Cultura

La perfecta casada (II)

León, Fray Luis de. La perfecta Casada. [1583] Estudio preliminar de Mercedes Etreros. Madrid: Taurus, 1987.

Aparentemente, en la época la necesidad de verse hermosa era una necesidad restringida a las mujeres de dudosa moral. El fraile condena la pintura en la cara. Porque “más tolerable en parte es ser adúltera, que andar afeitada, porque allí se corrompe la castidad, y aquí la misma naturaleza” (134). De igual forma compara a las mujeres del antiguo Egipto que se pintaban para atraer a sus amantes. (135). No hay mención a la tradicional costumbre masculina de afeitarse. Tampoco hay mención los hombres que se ríen pero sí critica a la mujer de buenos dientes que se anda riendo aunque esté triste solo por presumir (137).

Insiste en condenar los arreglos femeninos al mismo tiempo que advierte que esto pretende prevenir al marido de una competencia innecesaria. Está claro que en un mundo de hombres, la belleza es tan apreciada como inconveniente: “quien busca mujer muy hermosa, camina con oro por tierra de salteadores” (170). Así, el sabio fraile insiste sobre los inconvenientes de la belleza, por acción o por omisión, por oportunidad de pecar o por estar en boca de todos por sospecha.

Por el contrario, “Dios, cuando quiso casar al hombre, dándole mujer, dijo: ‘Hagámosle un ayudador su semejante’ (Génesis 2); de donde se entiende que el oficio natural de la mujer y el fin para que Dios la crió, es para que fuese ayudadora del marido” (97).

Fray Luis de León cita a San Basilio para recomendar paciencia y sumisión a la abnegada esposa, sin duda fórmula perfecta para la armonía del hogar, lo que explica tantos divorcios y tanta infelicidad en nuestros días: “que por más áspero y de fieras condiciones que el marido sea, es necesario que la mujer lo soporte, y que no consienta por ninguna razón que se divida la paz” (98).

No obstante, en algún momento Luis de León relativiza que, aunque la mujer tiene muchas obligaciones, eso no quiere decir que el hombre pueda hacerla su esclava: “así en la casa a la mujer, como parte más flaca, se le debe mejor tratamiento” (99), porque el hombre, al tener más “cordura y seso”, debe enseñar a la mujer y ser paciente para darle el ejemplo (99).

Luis de León elogia la vida agrícola con ejemplos bíblicos y clásicos. Asocia la nobleza a la agricultura y a la mujer a la rueca, desde la antigua Roma. Todo para ejemplificar lo económica que debe ser una mujer con los desperdicios o lo industriosa que debe ser para el hogar (104).

La mujer que duerme de más habilita el complot de los criados, que son los enemigos. Y ella es la responsable por el daño que pudiera ocurrir.

También debe ser caritativa con los pobres, cuidadosa con las criadas y aseada y bien alineada en su vestir (127).

¿El lector no está aun convencido? Por las dudas Fray Luis vuelve a citar a dos incuestionables autoridades: San Pedro y San Pablo, quienes dictan la sumisión de la mujer a sus maridos y condenan los arreglos femeninos (149, 150) y se la obliga a ser apacible y dulce de corazón (153).

“Como dice el sabio [Salomón, Proverbios 17: 18] ‘si calla el necio, a las veces será tenido por sabio y cuerdo’” (154). Esa es la mejor “medicina” para la mujer, y por algo se la impusieron a Sor Juana un siglo después y del otro lado del Atlántico, todo por salvar su alma rebelde: callar.

Por las dudas, “mas como quiera que sean, es justo que se precien de callar todas, así aquellas a quienes les conviene encubrir su poco saber, como aquellas que pueden sin vergüenza descubrir lo que saben, porque en todas es no sólo condición agradable, sino virtud debida, el silencio y el hablar poco” (154). Justo lo que, en vano, le digo a mi esposa.

En la época y mucho más tarde se comenzará a dudar de estas revelaciones sagradas, por lo cual hubo que echar mano a la naturaleza también: El famoso fraile nos dice que “porque, así como la naturaleza, como dijimos y diremos, hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. […] Porque el hablar nace del entender […], por donde así como la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un oficio simple y doméstico, así les limitó el entender,  por consiguiente les tasó las palabras y las razones” (154).

Fray Luis también nos recuerda que Demócrito, aun sin ser cristiano y siendo más antiguo, también era de la misma idea sobre la virtud del hablar poco y escaso en la mujer (154).

Pero la maravillosa misión de la mujer no acaba aquí, lo que prueba su destacado lugar el plan cósmico. “No piensen que las crió Dios y las dio al hombre sólo para que le guarden la casa, sino para que le consuelen y alegren. Para que en ella el marido cansado y enojado halle descanso, y los hijos amor, y la familia piedad, y todos generalmente acogimiento agradable” (155).

 

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.