Sociopolítica

EpC: Entre todos la mataron… y ella sola se murió

La polémica estuvo servida por la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. Inició su andadura en el curso 2007-2008. Hace cinco años dije en unos de mis escritos,  que ya era hora que en este país, se empezarán a poner las bases para educar a nuestros hijos no basados en una concreta religión o moral trasnochadas sino en unas normas basadas en lo fundamental como personas.
Me hizo muchísima gracia en aquel momento que a esta ley le pusieran la etiqueta de la ideología de un gobierno y que dijeran que esta asignatura era perversa y que incitaba al “mal” porque tendía (y tiende, se ve) a “adoctrinar” a los alumnos. Y en estos días se la cargan en base a la misma argumentación. Léase el contenido de la ley derogada. Adoctrinamiento, dicen. Manda huevos, no… cojones que me suena mejor. ¿Y cómo se le llama a la educación que recibimos millones de españoles entre los años 1958 y 1978? Porque si no recuerdo mal nos educaron bajo las consignas de un régimen militar unido en matrimonio (aunque me atrevería a decir que era un concubinato) eclesiástico con la iglesia católica. Represión, silencio, obediencia, amenazas, castigos injustificados, maltrato de todo tipo si no se acataba aquel infame sistema educativo. Por obligación, sin más.
Eso sí que era adoctrinar, señor Wert. Pero los detractores de esta ley, concretamente, no es un gobierno totalitario de derechas como es el que actualmente gobierna este país. Quien está detrás para derogarla desde que nació es la iglesia católica (Rouco and company) y las asociaciones-sectores conservadores que besan sus anillos de forma hipócrita y que luego hacen lo que les sale del “nápiro” (locución coloquial en algunos ámbitos canarios referidos al aparato genital) y que está radiante de salud y de optimismo no sólo por la continuidad en su financiación económica a costa de todos los españoles sino en algo que le ha preocupado sobremanera a lo largo de la historia: que la gente, el pueblo llano y sencillo, la ciudadanía, en general, sea capaz de pensar, razonar, analizar, discutir, debatir, leer, criticar, denunciar, en definitiva ser cultos. Lo que hay que imponer es su creencia y sus criterios morales que, de paso, según dicen, son los únicos y verdaderos.
El gobierno, pues, se ha limitado a ejecutarla. No me duelen prendas al expresarme de esta manera sobre todo porque lo hago con conocimiento de causa y en profundidad por sus teje-manejes. Conozco a muchos de sus miembros y lo que les mueve. Los quince años de mi vida en los que estuve dentro de tan “sagrada” institución no hay quien me los quite ni quien me los discuta, más que nada porque lo sufrí en carne propia. Fue doloroso y humillante, esconder libros, contrarios a su ideología, debajo de un colchón porque amenazaban e infundían miedo a la temprana edad de 18 años. Con el tiempo, y después de pasarlas canutas y con las circunstancias cambiadas, he tenido claro cuál era y es la educación que debo darle a mis tres hijos: que sean personas tolerantes, abiertas al diálogo y a cualquier ideología e inclinación, trabajadores, respetuosos y educados con todo el mundo y sobre todo que aprendan a querer a los demás. Ya no me volverán a pillar. Ya no les tengo miedo. Ahí están tres almas más, para gritar, para denunciar, para protestar y para desobedecer por lo injusto de una ley (Gandhi). Para más información léase artículo de Wikipedia
Por mucho que se emperren y obsesionen en cambiar la asignatura, llámese Pepé, Popó o Pupú en mi casa mando yo, y educo a mis hijos cómo, cuando y donde crea conveniente. Como yo, la tira. Llamarla de otra forma, cambiar los contenidos y volver a tiempos pasados, la evolución en todos los ámbitos de la vida, sigue su ritmo de forma imparable. Conseguirán un retraso sí, pero nada más (joder, y nada menos).

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.