Sociopolítica

Suárez y el mito de la transición política

El exilio español confiaba que, terminando la Segunda Guerra Mundial, España sería invadida y restaurada la IIª República. La consecuencia  hubiera sido la presencia de los comunistas en España, país que quedaría, junto con Francia e Italia, bajo la influencia de Moscú en un área de interés estratégico británico. El exilio republicano, con la excepción de Prieto y sus aliados, no entendió que su objetivo de restaurar la República quedaba en la periferia de los intereses británicos y soviéticos. De manera que ni Churchill ni Stalin movieron un dedo por restaurarla. Stalin ni tan si quiera lo movería para sustituir a Franco por una monarquía parlamentaria. En ese equilibrio de poderes y años después por el interés norteamericano por incorporar España en la esfera de intereses estratégicos que estaba organizando en el Mediterráneo y Oriente Medio, Franco pudo mantenerse en el Poder y posteriormente consolidar su posición.

En el área tradicional de influencia británica, el Mediterráneo y el Atlántico del Sur de Europa, que pasó a ser de interés estratégico norteamericano durante la Guerra Fría, la  transición española estuvo precedida por dos transiciones: la de Portugal iniciada en abril de 1974 y la de Grecia en julio del mismo año. En ambos casos, un sector del Ejército favoreció, por acción u omisión, la transición de una dictadura militar a una democracia, el capitalismo no fue cuestionado y en ambos casos los intereses estratégicos norteamericanos fueron  preservados. Estos dos países siguieron perteneciendo a la OTAN. Grecia después de un pequeño lapsus reingresó. España no cuestionó, en ningún momento, los intereses norteamericanos acordados en 1953, para entrar de la mano del aliado socialdemócrata norteamericano, el PSOE, en la OTAN, años después; ni cuestionó los intereses de la Iglesia Católica, cuyo Concordato del mismo año, sigue sin haber sido denunciado.

En 1976 aprobada la Ley de Reforma política, se iniciaba la transición política española desde las leyes de la dictadura franquista a un sistema político democrático contenido en la Constitución de 1978. Según la Ley de Referéndum aprobada en octubre de 1945 cuando Franco se sintió más amenazado por la condena que contra él proclamó la Gran Alianza reunida en Potsdam, el pueblo español podría elegir, si era convocado para ello, una transición desde la dictadura a la democracia. En abril de 1947, tras la resolución de la ONU del 12 de diciembre de 1946 que en su segunda recomendación indicaba el deseo de que el régimen fuera sustituido por un Gobierno representativo y responsable, Franco dio el segundo paso que indicaba la salida de su propio Régimen, aprobando la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado. Un mes antes, en febrero, los monárquicos crean la Confederación Española de Fuerzas Monárquicas, CEFM, integrada por Gil Robles de Acción Popular, Sáinz Rodríguez de Renovación Española y Rodezno de Comunión Tradicionalista.

Al mismo tiempo, Indalecio Prieto, que había entendido que con la ley de Referéndum y la de Sucesión se podría evolucionar desde dentro del franquismo a una monarquía parlamentaria, temiendo que Franco y D. Juan se pusieran de acuerdo sin contar con los socialistas, elabora su estrategia de alianza con los monárquicos precisamente para impedir que la transición se hiciera sin la participación socialista, abandona su pasividad en el exilio mexicano,  se presenta en la reunión de delegados departamentales del PSOE, toma la iniciativa y consigue, contra la posición de la Ejecutiva en Francia, que se apruebe su política de llegar a un acuerdo con los monárquicos para, vía referéndum, sustituir el Régimen franquista por una forma de gobierno monárquica o republicana. Acto seguido se pone en contacto con Bevin, Blum y otros representantes del Gobierno francés, mientras Trifón Gómez viajaba a entrevistarse con el Departamento de Estado norteamericano.

