Cultura

Knausgård: ¿”realmente” es para tanto?

Karl Ove Knausgård

Hace unos meses alguien me habló de Karl Ove Knausgård y su obra maestra “Mi lucha”, una colección de seis libros que vienen a ser el homólogo actual de “En busca del tiempo perdido”, novela escrita por Marcel Proust entre 1908 – 1922 y la cual, no en vano, es considerada una de las cumbres de la literatura francesa y universal¹. Para alguien que ha disfrutado de ésta última con toda la intensidad (servidor), alguien que no dudaría un solo instante en afirmar «“En busca del tiempo perdido” es una de las mejores obras narrativas que jamás han pasado por mis manos», alguien que sintió una especie de vacío existencial al cerrar el séptimo y último tomo del manuscrito proustiano (“El tiempo recuperado”), la susodicha “homología” no podía, desde luego, pasar desapercibida sin despertar en servidor la curiosidad y expectativas contingentes.

Con el primer tomo de Knausgård en mano, “La muerte del padre”, publicada por Editorial Anagrama en septiembre del 2012 (primera edición), merece la pena plasmar aquí las reseñas que uno puede encontrar en el dorso de dicho libro. «Una confesión dolorosamente sincera, un triunfo sin igual, una lectura adictiva, un suicidio literario, una ambiciosa pieza de hiperrealismo, un libro de una originalidad asombrosa» (‘Aftenposten’, Noruega); «La novela se sitúa en el terreno de la gran literatura, la de Marcel Proust, Robert Musil y Thomas Mann, y se manifiesta como narración y reflexión… Knausgård muestra su gran talento al crear una obra de arte con materiales que habitualmente son personales, privados, secretos» (‘Berlingske Tidende’, Dinamarca); «Un libro emocionante, libre de tabúes; sus descripciones, tan evocadoras, bombardean al lector con interrogantes» (‘NDR Kultur’, Alemania); «Se apodera del lector, se mete bajo su piel» (‘Esta’, Holanda); «Tan sublime como desea su autor, debería devolver a la vida a los lectores cínicos o fatigados» (Boyd Tonkin, ‘The Independent’, Inglaterra); «Knausgård intenta nada más y nada menos que su propia y proustiana “búsqueda del tiempo perdido”» (‘Times Literary Supplement’); «Knausgård se ha embarcado en un proyecto demencial, con un desprecio por las convenciones que sólo los verdaderos genios pueden alcanzar. Una victoria literaria» (‘Affari Italiani’, Italia); «Entre Proust y los bosques. Una obra como tallada en granito, exacta y fortísima. Más real que la realidad» (‘La Republica’, Italia).

Todo parece indicar que la experiencia va a ser única, especial, una de estas lecturas inolvidables cuyas reminiscencias en nuestra memoria nos acompañarán durante años, quizá toda la vida. Sin embargo, respetando a todo lector y a todo crítico literario habido y por haber, quien teclea se permite al mismo tiempo afirmar lo siguiente: la obra maestra de Knausgård es, a lo sumo, mediocre. Y no solamente esto: la comparación respecto a Proust (Musil, Mann) llevada al plano del paroxismo, oscila entre el mal gusto, el marketing ‘Best Seller’ y la hipomanía cilotímica que raya en los delirios de grandeza. Así es o así me parece, estimado lector; sin ánimo de decir la última palabra, sin ánimo de convencer, sin ánimo de criticar cual iluminado una sarta de líneas y párrafos mesiánicos y descontextualizados; simplemente razonando desde aquello de «Si las comparaciones son odiosas es porque guardan una parte de realidad» (servidor), la conclusión que de ello se deduce puede resumirse en dos puntos fundamentales, dos condiciones necesarias y/o suficientes; a saber: 1] la obra de Knausgård, en sí misma, es harto aburrida y en ella nada destaca; 2] la obra de Knausgård está a años luz de la obra proustiana, incluso a años luz de obras actuales (pues No todo tiempo pasado fue mejor, verbigracia). Por partes.

