Cultura

La belleza de un día cotidiano (II)

El viento me acaricia la cara mientras doy el primer trago de café.

La ciudad se despierta, con media sonrisa, desperezándose.

Me mimetizo con esa sonrisa que produce una inmensa sensación de bienestar en mis terminaciones nerviosas.

Me siento partícipe del movimiento perfecto del día a día.

Ducha caliente, como siempre, dando gracias al inventor del calentador de agua. Sin duda, uno de los placeres más inmensos que se puede llegar a imaginar.

Abro el armario. Camisa gris, pantalones negros, chaqueta negra. Me engomino el pelo y me lavo los dientes.

Me siento libre, renovado, puro. Metáfora del aclarado de ideas.

Preparo el segundo café. Su olor se extiende por todo el salón, inundado de esencia.

Albert Camus. The Outsider. Sentado en mi sillón favorito.

Sorbo de café. Humo. Serenidad. Se amplía la sonrisa.

Cruzo las piernas con cuidado, para no romper la armonía que se ha generado tras la salida del sol.

Presto atención. No se escucha ni un ruido.

Me encanta haber cambiado la rutina nocturna en la que me acostaba cuando ahora me levanto.

Al terminar el café extiendo mi mano con cuidado para coger la libreta con tapas duras de color azul y la pluma que mi hermano Alonso me ha regalado. Me encanta esa cinta para cerrarla. La retiro con cuidado, y el olor del papel penetra en mis fosas nasales.

Sin duda el mejor regalo que me han hecho este año, aparte del amor, y del dolor, obviamente.

Comienzo a escribir un poema, dejando que la tinta se extienda suavemente, observando cómo se forman los caracteres. Me siento completo.

Al terminar el poema, y como me he destruido un poquito mientras me construía, decido salir a la calle a comprobar la belleza del día cotidiano.

La gente se involucra en sus labores, con una sonrisa. Les comprendo, me comprendo a mí mismo. Puesto que mi rutina es romper con la mía; Y saborear el placer de sentirme parte del viento, el cual fluye en la mañana.

La libertad, que se manifiesta, con su contrapunto de insolencia. Advirtiéndome que puede ser mi dulce captor.

Me regocijo en la contradicción de vivir, inconmensurable.

Acto seguido decido caminar cerca del mar, observando como varía. Con la luna como influencia principal. El mar es una mujer.

De pronto, me invade el olor de un rosal, me habla, sabiamente, acerca de la vida y la muerte.

Un escalofrío recorre mi espina dorsal.

Y amplío mi sonrisa, siendo consciente de la belleza del momento interminable.

Continúo caminando, el ritmo de mis pasos se antoja como base perfecta para entonar una melodía. Así que cierro los ojos y dejo que salga mi voz.

Sin darme cuenta, el tono se eleva. Cuando abro los ojos, la gente que pasa por mi lado me mira atónita, dejando escapar una sonrisa amable.

Por supuesto, educadamente, se la devuelvo. Lo mágico de la comunicación no verbal.

De repente el hambre acecha al hombre.

Cuando me doy cuenta, tengo en frente un plato de pasta con salmón y crema. El primer bocado libera tanta serotonina que exclamo: “Esto es la vida”

Después miro hacia el mar de nuevo. Un hombre de unos sesenta años bracea entre las olas, su cuerpo está más colorado que el tomate que acompaña al salmón en el plato. Cuando sale del agua me doy cuenta de su fuerza, de sus ganas de vivir. Aquel hombre parece más sano que yo. El ejemplo del día.

Cuando termino mi comida decido inmiscuirme en la vorágine de una de las calles más abarrotadas de la ciudad, como un átomo que decide unirse a sus hermanos en la vibración infinita.

Muchos de mis compañeros de tarde parecen tristes, sus problemas les invaden, les impiden contemplar, a cada paso, la inmensa belleza que se esconde en un día cualquiera.

Inevitablemente me hace reflexionar sobre la definición de libertad que a lo largo del año pasado he ido desarrollando. “Solo el que controla su mente es ciertamente libre” ― Vuelvo a repetirme. Como cada día.

(Nada mejor que darse ánimos a uno mismo)

Pienso en el equilibrio que todo el mundo comenta. Sin duda, de valor innegable para los temerosos del conocimiento. De hecho, todo aquel que recomendó tal estilo de vida primero se deshizo en sus propias vivencias.

El proceso inherente a cualquier ser humano.

Por lo tanto me reafirmo en mi propia filosofía de vida, bautizándola como Dinámica.

De una manera natural he ido deslizándome por tantos recovecos sociales, por tantas situaciones, por tantas expresiones de personalidad; Qué resulta inevitable y perjudicial engañarme a mí mismo con otra pamplina.

Tras años de experiencia me he dado cuenta de dos factores principales para el que se adentra en la búsqueda de la verdad:

  1. Jamás podrá conocer la totalidad de la misma. Ya que el universo, la mente; Es interminable. Se expande. En su propio infinito. Por lo tanto solo queda emplear el tiempo en conocer el mayor número de puntos de la misma.
  1. Todo lo que vea será relativo. Pongamos por ejemplo que la verdad es una gran montaña. ¿Acaso podemos ver todas las laderas al mismo tiempo?

Además, desde la ladera en la que nos situemos, nuestra visión se verá distorsionada por multitud de elementos que incluso impedirán ver la totalidad de esa ladera. Es más, todos esos elementos también forman parte de la montaña.

Analogía con los pensamientos.

Por otra parte y debido a que es completamente imposible llegar a conocer todos los elementos de la montaña, debemos tener en cuenta que existen dos maneras fundamentales de afrontarlo.

a)    Poniendo un objetivo claro de lo que queramos ver. Por ejemplo: Recorrer la distancia desde el punto en el que nos encontramos hasta la cima de la montaña. Inevitablemente en ese recorrido nos encontraremos con más de un elemento que distraerá nuestra atención.

b)    Como es mi caso en este momento, que he decidido salir a la calle para contemplar la belleza del día cotidiano y de repente me he topado con la búsqueda del conocimiento. Como el que se encuentra uno de esos elementos y decide analizarlo. Indudablemente forma parte de la belleza del día cotidiano.

Si nos decidimos a seguir hacia delante, nos perderemos un hermoso elemento que forma parte de la misma. Pero al mismo tiempo perderemos el tiempo en el objetivo que nos hemos marcado, con la consecuencia de que se haga de noche por el camino.

La diferencia es ser conscientes de ello. De esta manera sabremos que si decidimos observar ese elemento como parte del recorrido por la montaña, no habremos perdido el tiempo en absoluto. Por lo tanto eliminaremos la frustración que nos habrá producido no haber cumplido con el objetivo antes marcado.

Algo a tener en cuenta a la hora de pararse a analizar un elemento es la posibilidad de analizarlo en cualquier otro momento. De hecho, todos estaremos de acuerdo en que mañana podremos recorrer de nuevo la distancia hasta la cima, pero raramente es posible encontrarse con un zorro.

Algo diferente sería encontrarse con un arbusto. El cual podremos analizar mañana y sería innecesario posponer el objetivo por el mismo.

En este caso, como la búsqueda del conocimiento siempre estará ahí, como el arbusto, decido seguir con el objetivo de hoy. Ya que se está haciendo de noche y ese momento del día prefiero reservarlo para otros asuntos.

Mientras sigo caminando, observo como el atardecer aparece con sus colores espléndidos mimetizándose en las azoteas de los edificios.

Obviamente, disfrutar  de la belleza del día cotidiano no se parece en absoluto a comprobar la distancia hasta la cima de la montaña.

O quizás sí (Risas)

PAZ

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.