En enero de 1948, un año después de proclamada la “doctrina Truman”, el Presidente norteamericano aprobó la “normalización de relaciones con España”. Inmediatamente Culberston enviado por el Departamento de Estado se entrevista con Martín Artajo, Ministro de Exteriores español. Poco después, en febrero, D. Juan llega a Washington donde se entrevista con responsables del Departamento de Estado. Días después, el 20 de febrero, Franco reúne el Consejo del Reino cuyos miembros juran sus cargos dejando un puesto vacante para un representante de D. Juan. En marzo, Myron Taylor, que había sido representante de Truman en el Estado Vaticano, se entrevista con Martín Artajo. En marzo la Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó la inclusión de España entre los países beneficiarios del Plan Marshall.

Ese mismo mes se celebró el III Congreso del PSOE en el exilio donde es aprobada la política de Prieto. El 25 de agosto D. Juan se entrevista con Franco. Tres días después, El conde de los Andes, en nombre de la C.E.F.M. firma con Prieto “Las bases convenidas para resolver el problema español”, conocidas como Pacto de San Juan de Luz. Días después el Presidente del Gobierno vasco, Aguirre, la Alianza Republicana de España en Francia, Izquierda Republicana en México y la A.N.F.D., Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas manifiestan su conformidad con las bases. En febrero de 1949, la prensa española difunde las declaraciones hechas por Franco al “Daily Telegraph” en las que, entre otras cosas afirmaba: “Nuestro Régimen de constitución abierta y la institución del referéndum permiten en cualquier momento un progreso y perfeccionamiento” ( Mundo nº458, p. 247).

Meses después, el Comité Interior de Coordinación, C.I.C. que había sustituido a la A.N.F.D. (Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas) publica un llamamiento en el que anuncia que la hora de sustituir al Régimen ha llegado. El 4 de septiembre Prieto recibe de Gil Robles un documento que se manifiesta en el mismo sentido. En el interior, España, socialistas y anarquistas que junto con monárquicos integran el C.I.C. consideran que el alto clero y parte del Ejército están dispuestos a sustituir el Régimen. Todo parecía preparado. Sin embargo en 1950 pareció cambiar el rumbo de la situación. En noviembre la O.N.U. aprueba una nueva resolución dejando intactos la introducción y la segunda recomendación. En diciembre se anuncia la vuelta del embajador norteamericano y en 1951 el almirante Sherman se entrevista con Franco. Momento en el que éste parece sentirse, por fin, consolidado en el Poder. ¿Qué había ocurrido para que fracasara la transición propuesta por Gil Robles y deseada por Prieto?

franco-y-suarezEn la introducción a las Actas del Congreso sobre “La oposición al Régimen de Franco”, organizado por el Departamento de Historia Contemporánea de la UNED, en 1988, el historiador Xavier Tusell afirma que las razones del fracaso de la oposición al Régimen es  una de las grandes cuestiones historiográficas.

Si para la oposición, aunque mejor sería hablar de oposiciones, el problema de España era internacional, la solución tenía que proceder de las potencias que de aliadas durante la IIª Guerra Mundial, pasaron a ser enemigas durante el período conocido como “guerra fría”. Posicionar la solución al problema español en la arquitectura geopolítica que fue construyéndose durante la guerra mundial, hasta configurar una política de bloques en la posguerra, exigía la alineación de esas alternativas en el ámbito de los intereses estratégicos de uno u otro bloque. De ello dependería, inevitablemente, el éxito o el fracaso de las alternativas políticas a la Dictadura. Y del tiempo que, en opinión de Prieto, se perdió por presentar una estrategia inadecuada para las potencias occidentales, para Inglaterra, primero, y para Estados Unidos después, en los años inmediatamente posteriores a la guerra mundial.

Identificada la cuestión española, como un problema internacional, la investigación debe situarse, metodológicamente, en ese contexto, para analizar la realidad del mismo, por ejemplo: ¿por qué razón Stalin no declaró beligerante a España y prefirió, en la posguerra, que se mantuviera el Régimen ante la posibilidad de que monárquicos y socialistas pudieran sustituirlo?,  y para realizar un estudio comparativo entre las diferentes alternativas de la oposición y su adecuación a uno u otro bloque.

Desde diferentes perspectivas se han dado diferentes argumentos, para explicar las razones del fracaso de las alternativas al Régimen. Tusell, en el Congreso citado, habla de que la política no intervencionista favoreció a Franco. Cierto. Y sin embargo la estrategia de Prieto, y la de las ejecutivas que le sucedieron, se basaron en intentar que ninguna potencia interviniese en el Régimen, por lo que habrá que analizarlas razones de  esa estrategia.

