Cultura

El fracaso de la filosofía

Bien mirado, los grandes filósofos que en el mundo han sido no han hecho sino dar vueltas al mismo pilón: todos han querido desentrañarse a sí mismos, comprenderse a través del espíritu, ver con claridad la luz de sus más íntimas esencias humanas. Y así, desde la intimidad, conocer el contorno y reconocer al semejante en su dimensión más exacta, más verdadera, más cierta. Otros, por el contrario, parten de lo universal para llegar a lo particular, mas el resultado viene a defraudar igualmente sus expectativas. Hoy por hoy, el hombre no se conoce a sí mismo mejor de lo que se conocía el hombre del Renacimiento. Porque a fin de cuentas, cada individuo que nace es irrepetible y todos, sin excepción, tenemos carencias, miedos, deficiencias e interrogantes de urgente dilucidación. Cada ser humano es un cúmulo de misterios para sí y para los que le rodean. Es un error grave, por esto mismo, creer que la filosofía ha contestado ya las principales preguntas del ser humano. Se sabe mucho de escuelas, de grandes pensadores, de sistemas y métodos, incluso de proximidad objetiva a la verdad soñada, pero las interrogantes planteadas que afectan al meollo del espíritu, esas que acucian al ser humano desde tiempos inmemoriales, que inquietan, que aturden, que hacen del hombre un ser ignorante de sí mismo en lo esencial, todavía están sin contestar. O si están contestadas en parte, la respuesta viene a ser parcial y sirve únicamente para acallar en mayor o menor medida una serie limitada de inquietudes y desasosiegos.

Marinoff es uno de los representantes de la filosofía práctica

Marinoff es uno de los representantes de la filosofía práctica

El autor del best-seller titulado «Más Platón y menos Prozac», el canadiense Lou Marinoff, apela a Aristóteles, Confucio y Buda en su libro titulado «El término medio». En España, el libro lo ha puesto en circulación Ediciones B —con una simpática aunque infortunada portada— bajo el título «El abc de la felicidad». El autor es doctor en Filosofía por la Universidad de Londres, ha ejercido la docencia en el City College de Nueva York y, si no estoy mal informado, actualmente investiga y trabaja en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es uno de los pioneros en lo que podríamos denominar “movimiento de filosofía práctica”; filosofía que, igual que en siglos atrás, se preocupa de responder a las preguntas acuciantes que el hombre común se hace desde que el mundo es mundo.

La filosofía, como conjunto de multisistemas, parece un fracaso notable. Pero de dicho fiasco vamos entresacando poco a poco algunas conclusiones parciales que no son despreciables a la hora de mejorar el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y de nuestra sociedad contemporánea. Me parece que Marinoff no inventa la rueda, pero aún así tiene su mérito; se limita a publicar libros donde se apoya en los filósofos conocidos para ofrecer respuestas a los seres humanos del siglo XXI, aunque sean respuestas paliativas. El escritor recurre, como digo, a la inspiración de Aristóteles, Buda y Confucio a fin de reflexionar sobre los problemas que plantea la vida al ciudadano de a pie. Postula de antemano que el sufrimiento humano está causado, o agravado, o no aliviado al menos, por los extremismos de diverso tipo. Marinoff apela a esos pensadores que enseñaron formas de eliminar el sufrimiento innecesario y dieron sus consejos para que los seres humanos pudiesen realizarse como personas de la mejor manera posible. En realidad, la filosofía no ha pretendido sino paliar la infelicidad de los individuos, darles una explicación racional de sí mismos, hacerles comprender la importancia de sus vidas. Esta corriente de filosofía práctica fue impulsada por Gerd Achenbach en Alemania. Arraigada desde hace al menos dos décadas en Holanda y Reino Unido, fue popularizada luego por Marinoff y otros filósofos. En resumidas cuentas, sus libros pretenden llevar a un ámbito popular los principios y hallazgos filosóficos de grandes pensadores. En «El término medio», el ensayista intenta ofrecer vías de solución a una serie de problemas de la sociedad actual (globalización, fundamentalismo político y religioso, entre otros) a través de consejos filosóficos extraídos de los mentados pensadores. Se echa de menos, en cierta forma, una proximidad mayor a esas preguntas personales que no invaden sino el recinto de lo íntimo, sin llegar a los abiertos espacios sociales.

