Cultura

Ganado humano

El hombre, en sus carnosas patas traseras, se sostiene erguido esperando unas graciosas palmadas como muestra de reconocimiento y afecto sincero, y, al momento de recibir su caricia es feliz. Y lo que es más, no teme demostrarlo mediante el travieso meneo de su rabo sucio. Sus ojos brillan en el fondo de ese charquito de ternura acuosa en las cuencas, sonríe con plenitud mostrando todos los dientes, blancos los frontales, amarillentos los del fondo, fuertes los incisivos, agudos los caninos, preparados para triturar con saña los bicúspides y los molares. No obstante encontrarse su autoestima en una cumbre casi inalcanzable, el hombre recuerda mirar por lo bajo como muestra de su pequeñez. No atina a decir nada, piensa que hablar, las más de las veces, echa a perder el momento, así que simplemente se deja llevar por el flujo de su torrente sanguíneo, que corre a una velocidad impetuosa capaz de levantar hasta la gris pinga de un muerto. Está excitado. Sus mejillas enrojecen más tras cada palmada, el universo entero le es ajeno. Vivirá alegre por muchos años evocando este recuerdo, por lo mismo, no pierde ni un detalle de la situación, vive completamente en el aquí y en el ahora, captando los preciosos instantes que complementan la escena: la placa con su nombre en letras grandes y doradas, el listón azul, sus mocasines lustrados cuidadosamente. La nariz en ristre para olfatear emociones, júbilo y tabaco sobresalen. Su propia saliva le sabe a un licor tan noble que no llega a aturdirlo ni al menos un poco. Al término de su función, el hombre sólo se hace a un lado para dar paso a otro hombre igualmente admirable, y así sucesivamente hasta la última matrícula, hasta el último hombre.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.