Cultura

La vida en los hoteles

Nota 2.

Esta semana estoy fuera.

Por motivos laborales me han mandado a hacer un curso a un lugar en el que nunca había estado, Calatayud, a una ciudad, pues para mí lo es, con veinte mil habitantes, más o menos, teniendo en cuenta que “pueblo” es para mí una entidad con unos mil o mil quinientos vecinos, al igual que el mío. Bonita ciudad, por cierto, pero no quería hablar de eso ahora.

El domingo por la noche llegué, y tras dejar las cosas en el hotel, anduve por el Paseo de las Cortes de Aragón en busca de un bar en el que saciar mi apetito. Algo sencillo, un par de cervezas y un par de pinchos. Suficiente para ir a dormir.

Esa noche fue tranquila, pero comencé a experimentar eso que algunos llaman “la soledad de una habitación de hotel”.

Conecté el ordenador a la red wifi que el lugar pone a disposición de los inquilinos, y navegué por los recónditos lugares de la gran maraña internauta que me gusta visitar.

Media hora más tarde llegó a mis oídos lo que parecía ser el gemido de una mujer al otro lado del muro que separa mi habitación del pasillo. Pensé que algún residente se estaba dando un homenaje viendo una de esas tórridas películas que tanto me gustan. Pero afiné el oído, pues los gemidos me parecieron muy reales.

Tras unos segundos de silencio, me percaté de que no era una película, sino que a tan solo tres metros en línea recta de donde yo me encontraba una pareja follaba de forma salvaje. Confieso que salí al pasillo para ver de qué habitación provenían dichos gemidos, y fui hasta la puerta de la misma, puse mi oreja ahí, pegada, y lo que en principio era gozo femenino, al instante se convirtió en dos personas gozando la una de la otra. Confieso que mi nivel de excitación aumentó considerablemente.

Pero no quería yo hablar tampoco de eso.

La historia comienza el Lunes por la mañana, cuando llego al centro en el que imparten el curso, y me encuentro con otras quince personas a las que no conozco de nada. Ahí comienza todo.

En ese momento todos somos unos desconocidos. Bueno, no todos. Algunos venían juntos de la misma empresa, y eso es una ventaja.

hotelTras la primera hora de clase, en el primer descanso, los primeros acercamientos se van dejando observar muy sutilmente, y las primeras tomas de contacto van dándose, creando la inevitable jerarquía social que se forma en todo grupo desde un primer momento. Los hay más habladores, que llevan la voz cantante, más callados, e incluso esos que apenas hablan después forman grupos entre ellos en los que, de igual manera, uno es el macho alfa, por llamarlo de alguna forma.

Ese primer medio día ya vamos a comer juntos un grupo de cinco, y los lazos entre nosotros se van afianzando.

Pero no hemos de hacernos ilusiones.

Del grupo de quince personas, por edades y demás características personales, o por simplemente la condición humana, parece ser que soy uno de los pocos que no tiene pareja, ni hijos, ni nada por el estilo. Y eso es lo que me lleva a caer en algo: aquí somos lo que somos, pero somos lo que somos tan solo aquí.

Madres que disfrutan de una semana sin sus hijos, padres que hacen lo mismo, que viven ajenos a cualquier obligación de su día a día. Y en esa tesitura se desarrolla nuestra semana. Y me parece interesante. Parece como si esta semana fuese un oasis en medio de un desierto, o un pequeño desierto dentro de un gran oasis, según como cada cual viva su vida.

Yo me relaciono con uno, con otro, confieso que de una forma no demasiado íntima. Las conversaciones son superficiales, se toca todo lo que un grupo de personas puede tocar en una conversación que no lleva a ningún sitio. Pero esas conversaciones, carajo, me encantan.

Por las noches salimos, tomamos unas cañas, y alguno incluso hasta una copita.

Todo eso termina el Viernes. Cada uno vuelve a su rutina, a su vida.

A mí me tocará volver a mi vida errante, a vivir cada semana como una semana de curso en una ciudad diferente. Y confieso que me encanta, la vida en los hoteles.

Por cierto, que no he vuelto a escuchar follar a los de al lado, aunque sí que escucho al hombre entrar y salir, en solitario. ¿Será el mismo hombre? Si es así, ¿quién era la chica? ¿Será otro diferente?

La vida en los hoteles da para mucho, que cada cual saque sus propias conclusiones.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.