Convencido de que el mundo atraviesa por un período de polarización radical, Lou Marinoff apuesta por lo que Aristóteles llamaba término medio, concepto que asocia el profesor canadiense a unos comportamientos ideológicamente tolerantes, moderados, sin extremismos. «Hoy tenemos un mundo lleno de extremos de todo tipo. En política, en religión, también en economía; cada vez hay más extremos de riqueza y pobreza. La gente busca algo de moderación, algo de razón en sus vidas, el término medio», escribe el autor en su trabajo. «Nuestras vidas  son hoy —añade luego— cientos de veces más complicadas que las de nuestros abuelos. Y con la complejidad llega la fragilidad y la inestabilidad. Por eso surge el fundamentalismo», asegura. Y se muestra partidario de que valores como la tolerancia, la serenidad, el esfuerzo y otras virtudes seculares que están desde hace siglos en la gran filosofía, se enseñen de nuevo en las escuelas y centros de enseñanza.

Estamos seguros de que para aseverar estas cosas no hace falta ser filósofo de profesión; cualquier ciudadano medianamente formado podría tener la misma tesis, y de hecho yo conozco al menos una docena de personas sensatas, de distintas edades y formación, que la firmarían con absoluto convencimiento, empezando por mí mismo. En realidad, lo que Marinoff predica es la bondad y racionalidad del ser humano, la necesidad de ser honestos, sociables y generosos mientras convivimos con los demás. Marinoff utiliza los medios de comunicación de masas para resaltar mensajes positivos dirigidos al ciudadano medio, ese que ficha en la oficina a las ocho en punto, se toma el café a las once con bollería industrial y sale corriendo a las tres de la tarde harto de papeleos o de rutina. El hombre de la calle, pues, también puede mejorar su vida, puede intentar entenderse y comprender su esencia gracias a la filosofía de Aristóteles o de Platón, de Kant o de Spinoza. Es cuestión de actualizar los postulados de dichos pensadores y de aplicar lo que dijeron en su día a la circunstancia compleja del hombre actual. Y si somos juiciosos en esa actualización, nos daremos cuenta pronto de que, fundamentalmente, el hombre siempre ha tenido y tendrá las mismas grandes dudas: quién soy yo realmente, por qué motivo estoy aquí ahora y cuál es mi destino. Y para estos grandes enigmas, creo que no tendremos contestación exacta jamás, a no ser que nos conformemos —como viene sucediendo habitualmente, qué remedio— con las respuestas estándar de una ciencia tecnicista que no aporta felicidad al ser humano, sino mayores interrogantes si acaso y no pocas servidumbres. Lo malo de las respuestas científicas, por muy interesantes y racionales que éstas sean, es que no encierran valores espirituales, que es lo que los seres humanos precisan con urgencia para la vida en plenitud. La gente corriente te dice que la Filosofía con mayúscula solo sirve para plantear los dilemas, pero que no da soluciones a la infelicidad, a la depresión, al trato con los hijos, a la ansiedad, a las graves e históricas interrogantes del ser humano. Aún no sabemos con exactitud qué origino el universo, ni siquiera por qué nos hallamos aquí cada uno de nosotros. Por eso anotaba antes el estrepitoso fracaso de la filosofía en tanto no ha podido darnos soluciones y respuestas satisfactorias. Al menos, eso sí, es una disciplina que establece vías de análisis válidas para aproximarnos a la resolución de los enigmas humanos.

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Sobre el autor

Ricardo Serna

- Doctor en Patrimonio
- Licenciado en Filosofía y Letras [Historia]
- Máster en Historia de la Masonería en España
- Diplomado en Estudios Avanzados de Literatura Española