Cultura

La belleza de un día cotidiano

Ace of spades, desde tu móvil de última generación, golpea tu sistema neuronal

Las nueve de la mañana. Te quedas paralizado por unos momentos.

Acto seguido, decides levantarte y afrontar un nuevo día repleto de variaciones de conducta totalmente voluntarios.

Bajas a pasear al perro antes de ir a trabajar y, sin darte cuenta, tu metabolismo se mimetiza, incondicionalmente, en la vorágine del estrés de un día corriente.

Los transeúntes caminan acelerados, esquivándose unos a otros, parece que realizaran un baile excéntrico en el que pequeñas cargas eléctricas van pasando de un cuerpo móvil a otro. Los observas durante un rato, impertérrito, mientras tu perro se desahoga sobre la acera.

Después, decides caminar de nuevo, olvidando el regalo que tu perro ha dejado sobre el pavimento, por lo que algunas personas te miran en señal de agradecimiento. Los bendices en tus pensamientos, elucubrando una serie de teorías por las que dichas personas carecen de neurosis, y te preguntas, a su vez, porqué eres el único neurótico en kilómetros a la redonda.

Pronto comienzas a pensar en tu trabajo, en aquella persona que te hace la vida más fácil y placentera queriendo demostrar que es el “Rock Star” de la compañía, te encanta esa superioridad que muestra al entrar en la oficina. Desafortunadamente, lleva unos cuantos días enfermo. “Deseo que se recupere pronto…”― piensas.

Mientras, tu jefe desayuna. Una perfecta combinación de carbohidratos y proteínas. Sonríe pensando en la estrategia del día para hacer que sus subordinados se sientan más felices. Su mujer, por su parte, se manda mensajes con el “Rock Star” de la compañía, sin ninguna mala intención, únicamente para comprobar su estado de salud.

―Cariño ¿Qué haces? Llevas media hora en el baño― pregunta él.

―Nada, cariño. Ya sabes que tardo bastante en prepararme― Responde ella, sin pensar, en absoluto, en la forma de sentirse más atractiva, por lo tanto, más segura.

Tras el paseo matutino, subes a tu apartamento a comer algo antes de afrontar el trayecto de quince kilómetros que separa tu barrio de la oficina, el cual te produce una satisfacción ilimitada. Pero al disponerte a comer el sándwich de mortadela, tu apetito desaparece. Quizá porque valoras demasiado el sabor de la misma, prefieres dejar ese momento de placer para disfrutarlo con más detenimiento. También decides tomarte el café en la oficina, ya que el sabor incomparable que otorga la máquina es infinitamente mejor que el de tu cafetera express, Además, resulta un aliciente pensar que no pasas suficiente tiempo trabajando, por lo que te decides a salir lo más rápidamente posible.

Bajas al garaje.  Antes de montarte en el coche, le echas un vistazo. Sonriendo, te das cuenta de que en realidad no necesitas conducir tan tremenda máquina, por lo que decides venderla lo antes posible y comprar un utilitario de lo más corriente, el cual te producirá  una sensación de más agrado.

Te montas en el coche, automáticamente se activa la radio, dejando penetrar en tus oídos la frecuencia de la señal horaria, seguida por las noticias matutinas. En el momento que tu cerebro reconoce la información, tu personalidad se transforma en la de un erudito en política. Es increíble la capacidad que tenemos los seres humanos para adquirir información sin, ni tan siquiera, leerla. Comienzas a criticar el sistema, después de todo, tu punto de vista es tremendamente objetivo e inteligente.

Cuando sales del garaje, alguien que conduce un automóvil idéntico al tuyo pasa por delante de ti, lo que produce que tu personalidad de erudito en política se transforme en la de una persona completamente empática.  Debido a la autoestima que te produce dicha personalidad decides halagar a todo aquel que se cruza en tu camino hasta llegar a la autovía.

Una vez que te incorporas, te unes al veloz ritmo de los demás vehículos, provocando que cambies la emisora de la radio por una de música underground en la que pinchan los temas de mayor elaboración. Te sientes feliz por escuchar música de calidad en plena hora punta.

Tras cinco minutos, llegas a tu oficina, siempre con una hora de antelación en tu horario.  De la cual, empleas la mitad conversando, amistosamente,  con otros individuos mientras esperas por una plaza de aparcamiento. Lo que te hace llegar a tu mesa con una actitud tremendamente positiva. La sensación se incrementa al abrir tu correo electrónico y comprobar la cantidad de informes que debes analizar en el día de hoy.

En ese preciso instante, tu compañera pasa por delante. ¡No! Hoy lleva el vestido rojo ceñido. Preferías el modelo de ayer, un jersey holgado y unos pantalones de campana. En cualquier caso, prestas más atención en analizar porqué las mujeres, cada día, optan por una indumentaria diferente, antes que valorar sus curvas. Rápidamente desechas de tu mente unas cien millones de posturas sexuales que podrías realizar en el lavabo, considerando que a la mujer hay que valorarla por su interior. Acto seguido, ella te mira, te saluda, te sonríe; Por lo que piensas que, muy probablemente, ella también haya desechado de su mente las mismas posturas. Sonríes. Le preguntas si quiere un café. Ella contesta que sí. Tu cerebro confirma lo que pensabas con anterioridad. Un día de estos te decidirás y la invitarás a tomar unas copas para dialogar sobre los últimos avances en neurociencia.

