Karma

No temas, yo te guiaré

El Maestro se dirigió en silencio a la baranda sobre el río para deshacer su mente, así como había deshecho la postura del zazén. Los tres compartían la serenidad del crepúsculo en ese hermoso septiembre recién iniciado. Sergei había ido a echar un vistazo a la cena que había preparado junto con Ting Chang antes de la meditación. Ambos trajeron un refresco de jengibre que ofrecieron al Maestro con profundo respeto.

El Maestro paladeó el jugo que tanto le gustaba y les contó una historia que había vivido de joven en su monasterio.

– Caminaban dos monjes de regreso hacia su monasterio cuando les sorprendió la noche. Uno de los monjes era ciego y lo guiaba su compañero, más joven y aguerrido. “No temas, hermano, agárrate a mi brazo y yo te guiaré con los ojos bien abiertos para protegerte contra los demonios del bosque”, le dijo muy resuelto. Cuando se adentraron en el bosque, una serie de ruidos y una extraña presencia paralizó los pies del joven monje que no acertó a decir palabra. “¿Qué sucede, hermano, – preguntó el monje ciego -, has enmudecido? Siento tu mano paralizada en mi brazo”. El joven, lleno de fuerza y con una vista excelente, no podía articular palabra por el terror que le invadía ante las sombras envolventes y la furia que imaginaba en los árboles frondosos. Entonces, el monje ciego, agarró por el brazo con gentileza a su amigo y le dijo: “No temas, yo te guiaré. Apóyate en mí y procura cerrar tus ojos”.

– ¡Un ciego guía a otro ciego!, – espetó Sergei -.

– No, – dijo sonriendo Ting Chang – un despierto conduce a un vidente cegado por el miedo.

– El caso, -prosiguió el Maestro -, es que una especie de monstruo se alzaba en medio del sendero y el joven monje bien lo veía pues no se fiaba del ciego. Crispado por el terror se aferraba con las dos manos al brazo del monje ciego pero éste caminaba con paso firme y sin miedo alguno. El monstruo se alzó para devorarlos pero el monje ciego, como no lo veía, avanzó por el camino del medio y condujo al joven pálido y con la boca seca hasta la entrada del monasterio.

– ¡Menudo corte le debió dar al joven al verse conducido por el brazo ante los demás monjes!, – exclamó Sergei.

– Nada de eso. Cuando hubieron cruzado el bosque, el monje ciego se soltó del brazo del joven y se apoyó en el suyo con toda tranquilidad y afecto.

J. C. Gª Fajardo

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.