En la ceremonia del Congreso, durante el Debate sobre el estado de la Nación, el coro invitó a cantar a Rajoy. Cante usted, señor Rajoy. Él no lo hizo. Guardó silencio.
Nombrar a Bárcenas, Sepúlveda, Gürtel, no hubiera sido políticamente correcto. Hubiera sido como mentar la soga en la casa del ahorcado. Hubiera sido de muy mala educación, impropio de todo un registrador de la propiedad.
El Presidente, que lo es del Gobierno español, nos ajustó las cuentas. Vendemos más que compramos. Eso está bien. Porque si dejamos de vivir por encima de nuestras posibilidades, conseguiremos poner al País en marcha. Se ha perdido el tiempo y ahora hemos de ir en busca del tiempo perdido. Es nuestro deber para conquistar el futuro. Merecemos la confianza que nos otorgan ahora quienes hace un año nos la negaban, augurándonos un futuro incierto. ¿Culpable éste mi Gobierno? La subida del paro, el desmantelamiento de la sanidad, la educación y la atención a la dependencia ese es mi deber, aunque ciertamente no fue mi palabra electoral.
Cantar sobre la apropiación particular de lo público ahora no toca.
Rajoy vino, vio y venció.
Sin necesidad de nueva ley electoral, listas abiertas y circunscripciones distintas. No se precisa más participación, sino más votos.
Contra la corrupción ofreció un pacto, lo más extenso. Para prevenirla, investigarla y castigarla en su caso. Un pacto entre nosotros ancho, que una gran capa todo lo tapa.
El Presidente avisó contra disensiones territoriales frente a la unidad de España y anunció que a los jóvenes había que educarlos para el trabajo.
Un discurso ajustado: Una anterior política a quien echar las culpas, ser parcos en el gasto, un Presidente que cumple con su deber y una capa ancha para tapar la corrupción. Además educación para la competitividad.
¿Para qué airear las penas familiares que deterioran nuestra fama? España mañana será lo que será, si el sol no derrite la nieve.
Señora Merkel, usted tiene la palabra.