H. Heine lo atribuye a “una política marcada por la ambigüedad y  la doblez de las potencias anglosajonas”[1]. Y sin embargo, Llopis rechazó la “nota tripartita” porque era una solución dirigida a los militares y no contaba con los republicanos, mientras que Prieto no se cansará de afirmar que su estrategia tomaba como referente político esa nota y la Resolución de la ONU de 1946. Luego, si para Prieto no hubo ambigüedad ni doblez, no se entiende muy bien por qué razón sí la hubo para Heine. Opinan como éste  A. Alted y A. Mateos[2], quien, por otra parte, afirma que el “PSOE elaboró una fórmula de transición intermedia y profundamente democrática”[3]. Y sin embargo, la ejecutiva francesa elaboró una alternativa, Prieto otra completamente diferente, y la ejecutiva interior estuvo vinculada, momentáneamente a otra protagonizada por los monárquicos, la del CIC. Y en el Vº Congreso del PSOE se introdujeron importantes matizaciones con un cambio en cuanto a la prioridad de los aliados. Y así hasta la transición democrática, muerto Franco. Razón por la cual, también habrá que revisar si hubo o no una o varias alternativas.

Fernando Baeza[4], y esta es una opinión generalizada, opina que desde agosto de 1951 el PSOE  se consideró desligado del Pacto de San Juan de Luz, porque D. Juan propuso a Franco que se pusiesen de acuerdo para preparar un régimen estable. Y sin embargo, en contra de esta opinión, hay que decir que no es hasta el Vº Congreso, en 1952, cuando se abandona la prioridad de la alianza con los monárquicos, pero no la estrategia de aislamiento, que seguía siendo el quid de la cuestión, y no por la razón dada por Baeza y en general por cuantos han escrito sobre este tema, sino porque Franco, tras la visita del almirante Sherman, había reequilibrado su posición. Tras la derogación de la 1ª y 3ª recomendaciones de la Resolución de la ONU de 1946, en noviembre de 1950, Prieto dimite, sin que su dimisión tuviera ninguna relación con los monárquicos, sino porque llegó a la conclusión de que se quería romper el aislamiento de Franco, y por lo tanto, su estrategia aislacionista fracasaría.

Los hermanos Martínez Cobo afirman que el PSOE combatió la política de bloques “de cuyo enfrentamiento, es decir, la guerra fría, se aprovechaba Franco para mantener su régimen”[5]. Y sin embargo, la ejecutiva francesa se alineó con las tesis comunistas y Prieto con el bloque occidental, mientras creyeron que era útil a su estrategia. El criterio seguido por la dirección no fue el de estar a favor o en contra de los bloques, sino a favor de quienes contribuyeran al aislamiento de España o a intervenir contra el Régimen. De manera que unas veces podían estar a favor y otras en contra de los bloques. Sin embargo, la Internacional Socialista en su declaración de principios de Frankfort, de 1951, se distanciaba claramente del comunismo “instrumento de un nuevo imperialismo” y no de los Estados Unidos, “arsenal de la democracia”. No así el PSOE que a raíz de la firma de los pactos hispanoamericanos consideró que Washington les cerraba el camino, por lo que no dejarían de criticar y distanciarse de los Estados Unidos, a contracorriente de los demás partidos socialistas.

La presente investigación tiene como objeto de estudio analizar las posiciones políticas del PSOE y otras fuerzas políticas,  ante la situación internacional, para acabar con la Dictadura,  subdividido en dos períodos: 1945-1953, que contiene la aportación revisionista fundamental de esta investigación, y 1954-1978, como una reflexión contrastada con el anterior período. Se fundamenta esta periodización en que la misma dirección del PSOE llegó a la conclusión de que, tras la entrevista de Franco con el almirante norteamericano Sherman, en julio de 1951, y la firma de los tratados hispano-norteamericanos, 1953, Franco había reequilibrado su posición. Por lo que los años 1951-1953 delimitan un antes y un después en la historia del Régimen franquista y de la oposición, en concreto de la socialista. El PCE llegará a parecida conclusión no como consecuencia de un análisis de la situación en España sino en aplicación de la política de coexistencia pacífica aprobada por el Partido Comunista de la U.R.S.S. en 1956 que Carrillo mitificará como “reconciliación nacional”. A la luz de esta investigación se irán revisando las opiniones de los historiadores a que me he referido: Tusell, Mateos, Heine, Martínez Cobo, Baeza… Se complementa este primer bloque con un segundo bloque, más conocido, pero escrito ignorando aquél y excesivamente mitificado por la izquierda socialista y comunista, tal vez porque ni cuestionaron la restauración de la monarquía, ni defendieron la neutralidad de España, ni atacaron los intereses y privilegios de la Iglesia Católica respetando el Concordato franquista de 1953.

