Cultura

Un increíble descubrimiento arqueológico

LA CORREHUELA

El pasado viernes conocíamos a través del Diario Levante una noticia de calibre histórico que, cuanto menos, nos dejaba atónitos. Operarios del Ayuntamiento de Moncada (Valencia) realizaban un hallazgo espectacular de piezas romanas. Junto a las ánforas, tinajas, tablas y cerámicas de los siglos I y II aparecieron porcelanas de los siglos XVI y XVIII. Y no acabó ahí la sorpresa, pues al mismo nivel estratigráfico de la cuadrícula wheeler, encontraron unas urnas de votación de cuando los ficticios comicios franquistas. Los arqueólogos, que siempre tienden a relativizar este tipo de hallazgos, no han dudado en calificar semejante descubrimiento arqueológico como “de suma importancia”.

El asunto, como comprenderán, tiene su truco. Los “operarios” del consistorio valenciano eran en realidad “peones de limpieza”. Y hasta aquí, inclusive el pormenor, pudiera ser normal que trabajando con una retro-excavadora en la plana del Campo Santo, o en los cimientos de la bolera o en el campo de hortalizas del tío Tonet, se toparan con tamaño yacimiento. Pero no. Ni siquiera hizo falta excavar a nivel de sedimentos holocénicos. Todas las piezas fueron descubiertas, piqueros al poder, en un almacén de trastos del Ayuntamiento, al que dichos funcionarios habían acudido para desalojar la trastera de inmundicia.

Y allí estaba el tesoro del Rey Lobo. Bajo una capa de sedimentos de polvo y olvido, todas las piezas que, seguramente si pudieran hablar, contarían que nunca imaginaron, tras ver la luz en la fosa de algún lugar, que volverían a ser olvidadas en otro desguace menos ecuménico que la propia tierra. Y así, sin que nadie acierte a responder cómo fueron a parar a este lugar ni se tenga pista de quién o dónde proceden, de un plumazo, o a un gorrazo suertudo, la localidad valenciana se encuentra con material suficiente para abrir un museo etnológico.

Se puede entender que la abuela del pueblo guarde en el vasar una carta de Miguel Hernández o una cana de Azaña en el ovillo del encaje de bolillos, sin saber que tiene un tesoro o que los hijos mosquiteros que acuden al olor de las herencias malvendan en rastros de segunda como poyos de jardín capíteles jónicos del palacio del rey Brigo. Pero que un Ayuntamiento, ente público que exige a sus recaudatarios orden y concierto en cuanto a patrimonio y bienes muebles, “olvide” en el desván de los abuelos el tesoro de Alarico suena a toco-mocho o estampita de los ciegos.

Hace tiempo, por casualidad de excavadora, me topé con un hallazgo de cierta envergadura (para mi monótona vida, se sobreentiende): un hacha de mano, alguna punta de flecha y moledoras líticas de trigo de un posible neolítico. Cuál fue mi sorpresa cuando el Ayuntamiento al que, lícitamente, pertenecían, avisados del asunto, tuvo por respuesta la callada del culpable. Por ignorancia, y juvenil impaciencia, llamé al Museo Arqueológico Nacional el cual, tras sopesar someramente mi historia, y tomando a chanza la liturgia, me respondió que si, tan interesado estaba en el patrimonio patrio, bien debía saber que no podía mover de su lugar de origen las piezas encontradas. Aún estoy esperando la llamada de tan alto (ir)responsable para interesarse por lo que un “mindundi” pudiera haber encontrado en tierras del Sotillo. Hace 10 años de aquéllo.

Luego, y perdone la inteligencia central las ofensas, sale el CSIC clamando a lo bonzo que es una vergüenza la proliferación de cazadores de reliquias, que sólo buscan el lucro expoliando el ínclito patrimonio nacional. Como aquella historia del cazatesoros (olvidada también en la trastera porque no interesa) Odyssey que holló el fondo patrio del Estrecho en busca del oro de un barco hundido. Entonces sí, para evitar el choteo del orbe y quedar como más tontos de lo que somos, lanzáronse pleitos a juzgado de la Unesco, a monte y a pleamar.

Que una cosa es que nos importe aproximadamente un rábano que pueda haber una ciudad tartesia bajo nuestros pies y otra muy distinta que venga el listo de turno (y americano para mas inri) y se la lleve en trocitos al museo de Tucson, en Arizona. Mil veces más próspero y educativo resulta guardar reliquias de San Zenón mártir en un pote de hojalata del trastero que vendérselas al postor de turno. Por ahí no pasamos.

Y si luego, pasado el tiempo, olvidamos su existencia, mejor que mejor. Cuando venga el operario a buscar mochos de respuesto al almacén, la alegría que nos llevaremos será doble. Yo tengo un tesoro parecido, una hucha con dinerillo de juventud que he olvidado donde escondí. Cuando mis nietos o sus nietos la encuentren se alegrarán de heredar una moneda de cinco duros descatalogada y una colección de chapas Mahou sin estrellas y San Miguel (el de la birra, no el arcángel)

Y que nadie dude de nuestras buenas intenciones. Sólo lo hacemos por amor a la Patria histórica.

Referencia: http://www.levante-emv.com/comarcas/2011/01/21/moncada-olvida-restos-romanos-almacen/775676.html

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.