Cultura

Canaima, el mundo perdido

 El avión que nos traía a Canaima desde Caracas, a través de 1300 km por el cielo de Venezuela, sobrevolaba un paisaje que parecía sacado de la novela El Mundo Perdido de Sir Arthur Conan Doyle pues daba la sensación, contemplándolo por la ventanilla, que hubiésemos regresado a la Tierra de hace millones de años; tal sería este mismo aspecto en el Cuaternario. La historia remota del planeta. Lugares donde nadie ha pisado todavía. 
Esto es Canaima.
En 1962 fue creado el Parque Nacional de Canaima en el estado venezolano de Bolívar con una extensión de 30.000 km2. Posteriormente se le declaró Patrimonio de la Humanidad. Ocupa frontera con Guyana y Brasil.
Mi visita es un poco anterior a la declaración de la Unesco y probablemente hoy día las cosas no estén tan primigenias como yo las encontré pues el turismo mundial y los miles de visitantes de este paradisíaco lugar no son invisibles. Recuerdo perfectamente que el día que nuestro avión aterrizaba en la pista de tierra; era el 12 de Octubre. Dia de la Hispanidad. Fue sólo una coincidencia pero me sentí, por qué no decirlo, como un descubridor de los que cruzaron el óceano.
El 65% de la superficie está ocupada por unas formaciones o mesetas rocosas llamadas Tepuy cuya edad geológica es de 1500 a 2000 millones de años. En estas mesetas se encuentra una fauna y flora que no se han  identificado en otros lugares y que da a Canaima la leyenda de Mundo Perdido, por lo que Doyle se inspiró en estos parajes para escribir su novela. Los tepuyes más famosos son el Roraima, Aunyantepui, Kukenan, Nomoy, Kuravaina, Topochi, Autana y Chimantá. Aquí también se encuentran los saltos de agua o cascadas más largas del mundo, como el Salto del Angel  de 1002 m de longitud o el Kukenan, de casi 1000. Los Tepuy se remontan a la época en que Africa y America formaban un super continente y  se les conoce como Mazizo Guayanés. Los indios Pemones, que habitan el Parque, tienen la creencia que el Tepuy es el hogar de los dioses. Estos indígenas tienen el trato muy afable y son los guías oficiales que acompañan a las expediciones o grupos de turistas; perfectos conocedores de su mundo son capaces de sortear los rápidos de los rios, aquí muy bravos y peligrosos, al timón de sus canoas o curiaras con motores fuera borda que son el mejor transporte para recorrer Canaima. Soportan mal el alcohol pues recuerdo que una noche, en el campamento a la luz de antorchas, uno de mis compañeros, gallego de pro, preparó una queimada con sortilegio incluido, de la que todos bebimos con buena gana, por la circunstancia del bebedizo, traído de propio desde España y preparado como mandan los cánones, en aquella noche de la selva en absoluta calma y sobre todo, el ambiente que propició. Uno de los guias , Manuel, un chaval que no tendría más de 17 años, la probó y continuó probando hasta que no pudo más. Al día siguiente vino a buscarnos pero su cara y su estado daban a entender que las meigas se le metieron en su cuerpo menudo.
Las aguas de los ríos son negras, dicen que por su carga de óxidos vegetales, de acido húmico; la espuma que burbujea en sus corrientes de color café con leche. Debieron de ejercer una atracción mágica porque a bordo de la curiara, una mañana camino del campamento Ratón, al pie del Salto del Angel, a una jovencita se le voló el sombrero cayendo al cauce del Carrao y no se me ocurrió mejor idea que saltar de la canoa para recogerlo.En el instante que entré en el agua oscura supe de mi error pues la corriente se me llevó en unos segundos, que parecieron siglos, río abajo a gran velocidad. Afortunadamente el piloto pemón también fue rápido y en instantes se puso a mi lado para rescatarme, con el escándalo y susto del resto de expedicionarios. Cuando me izó, en mi mano llevaba, como un trofeo, el sombrero de la guapa, que por cierto ni me lo agradeció.
Otra experiencia inolvidable es cruzar por un estrecho y resbaladizo sendero, debajo de  la catarata de agua rugiente del Salto del Sapo. La cortina de la cascada lanza millones de gotas diminutas o spray contra los que se atreven a  recorrer esa aventura, sordos por el estruendo y apabilados por la situación. 
La ruta hasta el Angel por el río Carrao primero y luego por el Churum, dura cuatro horas, escoltados por la cerrada vegetación de las orillas donde la selva se detiene a sobrecogernos. Sólo el motor nos impide calcular el peso del silencio y nuestra propia pequeñez. Al final, unas barracas con hamacas nos refugian a escasos metros de donde el agua cae de tan alto y la mirada no puede disimular el estupor. Es el Salto del Angel, el más alto del mundo y estamos a los pies del Auyantapui. Tengo el plan de ver todo desde arriba, para cambiar la perspectiva, volando en un viejo avión que me pareció demasiado viejo cuando lo ví en el aeródromo. Pero lo primero es pasar la noche.  El ruido que mece el sueño que no llega, tiene voces de agua y de dioses molestos de nuestra presencia. Posiblemente un jaguar nos habrá olfateado.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.