Para realizar esta investigación no es suficiente recurrir a la documentación diplomática, conocida y divulgada en diferentes trabajos, ni a las actas de los Congresos del PSOE y de las Ejecutivas. Es necesario analizar “El Socialista”, en el exilio, no sólo por ser el órgano oficial en el que se difunden las opiniones de la dirección socialista, sino porque en él se recogen los análisis socialistas sobre la situación internacional y su posicionamiento, guiados por el criterio de que todo lo que aísle al régimen de Franco es bueno para la oposición y lo que no lo aísle, es malo.

Al hilo de la opinión de los hermanos Martínez Cobo, una realidad era evidente: la posición estratégica de España no podía pasar desapercibida para las grandes potencias. De manera que la neutralidad era una posición política de contenido imposible, internacionalmente irreal. Prieto acusó a Llopis y al Gobierno republicano, en el exilio, de colocar el problema español bajo la influencia soviética, sin posibilidad de solución.

No fue suficiente, sin embargo, alinearse con las potencias occidentales, como hizo Prieto,  quien, aunque renunció a la restauración de la IIª República, y se pronunció a favor de la instauración de la IIIª, vía plebiscitaria, se negó  a dar el siguiente paso: instaurar una forma de Gobierno monárquica en una forma de Estado democrático y parlamentario, deseado por los gobiernos británicos, fuesen conservadores o laboristas. Solución que acabará siendo asumida por el socialismo de Felipe González  y por los comunistas y que caracterizó el consenso necesario para la transición democrática.

El exilio republicano español daba por hecho que tras derrota de Hitler, Franco sería derrocado. Desde el primer momento internacionalizaron la alternativa y la solución del problema, a pesar de que Churchill, en 1944, y luego los laboristas, Attlee, primer ministro británico, y Bevin, secretario del Foreign Office, en línea con los conservadores, se negaron a que la cuestión española fuera un problema internacional, que aprovecharía Stalin, no para encontrar una solución, si no para utilizarlo contra las potencias occidentales. La política británica se caracterizó, en primer lugar, por la continuidad entre conservadores y laboristas y, en segundo lugar, por ser no intervencionista. La norteamericana apoyó a regañadientes la posición británica hasta que decidió en 1948 normalizar las relaciones con el Régimen. La posición soviética fue primero no declarar beligerante a España, luego hacer todo lo posible para impedir que España ingresara en la O.T.A.N. Lo que, dicho con otras palabras, significó que: si Franco era el obstáculo para el ingreso de España en la O.T.A.N. este dictador pasaba a ser un aliado objetivo de la U.R.S.S.

Nos ayudará a entender la transición política española si no confundimos transición de una forma de dominación a otra con revolución económica y política. En España, como en Grecia y en Portugal, la transición no fue una revolución. La misma clase puede cambiar de forma de gobierno cuando sus intereses económicos, su capacidad política y las nuevas leyes y constitución garantizan su posición de dominio y no perjudican sus intereses económicos y estratégicos. Las naciones como España no dependen de sí mismas, por razones económicas y estratégicas. Porque su desarrollo económico, científico y técnico, así como su posición estratégica tienen una gran dependencia de las potencias inversoras que, además, la integran en su sistema defensivo estratégico. Ni la burguesía nacional, ni el ejército nacional pueden decidir sin tener en cuenta esos intereses. Es más, cuando la simbiosis entre lo nacional y lo internacional es total, una decisión internacional puede imponer su ritmo político a un país como España.

