara o se solapara con el otro. Sin embargo tras leer seis artículos de la prensa nacional y local catalana, me veo casi obligado a aportar mi granito de arena y mi visión. Estas parrafadas sobre Lady Gaga y su espectáculo que leo (en realidad cinco porque un articulista escribe tomando las palabras de otro o es el mismo que cobra por redactar en dos diarios de signo político casi opuesto, ¡lo que hay que ver!), responden a un conocimiento profundo sobre el mundo de la música en general y a un conocimiento algo pobre o reduccionista sobre el mundo de la cantante, compositora y exitosa norteamericana.

            Para empezar coinciden los críticos musicales en que Lady Gaga no aporta nada nuevo al mundo porque lo que hace es reinterpretar y llevar un poco más lejos lo que otros ya hicieron. Uno de los criterios que menos comparto del mundo del Arte, en general, es esa apreciación de que sólo lo novedoso es digno de consideración. Por este camino se rechazan la pintura y la escultura figurativas, así, en bloque, porque esa técnica ya está alcanzada y dominada por nuestros antecesores. Bien, desde este punto de vista nadie puede aportar nada que sea “nuevo”. Ya se hizo antes o ya se pensó. Lo que no es copia es plagio. Por este mismo camino consideraríamos que un avión entero, de cuyos motores salieran palmeras enjoyadas (metáfora de unos nuevos motores más ecológicos y más económicos, pues la ecología es futuro y dinero) sería una obra de arte. Y no, no lo es. Es sólo una mamarrachada. Como otras muchas que están colgadas en las paredes de prestigiosos museos del llamado “Arte Moderno”. Pero en fin, esta discusión bizantina ya se ha desarrollado suficientemente e incluso hay una magnífica obra de teatro al respecto que animo a todo lector a ver.

            Por otra parte esa pertinente, pero repetitiva cantinela de que Gaga es una revisión histriónica de Madonna con toques de Mercury o Jones o Bowie ya cansa. Lady Gaga es un producto novedoso por su afán de aunar en su mundo artístico la moda, la actuación (o sobreactuación si se quiere), lo visual en general, y la música, pariendo algo parecido a lo que fuese la ópera (obra total) pero con un ánimo revolucionario: ser ella misma. Lady Gaga, de quien dicen que es un producto muy bien estudiado, es ella misma. Y ahí radica su valiente novedad. No es Haus of Gaga el grupo de artistas que la han creado, como he llegado a leer estos días, sino el grupo de artistas que ella ha reunido cuando sus ganancias se lo han permitido, para que traduzcan sus ideas al espectáculo. Y tampoco es verdad aquello de que “su discurso es de autoayuda”. El mensaje de Gaga, que viene siendo suyo desde que empezara a poderse permitir la libertad a la que aspiró siempre, es el rechazo a las mayorías abusonas que marginan al freak. Porque ella misma se sintió freak en su adolescencia. O probablemente nerd, dado su coeficiente intelectual, como otras artistas igualmente “excéntricas” y auténticas, valga mencionar a la escritora “nipona”-belga Amélie Nothomb. Insisto. Gaga es ella misma, con sus canciones poco entendidas, o incluso nada leídas por la crítica que las considera vacuas y de estribillos simples y que enganchan. A ver cuántos súper artistas mencionan a Sylvia Plath en sus letras. Y a ver cuántos de esos críticos han leído sobre el proceso creativo de la canción “Alejandro”. Pocos, sin duda. Y si lo han hecho poco se ha notado en sus artículos. Pero no hablaré ya más de ellos para centrarme, finalmente, en el concierto.

            Se habla de ópera rock (o glam rock) en cuatro o cinco actos con un hilo argumental discutible. Lo que yo vi fue una autoexigencia continua, un nivel de fin de concierto que se mantenía a lo largo de toda la velada, o casi toda. Por el momento más flojo de su actuación estoy seguro que centenares de artistas venderían su alma al tendero de la esquina… El vestuario –siempre en permanente cambio- era de una gran riqueza: grandes hombreras; transparencias plásticas; telas con mecanismos internos que las hacen desplegarse y plegarse, como si respiraran; sombreros en forma de rayo sobre rayo bañados en purpurinas moradas… Todo un universo al que han contribuido sus colaboradores de Haus of Gaga pero también importantes nombres de la moda internacional. De una gran riqueza, como decía, por la creatividad y la originalidad de reinventar lo que otros intentaron y se quedaron cortos. Ella lo invierte todo en su espectáculo y eso, al final, se nota. Sus escenografías: un coche que contenía un piano en su capó, unos callejones neoyorquinos con neones de mensajes extraños, un vagón de metro, un ángel plateado en medio de un parque calcinado… una apuesta sorprendente cuando menos, y siempre llenos de fuerza. Y su voz.

            A pesar de todo cuanto se ha dicho de voz de corto alcance o expresiones por el estilo la cantante presumió de no haber hecho un playback en su vida. Y es para creerla. Estudió con los mejores y continuamente demostraba que tenía una gran potencia –hubo gritos, sí- pero también un dominio de la técnica que le permitió el momento más álgido de la noche (para mí) cuando cantó su balada “Speechless” y su nueva canción “You and I”, ella y su piano en llamas frente a un público que guardaba un silencio casi místico. Lo que Lady Gaga hacía con la voz era una mezcla de jazz, soul, y balada, un ejercicio de libertad y poder, una demostración de fuerza para tocar la fibra más sensible y el corazón más duro.

            Entre canción y canción, o incluso a mitad de las canciones, hablaba y hablaba. Pero su discurso no era para que lo entendieran los críticos. No podrían. El discurso era para los fans. Aquellos para quienes ella ha alcanzado venganza, aunque le haya costado mucho trabajo. Nunca más una freak, o ya para siempre la reina de todos los freaks, Germanotta ha logrado su sueño, ha conseguido ser ella misma y alcanzar las ventas necesarias, los apoyos precisos, para llegar más alto y más lejos que nadie: en premios, en colaboraciones, en números. Y ese es su mensaje: sé tú mismo, olvida a los críticos (lo siento, los he vuelto a mencionar) que ponen en tela de juicio quién eres tú y qué eres tú. Sólo tú sabes lo que quieres ser. Y esa es tu auténtica esencia.

            Un poderoso directo de gran voz, un espectáculo muy completo no apto para homófobos (los guiños a su público gay son casi constantes), dos horas de total entrega y un concierto, en resumen, inolvidable para muchas de las personas que allí estábamos, escuchando, casi, una voz interior acompañada una música que invitaba, casi siempre, a bailar, a celebrar, con el cuerpo y con lo que hay dentro de él.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.