Cultura

Las raíces del fracaso americano. Morris Berman.

Las raíces del fracaso americano. Morris Berman. Editorial Sexto Piso.

“[…] los pobres en Estados Unidos jamás han querido una sociedad fundamentalmente distinta; tan sólo desean una mayor rebanada del pastel. Pero un oportunista pobre no deja de ser un oportunista […] los americanos no encuentra patético a George Babbtit, ni consideran a Bill Gates un vampiro empresarial; todo lo contrario. Más bien quieren ser tales personas […]”.
Página 49.
 
“El Índice del Planeta Feliz, que incluye factores como la protección sanitaria y ambiental, clasifica a Estados Unidos en el puesto 150 entre todos los países del mundo”.
Página 83.
Interesante ensayo de uno de esos americanos atípicos que entran en el análisis de su sociedad nacional y resultan especialmente críticos con la misma.
En ocasiones creía escuchar cierto ecos del prodigioso “El progreso decadente” del genial Racionero, pero el libro que nos ocupa es menos orgánico, menos científico, más estadístico y mas histórico. Por lo tanto sus centros de gravedad son distintos, aunque pueda haber ciertas hermandades del discurso.
Las disquisiciones de Berman versan sobre el excesivo apego al oportunismo, la tecnología, la velocidad, y el consumismo que -en su opinión- están en la base misma, en la naturaleza del pueblo americano desde sus orígenes. Ese oportunismo lleva a una competitividad brutal y egoísta, desprovista de límites; a una ausencia de vida colectiva; a una priorización de los objetivos e intereses personales sobre los de la comunidad. Ello implica una ausencia de Seguridad Social o asistencia médica pública, una falta de seguridad en el trabajo y una sociedad con mayores desfases entre los ricos y los desfavorecidos.
También en este ensayo se nos habla de la falsedad del sueño americano: las posibilidades reales de que un miembro de la sociedad pobre llegue “arriba” con su talento, en sus palabras no parecen ser tales, y desenmascara casos como el de Oprah Winfrey, que atribuye no sólo al valor intrínseco, al talento de la persona, sino también al “poder negro”.
Para demostrarnos que este tipo de sociedad sin objetivo metafísico (comprar electrodomésticos o amasar fortunas son objetivos vacíos) lleva únicamente al desgaste del sistema (económicamente inviable) y a la falta de felicidad de las personas, se aportan numerosos datos, casos y estadísticas.
Hay en todo ello grandes ecos de verdad, y sin embargo es preciso tener cuidado con las aseveraciones del autor y pasarlas por un filtro analítico. Por poner un ejemplo nos dice que la población de Estados Unidos, que representa el 5 por ciento de la mundial (dato que, según los datos de Wikipedia, es aproximadamente cierto) consume dos terceras partes de la producción total de antidepresivos. Este último dato, que no compruebo, puede ser cierto, no lo dudo, pero la conclusión de mezclar ambos datos es muy distinta si, al impacto inicial se le restan ciertas reflexiones: ¿cuánta gente tiene acceso a los antidepresivos en África, o en el continente asiático? Por lo tanto, en términos relativos, y si pudiéramos saber este dato final veríamos que la población estadounidense es mucho más del 5 por ciento. Aun así el porcentaje daría, sin duda, un montante alarmante de la infelicidad y la ansiedad que sufre el país más rico del mundo… Pero sin exagerar.

Que Morris Berman es un desencantado de un sistema como el americano es evidente y muy comprensible. Los sucesos como el de Columbine, que se repiten con cierta y triste frecuencia avalan no poco de cuanto nos dice el autor.

Sin embargo, no resulta fácil aceptar las alternativas que nos presenta para volver a una vida artesanal, comunal, preburguesa o postfeudal. El estilo de vida sureño o las sociedades el Islam resultan ejemplos arduos de considerar como opciones. Gran parte de la obra, de hecho, está dedicada al enfrentamiento entre el Sur y el Norte, a la guerra civil americana y sus causas reales. Se pone en entredicho que la esclavitud fuera el auténtico motivo, aunque se tomara como grito de guerra o lema espiritual del enfrentamiento. Por otra parte, y aunque ciertamente la lucha escondiera una contraposición de formas de vida y sistemas económicos, no es posible obviar que la viabilidad económica sureña se basaba, en gran medida, en esa esclavitud que mencionábamos. El autor hace referencia a las “abuelas sureñas”, esas que recordaban lo que no se debe/puede hacer, esas a las que nadie rechistaba, mención que viene a hablar de sociedades donde había ciertos “límites” impuestos por el beneficio común y la “buena educación”.

 
“Un compatriota suyo, Charles Dickens, también nos consideraba una nación de larvas, persiguiendo sin cesar el <<todopoderoso dólar>> (frase acuñada por Whasington Iring unos años antes)”.
Página 34.
 
Incluso llega a ser especialmente controvertido en aseveraciones que, desde mi punto de vista, deben tratarse con mucho cuidado, como un CSI con un material que puede ser explosivo. No se pueden tomar a la ligera:
 
“Pero los terroristas no están necesariamente locos; quizá tan sólo están lo suficientemente comprometidos como para ser congruentes con las consecuencias lógicas de sus creencias”.
Página 123.
 
Finalmente el propio autor reconoce la ausencia de soluciones. Su libro no aporta soluciones, intenta, en cambio, acercarnos a la realidad, hacernos ver (sobre todo a los estadounidenses) que su sistema no funciona, y que no hay mejora o rectificación porque el sistema tiene su imperfección impresa en la raíz. Ninguna inyección de dinero a los bancos cambiará el oportunismo nato que hundirá en breve todo el entramado económico y social. Ninguna posibilidad  hay –salvo guerras en países del Islam- de expansionismo económico estadounidense. Y sin el expansionismo, el sistema se muere.
Por ello habla también de la identidad construida por negación o por contraposición a otros: los indios nativos americanos, la metrópoli, los soviéticos/comunistas, y ahora… ¿los islamistas?
 
“[…] cualquier obstáculo de la expansión –los indios americanos, la Confederación, la Unión Soviética y, finalmente, el Tercer Mundo- era visto como un mal absoluto, más allá de toda redención. No terminamos en Irak por accidente”.
Página 35.
 
Es siempre agradable encontrar autores que buscan la verdad y aceptan criticar “lo suyo”, sin esconderse detrás de falsos patriotismos, aunque a veces el tono de Berman es tan apocalíptico como el de ciertos ecologistas y, cuando se va hacia los extremos, resulta difícil aceptar, sin más, su análisis. Gran ensayo para una profunda reflexión.
 
Para terminar un guiño (según me parece por la traducción) al Macbeth de Shakespeare, donde no está exenta la conexión con la ambición, la locura y la muerte:
“[…] en ese caso la guerra fue una demencia pura, una tragedia plagada de sonidos y furias, que no significó nada”.
Página 170.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.