Si los impulsores del cambio se encuentran tanto fuera como dentro de España habrá que preguntarse por qué prefieren cambiar en un momento histórico determinado.

La primera respuesta que debemos dar a esta pregunta es que la democracia no sólo no cuestiona los intereses que antes estaban protegidos por la Dictadura sino que los garantiza. La democracia es una forma de explotación económica en la que las clases trabajadoras se integran más fácilmente, como explicaría Marcuse en su ensayo “Eros y civilización”, que en la Dictadura. Si ésta ya no sirve como en el pasado para normalizar la explotación económica, política, cultural y moral, la alternativa más viable y de menores riesgos es la salida democrática. Si esta alternativa no hubiera sido deseada por las clases nacionales e internacionales beneficiarias del franquismo, la transición no hubiera sido posible porque la única alternativa que hubiera quedado, en esa situación, hubiera sido la revolución, esto es: la socialización de los medios de producción, el fin del capitalismo, y la sumisión de las clases dominantes a un nuevo poder político de izquierdas. Esto sí hubiera sido una revolución.

La transición, sin embargo, no fue ni una revolución política ni una revolución económica. Con la transición se hizo todo aquello que era asimilable y posible de ser contenido en cualquier democracia capitalista, liberal o burguesa. Se hizo lo que se podía hacer dentro de ese margen democrático. Tal vez se hubiera podido hacer algo más. Aquello que ya dejó de ser útil para sus antiguos amos, como el franco-falangismo, fue arrojado a la basura. Aquello que sí seguía sirviendo, como el catolicismo, se conservó como reserva espiritual para contener el proceso en el futuro.

De manera que, si bien es cierto que la democracia capitalista, burguesa o liberal, como la queramos adjetivar, es preferible a una dictadura, no deja de seguir siendo, y por eso está protegido en la Constitución, un sistema de explotación económica. Si tenemos esta realidad en cuenta podremos entender con más facilidad lo que ocurrió y tendremos que desmitificar el necesario hecho de la transición. Y tendremos que desmitificar el papel de la izquierda llamada PSOE y PCE porque se adhirieron al movimiento reformista impulsado al margen de sus propias iniciativas y deseos. Y no les quedó más opción que subirse al tren de la transición en movimiento porque ésta se habría hecho con ellos subidos en el tren o sin ellos, para luego, después, integrarse en el sistema de partidos, porque los impulsores del cambio querían fortalecer la democracia con la participación integradora de estos dos partidos en su juego. A pesar de cuales fueran las apariencias, por el camino fueron renunciando a sus señas de identidad. Al final del camino, llegados a la democracia, no les quedaba nada del pasado. Felipe González se encargará de renunciar a la República, al marxismo y a la neutralidad en beneficio de la integración en la OTAN, como deseaban las socialdemocracias europeas, amparadas desde 1945 por el Departamento de Estado norteamericano. Carrillo, amparado por el recién inventado eurocomunismo, un lavado de cara de los comunistas para transformarse en socialdemócratas, también fue perdiendo el equipaje en el trayecto. En realidad ya empezó a renunciar a la República en 1956, cuando para amoldarse a la política de coexistencia pacífica, aprobada en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético, PCUS, anticipó la posición de los comunistas ante la transición bajo el lema de la “reconciliación nacional”. En 1975 a lo mismo el Partido Comunista italiano le llamó: “compromiso histórico”. La participación de los socialistas y comunistas en el proceso de transición era necesaria porque la actitud de estos partidos al integrar las fuerzas políticas de izquierda en el modelo capitalista desactivaba la potencial amenaza de revolución y equilibraba la posición del Rey que, como había aprendido de su padre, sabía que la corona no descansaría sobre bases sólidas si sólo se apoyaba en la derecha.

