Cultura

Novela A -cap I-

Capítulo 1- El cómplice-
No descendió, solo dejó que los escalones gritaran los golpes de sus zapatitos; la embistió el picaporte, entre sus manos heladas. La puerta, mas pesada que de costumbre, llora un adiós que retumba en el eco de la galería y agonizando la dejó ir. En el malecón descansó su espalda sobre una poltrona despatriada y emancipada ya del mundo, llevo sus ojos al cielo de cerámica gris de la seis de la mañana y un rayo de sol la llevo al puerto de las tapas, donde todos los problemas llegan a cerrarse.
Como de costumbre, dos horas después, entro a la playa el mar, y en brazos de brisa quiso reanimarla.
La trigueña se ahogaba de aire, al paso de los pescadores que vana  dormir la siesta de la mañana, entre el fango de los ruidos, entre la sal que a la vida condimenta en esa parte de la isla, donde el viento –dicen-nace y muere.
Al grito del medio DIA- cuando solo se atreven a caminar por la playa, las olas- se le anudo el alma,
Y el carmín de sus labios,
Y el ocre arrugado de su rostro,
Dibujando un cuerpo ya muerto.
Las plazas dieron vueltas sus baldosas
Y la arena se hizo piel de su piel.
El ruido se apago,
Y la solapa de su vida se sello
Y aquellos trazos de mujer
Encendieron el cristal de los finales.
“Querida Carmen: la última tormenta, dejo en la madre mar a dos de nuestros hombres. Sedienta ayenmanyá desparramo en su espuma, vida que quizás necesitaba. Tú y yo ya conocemos de esta amada labor que entre la lejanía y las tormentas, hace a la raza de pescadores.
El jueves de la última luna nueva esperábamos la tempestad, Virgilio y yo nos despertamos a las cuatro, como de costumbre y todo fue como jamás vi, como no creí, pero sucedió.
Te imaginaras querida Carmen, sabrás lo que pasó, quise tomarle la mano, pero se hizo imposible.
Ayer llegue a casa y la cobardía del desconcierto me impidió tocar tu puerta, lo único que recuerdo que siempre antes de cada temporal, él decía lo mismo:
 -Julio, si al puerto no llego dile a mi santa mujer que en la segunda marea, me espere en el malecón, ella sabe bien dónde, que cierre los ojos y la paso a buscar.- Después echaba una risa entre la valentía y el cansancio.”
Ese día Carmen y Virgilio dejaron juntos la isla, yo por mi parte puse una vela dentro de un coco vacío y deje que en el agua flotara. Cuando la gente del pueblo se dio cuenta de que Carmen estaba muerta, tomé la carta que yo mismo había escrito y que se guardaba en sus manos como abrojos, para que nadie supiera con quien se fue. De cualquier manera, todos saben que su único amor fue él, pero solo yo tengo derecho a ser cómplice de su apasionada partida.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.