Cultura

Novela A- cap II-

Capítulo 2- Verde-
Las esposas de los pescadores, que venden los botines frescos en el puerto, comentaron durante algún tiempo el suceso. Tres semanas más tarde la casa de la glorieta en la puerta, donde mi buen amigo y su esposa vivieron, se alquiló. Se imaginaran entonces, en aquellos días fue que le avise a sus hijas.
Supe ubicar fácilmente a Ye mimar, la mayor de tres hermanas, que vivía en Barquisimeto con su esposo y dos hijos y fue ella quien me pidió que alquilara la vieja casa a gente confiable de la isla. Me pregunte en aquel entonces, cómo habrían tomado la noticia las dos más pequeñas.
Un mes después mientras traía mis redes a las siete de la mañana y dispuesto a pasar por el puesto a comer dos arepas de carne mechada, para matar el hambre del ayuno, pensé estar loco; una joven mujer de unos 30 años se sentaba en el escalón de mi puerta, los mismos gestos, el mismo cabello…Era como si la difunta esposa de mi amigo hubiese vuelto a la vida treinta años más joven y mil veces más hermosa. En menos de lo que piensan, mi hambre había desaparecido, y sin parar el motor de la vieja Wagoneer que conducía llegué con los sentidos congelados a la vereda y solo con el asombro de observarla.
Cuando dijo “Hola” al tiempo que se acercaba, un gesto de simpatía y asombro se le dibujaba en los ojos verdes e inmensos. Noté que dos valijas yacían desplomadas debajo de la ventana del comedor, en el suelo de ladrillos viejos de la acera. Volvió a repetirme:
-hola. Disculpe es Ud. Julio Moura?.
-Si- conteste, mientras habría la puerta de la vieja camioneta y buscaba las llaves entre los bolsillos impregnados de aceite de pescado y sal de mar.
-Buenos días, soy Ailen, la segunda hija de Virgilio. Estoy..
La interrumpí  con la voz hundida, mientras abría la puerta de casa diciendo:
-adelante por favor, entre sus cosas y póngase cómoda. Como lo veo viene usted de viaje, debe tener deseos de una buena taza de café, verdad?
No dijo nada, y mientras entre mis redes, ella, con una sonrisa, entro tímidamente sus maletas hasta el comedor, se sentó espero silenciosa hasta que terminara los miles de procesos y rituales de mi llegada.
-sabrá disculpar mi asombro- comenté- pero es idéntica a su madre solo que aún más bonita.
-gracias Julio, mis padres siempre hablaron de su cortesía y su amabilidad y veo que no me han mentido.
Deje sin darme cuenta que un silencio fresco inundara la cocina mientras saboreábamos el café negro y caliente, pero no aguante mucho más para poder salir de mis dudas e interrogarla:
-Don Virgilio siempre hablo de usted, de sus viajes, de su inevitable inquietud por jamás volver a la Isla y ahora, cinco lunas mas tarde de que él y su madre hayan dejado este pedacito de tierra, aparece sentada en mi puerta, presentándose con tal frescura y naturalidad..- tomé un trago fuerte, me miro, hundió su nariz en la taza como dándose tiempo a pensar y un gesto de disculpas abrió su boca- perfecta- para decirme
-Disculpe Julio, jamás falte al cariño de mis padres, el hecho que no haya podido verlos algún tiempo antes fue mera condición de la vida, de cualquier modo y aprovechando la oportunidad de mis vacaciones, he venido a refrescar los maravillosos recuerdos que han dejado mis padres aquí. Disculpe si no anuncié mi llegada, igual voy a alojarme en el hotel “los cocos” donde ya hice reserva, pero es que tenía una increíble voluntad por conocer al “hijo postizo de mi padre”.
La conversación se hizo un hilo de imágenes que comencé a contarle, imágenes de Don Virgilio y Doña Carmen, de la hospitalidad para conmigo y los relatos que entre las redes mojadas escuchaba atentamente.
Ailen me contó, entre tano, que eran 9 años sin pisar la Isla, que en todo este tiempo solo había visto cuatro veces a sus padres cuando le enviaba los pasajes para que la visitaran en Italia, lo cual ya sabia por Don Virgilio.
Cuando tomé cuenta de la hora ya eran pasadas las 12 del medio día y me ofrecí a llevarla hasta el hotel a unas pocas cuadras de mi casa.
Tenía los movimientos simples de los que viven felices. Los gestos de sus manos no cortaban la brisa, solo la acompañaban. El sol iluminaba su piel canela y aun así conservaba su simpleza, su claridad vital en la mirada. El trayecto desde casa al hotel, fue para mi, un cardumen de emociones y miedos atrapados por su voz, la cual no se si pude escuchar y tampoco entiendo si contesté razonablemente. Eran solo ocho cuadras interminables de recorrido. Se bajó de la Wagoneer y un “botones” le ayudo con sus maletas, y como si hubiese sido poco compartir su imagen, su sonrisa, sus letras,- atando su cabello- me dijo:-“Paso a buscarlo mañana así me lleva a la casa de la glorieta, si es que no le molesta”.
No tuve respuestas, la vi voltearse y entrar al hotel, hasta que un viejo malibu negro, me recordó a cornetazos que estaba en medio de la calle y me obligo a huir de ella y regresar a casa, con el corazón insoportablemente afectado y con las manos sudando el volante de madera.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.