Después, vuelves a tu mesa y pasas cuatro horas sumergido en informes financieros y facturas. De vez en cuando aparecen en tu mente imágenes del partido de anoche. Pero las rechazas de nuevo, prefieres concentrarte en el trabajo que tanto te reconforta. A continuación, miras tu reloj de tres o cuatro mil esferas, comprobando que ha llegado el momento del descanso.

A pesar de que te apetece seguir trabajando, sientes hambre, por lo que te levantas y te diriges a la mesa tu compañero; El cual ríe desmesuradamente con otra compañera, bromeando sobre la fiesta anual de la semana pasada en la que, casi todos, se mantuvieron cabales y serenos.

― ¿Vamos a tomar un pincho y una caña? ― Preguntas.

Él responde que sí, mientras se levanta y se pone su chaqueta imitando a Brad Pitt.

En el bar, casi todos hablan del partido, por lo que se genera una conversación colectiva. La conclusión de los expertos analistas deportivos es que el jugador en cuestión no sale suficientemente de fiesta, por lo tanto, le falta motivación.

Cuando acabáis el pincho y la caña, salís a fumar un cigarro. Mientras comentáis la mejor manera de convencer a las compañeras para ir a tomar algo, alguien se acerca, os pregunta por una empresa con nombre de lavadora. Lleva un currículum en la mano. Tu compañero le indica la situación exacta de la empresa, de la cual tú no has oído hablar en los cinco años que llevas trabajando en esa compañía. De repente, comienzas a pensar en cederle tu trabajo, ese tan bien remunerado que conseguiste sin a penas esfuerzo. Pero tu compañero se adelanta y juntos se marchan a hablar con tu jefe. Por lo que vuelves a tu mesa a seguir con la labor que tanto te agrada. Quizá, otro día seas tú el afortunado que ayude a otra persona en apuros.

Al pasar por delante de la mesa de tu compañera, un impulso te empuja a invitarla a salir, ya que quieres comentar con ella, urgentemente, el último trabajado publicado por John Dylan Haynes. Ella responde que le encantaría. A pesar de que tiene novio, éste comprenderá, perfectamente, que comparta conocimientos sobre el tema en el que emplea la mayor parte de su tiempo libre. Pero al oír acerca de su situación de pareja, te sientes culpable y decides invitar a su novio para que se una a la velada.

Tras acordar tomar algo todos juntos el viernes, te sientas en tu mesa y, mentalmente, reconoces que la actitud de tu compañera para contigo ha sido muy comedida. Ella, desde su mesa, piensa que quizás ha sido demasiado simpática contigo, aunque no recuerda haber emitido ninguna señal que provoque tu acercamiento. Desea que no surjan malentendidos, ya que le desagrada el hecho de imaginarse aventuras emocionales con compañeros de trabajo.

Después de otras cuatro horas, sumergido en informes, la alarma de tu reloj suena. Es la hora de largarse. Pero decides quedarte a echar otras dos horas más porque te sientes realmente parte de la empresa. En ese preciso momento, tu jefe se acerca, pidiéndote, muy educadamente, que te retires, ya que necesitas descansar.

Muy a tu pesar, te diriges sosegadamente a tu coche, el cual conseguiste aparcar muy cerca de la oficina. Una vez dentro, decides escuchar, de nuevo, a Motorhead, porque te encanta la sensación apacible que la voz de Lemmy produce en tu sistema nervioso, además no tienes ninguna prisa en llegar a casa. Sabes que la autovía, a las siete de la tarde, siempre está despejada.

Mientras el ritmo fluido de todos los automóviles se mantiene constante, reflexionas sobre el hecho de que las vacaciones de Navidad se acercan, pero debido al gran sentido de profesionalidad que profesas, decides comentarle a tu jefe, el día siguiente, la posibilidad de permanecer en la oficina durante el tiempo que duran las mismas. Te sientes repleto de energía y sin necesidad de ningún descanso.

Cuando sales de la autovía, después de un tiempo prácticamente imperceptible, un tipo realiza una maniobra extraña con su automóvil, provocando que tengas que contravolantear bruscamente. Tal acción provoca un grito inmediato de ánimo hacia el otro conductor, comprendiendo que la acción ha sido fruto del infortunio. Él extiende su dedo pulgar en señal de aprobación de tu comentario. Te quedas perplejo por unos segundos, mientras tu inconsciente manda una señal a tu consciente para que correspondas una acción tan amable y afectuosa.

Acto seguido, haces señas al otro conductor para que se detenga, invitándole a una charla amigable. El otro conductor se echa a un lado de la calle. Te sitúas detrás de él y te bajas del vehículo de una manera sosegada. Cuando estas a un metro de la puerta del otro conductor, esperando que éste se baje para estrecharle la mano; El susodicho se larga a toda velocidad gritando que tu familia debería estar muy orgullosa de ti por ser tan inteligente. Obviamente, su timidez le impide estrechar lazos. Por lo que le gritas:

― ¡Que Dios te bendiga! ―

Cuando vuelves a tu coche surge la idea de ir a tomar unas cañas con tus amigos. La rechazas de inmediato, ya que prefieres ir a cultivar tu conocimiento e ir a dormir temprano para poder rendir mejor, mañana, en el trabajo. Además recuerdas que ese sabroso sándwich de mortadela que preparaste, de buena mañana, te está esperando.  ― No se puede comparar― murmuras.

Al acercarte a tu urbanización, compruebas la singularidad y el peculiar diseño de la misma, lo que produce que una enorme sonrisa se dibuje en tu cara.

Mientras la belleza de la noche cayendo sobre la ciudad tiñe los colores de tu percepción.

Te sientes realizado.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.