Con España integrada en el sistema de intereses estratégicos norteamericanos Franco pudo empezar a dormir en paz. Y así en esa paz pasó otros 25 años con la oposición del exilio perdida toda esperanza. Sin embargo, el proceso de transición que fue posible en 1949, con otros agentes, excepto con Carrillo, volverá a empezar, una vez puestas las leyes de Referéndum y de Sucesión en la Jefatura del Estado, desde dentro de las mismas entrañas del Régimen. Ya D. Juan se atrevió a dar un paso cuando acordó con Franco la educación de su hijo, el futuro Rey. Algo más que la educación, porque en 1969 fue jurado por las Cortes franquista como heredero de Franco. El heredero político e ideológico de D. Juan y orgánico del Régimen empezaba una carrera de obstáculos que tendría que ir salvando para alcanzar el objetivo que había heredado de su padre. Si la muerte de Carrero fue otro obstáculo eliminado en el proceso, la de Franco será  la superación de la barrera que quedaba por derribar.

Aprobada la Ley de Reforma Política con una participación del 77 por ciento del censo y un 80 por ciento de votos a favor, el pueblo español pasaba a ser protagonista impulsando la transición. Desde posiciones de izquierda, lo primero que se destacó fue que sólo habían votado “no” el 2.6%. En consecuencia el pueblo español estaba a favor de la transición y se alejaba de la Dictadura. Por lo tanto, a partir de ese momento, respaldado el Gobierno Suárez por la mayoría abrumadora de la población, no podría escudarse en la presión de la derecha para retrasar, dificultar o minimizar sus reformas democráticas. Era tan claro el “sí”, se decía en los medios de la oposición, que además de favorecer al presidente Suárez y de fortalecerle en su Gobierno, indicaba una voluntad democrática del país que sobrepasaba con mucho la ley de reforma presentada como un paso previo a la verdadera democratización. En este sentido, y esta fue otra de las interpretaciones que se hicieron, favorecía a la misma oposición a pesar de haber pedido la “abstención” en  referéndum.

El gobierno tenía razón: la oposición democrática, por una postura de fuerza, iba a reducirse a sí misma a una posición minoritaria que no representaba realmente su fuerza en el país. Con un 22.6 de abstención, normal en cualquier elección democrática, el voto abstencionista de la oposición se reducía a una representación insignificante. La lectura que ésta no hizo es que no sintonizaba con los ritmos y cautelas del pueblo español en sus deseos de llevar adelante la transición. En los procesos, porque  en los contenidos  hasta este momento ni el PSOE ni el PCE se habían pronunciado ni por la república, y en ningún caso por su restauración, ni por la neutralidad, ni contra la OTAN, ni contra la forma de gobierno monárquica. Eran los tres temas fundamentales sobre los que mantuvieron un absoluto silencio. Tanto de las palabras de Carrillo, como de las de Felipe, bien arropado por la internacional socialdemócrata proatlantista, anti neutralista y antimarxista, se podía transmitir la sensación de que sólo les interesaba avanzar hacia un sistema democrático homologable con cualquier forma de gobierno de los que había en Europa. Todo vínculo ideológico con el pasado había desaparecido. No es de extrañar que Suárez, portavoz del Rey, llevara la iniciativa en todo el proceso de transición, arropado, en su flanco izquierdo, por Carrillo y Felipe y en su flaco derecho por la única cabeza y autoridad visible que tenía el Ejército, Gutiérrez Mellado, y por la vanguardia de la parte más realista de la Iglesia católica frente al sector involucionista, el cardenal Tarancón.

Del compromiso de Gutiérrez Mellado con la transición hacia la democracia dará fe su actitud ante el 23-F, pero unos años antes, cuando el proceso se desarrollaba con normalidad política pero en un contexto de asesinatos terroristas, secuestros, crisis económica y huelgas no le tembló, tampoco el pulso, cuando poco después de las elecciones declaró: “La Junta Superior de Jefes de Estado Mayor, órgano superior de la cadena del mando militar de los Ejércitos, con motivo de los graves sucesos ocurridos últimamente en nuestra Patria, manifiesta que ningún acto terrorista desviará a las Fuerzas Armadas del cumplimiento de su deber al servicio de España, bajo el mando supremo de Su Majestad”. Poco después viajaba a Estados Unidos. Estos gestos nos ayudarán a entender por qué Felipe González tenía tanta seguridad en sí mismo cuando declaró que el Ejército nunca se sublevaría. Ambos de la confianza ideológica del Departamento de Estado norteamericano. Esto no puede interpretarse como que todos los generales y comandantes del Ejército estuvieran controlados pero estaban descabezados y eso era suficiente para guiarlos hacia caminos no deseados por muchos de ellos: la democracia. Porque un Ejército sin mando personalizado es un ejército sin capacidad de decisión ni de arrastre.

