Cultura

Umbrales de otoño, de Mariluz Escribano

El color de la memoria

Umbrales de otoño, de Mariluz Escribano

Mariluz EscribanoUmbrales de otoñoPoesía HiperiónMadrid, 2013

Confieso que he vivido y a veces soy dichoso / con estas tres monedas que viertes en mi mano: / la ausencia y el dolor y el recuerdo de verte / abrasado en la luz que juntos compartimos”.

Con estos cuatro hermosos alejandrinos, y a modo de frontispicio, se abría el poemario Recurso a la memoria, del desaparecido poeta berciano Antonio González-Guerrero, con el que obtuvo el XXIV Premio “Bahía” de Poesía. Y traigo aquí estos versos porque después de leer Umbrales de otoño de Mariluz Escribano ha regresado del salón de mi memoria la imagen de Antonio, porque ambos autores tienen el don, la capacidad, de manejar con verdadera maestría el arte de componer poesía, ambos son orfebres de algo tan complicado como es la arquitectura métrica, una estructura verdaderamente armónica en donde el verbo late sin que se perciba la existencia de ese armazón preconcebido con el que dar cabida al pensamiento, a la idea o a los sentimientos, y porque ambos comparten el recurso de lo memorístico como palanca desde la que poner en movimiento todo su universo poético. Ausencia, dolor y recuerdo convergen en la poesía de Escribano hacia el lugar común de la memoria.

La autora hace funcionar la memoria como método, como motor del libro. Y es, precisamente, este milagro el que se experimenta al leer los poemas de Umbrales de otoño, en donde la poeta hace de su historia testimonio plenamente estético, perdurable y universal. Escribía Rilke en sus Apuntes de Malte Laurids Brigge que:

para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace falta conocer a los animales… es necesario pensar en caminos de regiones desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas… es necesario tener RECUERDOS de muchas noches de amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se cierran. Es necesario aún haber estado al lado de los moribundos, haber permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación con la ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta con tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que se convierten en nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra de un verso”.

Y este es el caso, pues en el poemario de Escribano todos los recuerdos, la experiencia vivida, el acontecer del pasado, se engarzan como un magma lírico para constituir al poema, desde la memoria universalizada, no como un fragmento de la vida de la autora, sino como una realidad transfigurada. La historia no es un simple acta notarial de la vida de la escritora, ni una crónica o una autobiografía, sino una realidad transubstanciada por el recurso de la memoria, de donde van emergiendo recuerdos, imágenes, experiencias, la voz de la emisora de Paris, justo a  las diez de la noche (p.37), una niña dorada de ojos de agua (p.45), el luto por Federico (p.53), el padre del que todos decían que heredó una bandera (p.49) y Granada, siempre las calles de Granada (p.54). Ese talento en contar las experiencias se hace milagro poético en el instante en que la autora logra universalizar a los personajes y convertirlos en nosotros mismos, hacer posible que nos identifiquemos con ellos de tal manera que nos llevan, también, a nuestros recuerdos, y nos sanan, y nos redimen, y nos salvan. Este es uno de los grandes logros del poemario de la autora granadina: la identificación inmediata del lector con el texto, gracias a ese proceso de universalización, imprescindible en la labor del poeta, que le faculta para hacer de lo particular lo general, tal y como lo ha expresado con precisión Antonio Enrique: “el testimonio -del poeta- elevado a categoría de símbolo plenamente estético, perdurable y universal, pues el poeta es quien, más que mira, ve y, más que ver, elabora lo que mira“.

Mariluz Escribano

Mariluz Escribano

En el aspecto puramente formal destaca en la escritura de Escribano la perfección del ritmo endecasílabo (poema “Carmen de los Mártires” y otros tantos versos) y la profusión de versos alejandrinos (como los poemas “A veces digo agua”, “Tus manos son dos fuentes”, “Nuestra historia”, “Tanto otoño” o “Vivirás en mi verso”). La armoniosa cadencia con que está escrito el poemario me hace recordar el suave rumor musical de las aguas que corren por los canales de la Alhambra. Esa templanza rítmica confiere al texto la eufonía necesaria para acompañar a la voz poética. Voz que se sustenta sobre un lenguaje claro, preciso, entendible y directo. Decía Pound que el poeta no puede escribir algo que no sea capaz de decir en una conversación. Este es el caso de Escribano, en quien precisión y claridad se dan la mano, haciendo alarde de un tono asequible, incluso casi coloquial, con capacidad de establecer un discurso poético de gran calado, de inmensa profundidad, absolutamente sensible.

Dividido en dos partes, de diecisiete y dieciocho poemas respectivamente cada una, el libro supondrá un espacio reflexivo donde el lector va a encontrar una poesía precisa, con una arquitectura sólida, elaborada a base de un lenguaje limpio y muy cuidado. Escribano establece un campo semántico continuo a lo largo de todo el poemario (otoño, lluvia, tarde, soledad, silencio, tristeza, etc.) para crear o recrear el mundo o espacio poético desde el que proyectar, con una equilibrada serenidad, un lugar reflexivo en donde hacer presente la memoria. Escribía Jaroslav Seifert que “recordar es la única manera de detener el tiempo”, y es este es el mecanismo empleado por nuestra autora para anular el conjuro del destino y hacer posible el prodigio de devolverle su madre a aquella niña que la observaba trabajar “entre papeles, / libros, lapiceros y bordados” o a su padre cuyos “ojos, ya estrellados y dormidos, / olvidaron las últimas / heridas de la pólvora en el aire” o a otros personajes, reales o ficticios, que conforman su universo lírico.

Pero nos perderíamos en forrajes que ocultan la hermosa visión que existe detrás de la maleza y nos extraviaríamos en extensas disecciones meramente colaterales si solo detuviésemos nuestra atención en lo puramente formal, que siendo fundamental en este texto no es, sin embargo, lo esencial. Hablaríamos de laberínticos conceptos y obviaríamos aquello que decía Wilde: “el hombre no ve las cosas hasta que ve su belleza”. Mariluz Escribano ha encontrado la belleza, la ha descubierto en el color ocre de la memoria de otoño y ha comenzado a hablarnos de ella: “Mi mano está escribiendo el color del recuerdo”. Esta es la esencia de Umbrales de otoño.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.