A la izquierda de la izquierda existía un gran número de fuerzas políticas, entre otras la CNT, reaparecida como ave Fénix a pesar de la brutal represión que sufrió en cada una de sus carnes, además estaban las izquierdas creadas por los benjamines de la posguerra, sin vínculo alguno con la tradición republicana pero con demasiada influencia moral de la doctrina cristiana por haber nacido bajo las influencias del nacional-catolicismo, esa contrarrevolución sexual que impregnó y azotó a todas las generaciones nacidas en la posguerra, abatidas por su peso moral: PTE, ORT, Liga Comunista Revolucionaria, MC…, pero todos estos no asustaban a la izquierda democrática, PCE y PSOE, sobre la que el Rey, haciendo posible lo que su padre no pudo, iba a poder estabilizar su corona. Apoyándose en ambos flancos, con firmeza en la dirección del rumbo que el monarca se había trazado, Suárez, hombre oportuno en el momento oportuno, seguía, imperturbable, avanzando sobre la carrera de obstáculos que le ponían la oposición democrática, de un lado, y la contrarreforma franco-falangista, de otro, hacia las elecciones.

Aceptada la forma de Gobierno en la monarquía parlamentaria, la transición estaba hecha. Ahora sólo quedaba elaborar el trámite definitivo: legitimarla. La Constitución, una vez que las elecciones llevaran en volandas a las Cortes a los representantes libremente elegidos de todos los partidos políticos, de izquierdas y derechas, se encargaría de legitimar el cambio. El proceso de elaboración de la Constitución fue en casi todos sus puntos un remanso de agua, con dos puntos conflictivos, como en la IIª República, la cuestión religiosa, cuyo Concordato franquista de 1953 aún sigue sin ser denunciado, y la autonómica. Se observará, sin embargo,  que las fuerzas políticas de izquierdas, PSOE y PCE, tampoco aprovecharán la legalidad y el debate durante el proceso de elaboración de la Constitución para plantear un referéndum sobre la forma republicana o monárquica de gobierno, que según el punto 3 del artículo 1.  quedó así : “La forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria”. Y, a diferencia de la IIª República que se pronunció por la neutralidad negándose a participar en alianzas internacionales y comprometiéndose tan sólo a colaborar por la paz al amparo de la Sociedad de Naciones, los constituyentes tampoco dijeron ni una palabra sobre neutralidad sí o neutralidad no. La Constitución se fundamentaba, por ausencia o presencia, sobre dos de los pilares fundamentales de la nueva democracia española: la forma de Gobierno monárquica parlamentaria y la permanencia en el bloque occidental que en Europa se consolidó sobre el eje de la OTAN.

Posteriormente, los residuos del franco-falangismo se irán autodescomponiendo, inmolándose en el 23-F, donde inocentemente cayeron en su propia trampa, una trampa tendida por una mano, ¿inocente?, consolidando, con la grandeza de ese desesperado gesto suicida de los padres de la patria,  la nueva legitimidad. Alea jacta est.

[El mito de la transición política: Franco, D.Juan/El Rey y el PSOE/PCE en la Guerra Fría]

1 Heine, H. La oposición política al franquismo. E. Crítica, Barcelona, 1983,p .478

[2] Alted, A. Y Mateos, A., “Consideraciones en torno al carácter y significado de este Congreso”, en Actas del Congreso sobre la Oposición al Régimen de Franco, UNED, Madrid, 1990, p. 21 [3] Mateos, A., El PSOE contra Franco. Continuidad y renovación del socialismo español. 1953-1974. S.XXI, Madrid, 1993, p. XXIII [4] Baeza, F., 9. El Socialismo español y la política internacional. La alternativa socialista del PSOE, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1977, p. 201. [5] Martínez Cobo, C.y J., La travesía del desierto. Intrahistoria del PSOE, 1954-1970. Editorial Pablo Iglesias, Madrid, 1995, p. 178.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.