  1. Knausgård utiliza el estilo directo (¿es ésta su osadía?) para describir al detalle lo que, de sus recuerdos, quiere plasmar en el presente y, quizá, en una hipotética posteridad en cuanto a narrativa refiere. Pero ni por asomo alcanza el impacto que, en su momento, alcanzó la Generación Beat: de hecho, ni siquiera alcanza el impacto de toda aquella generación de escritores quienes, tomando como punto de partida a Louis-Ferdinand Céline hasta Charles Bukowski pasando por Henry Miller, consiguieron plasmar expresando sus vivencias personales sin tapujos ni tabúes, bien armados de un lenguaje desafiante e incluso soez en aras de romper las normas canónicas en lo referente al estilo y lo políticamente correcto. Si a los mencionados (y los que no se han mencionado) se les puede atribuir una ruptura respecto al Modernismo Literario, el monólogo de Knausgård está perfectamente integrado en la dinámica hipermoderna² cuyos referentes no sólo abundan en los libros, sino, para más inri, en cualquier blog medianamente cuidado. Knausgård no dice nada nuevo, su relato bien podría ser el relato de cualquier coetáneo: su historia podría ser la de cualquier persona entregada, valga la redundancia, a contar su historia. Y, en este aspecto concreto, la identificación del receptor/ lector no justifica, según el microscopio de quien teclea, la grandilocuencia en cuanto a crítica refiere. No nos engañemos: Karl Ove, méritos aparte porque alguno tiene, tan solamente parafrasea lo que de común tienen tantas y tantas vidas del europeo medio; mas, si es menester valorar cualitativamente el contenido por cuatro frases presumiblemente trascendentales… lo meritorio pasa a ser anecdótico, es decir, anotaciones discretas que casi cualquier persona ha plasmado, sin tanto ruido mediático, en algún momento de su vida. Empero vale la pena aplaudir la constancia de Knausgård, pues ésta no es anecdótica sino más bien una muestra tangible de lo que se puede alcanzar con perseverancia.
  2. Marcel Proust, ya en las primeras páginas de “Por el camino de Swan” (el primer tomo de los siete que componen la obra aquí presente), avisa o impone al lector lo que será su cadencia, su estilo, el pacto tácito entre las páginas presentes y futuras entre éstas y quien las sostiene: pero no es esto, ni de lejos, lo que Proust desarrollará conforme se despliega su introspección. La obra proustiana, tan pausada y cargada de detalles que, a ratos, da la impresión de detener el tiempo, consigue que el lector sea testigo directo, cuasi protagonista invitado, en espacios y tiempos ajenos por la distancia histórica: si se tratase de atribuir méritos a Marcel Proust, uno de muchos sería trasladar al receptor a «sucesos» (espacio-tiempo) los cuales, por esta cuestión cronológica, son demasiado lejanos. ¿No es, acaso, realmente excepcional que un individuo cualquiera, libro en mano, experimente algo insólito como, por ejemplo, participar en una merienda de los Guermantes o, por poner otro ejemplo, «tratar» con Swan, Norpois, Bloch, Albertina, Andrea, Brichot, Charlus, Morel o Saint-Loup? He ahí una muestra que, por razones de extensión, me veo abocado a resumir, echa un jarro de agua fría sobre la odiosa comparación entre la obra de Knausgård y la obra de Proust: mientras que el primero nos sitúa en primera línea de sucesos (entendidos como los he definido en el anterior paréntesis) para nada ajenos, sino más bien familiares, el segundo nos sitúa en primera línea de sucesos desconocidos, a saber, la aristocracia francesa a principios del siglo XX, la Primera Guerra Mundial y toda una radiografía del alma humana que, salvando las distancias en todos los aspectos, discurre en paralelo con la radiografía que pudo plasmar, entre otros, Fyodor Dostoevsky. Y deseo zanjar este segundo punto con una alusión al estilo: «lineal» en Knausgård, «envolvente» en Proust.
Marcel Proust

Marcel Proust

Nada (o poco tendiendo a nada) que añadir sobre-y-respecto a esta diana crítica. Los «Clásicos», por el hecho de ser clásicos, en ningún momento gozan de superioridad cuando se otea la actualidad, sería una falacia y un reducto absurdo si, desde esta óptica, admitiésemos que todo está ya escrito; ya en el plano personal, pues el contexto de este artículo parte de una axiomática personal como de ésta parten todas o muchas críticas, tan solamente puedo subrayar, como despedida, que las más de 4.000 páginas constituyentes de “En busca del tiempo perdido” fueron y son, por el momento, una experiencia, como lector, incomparable e inolvidable; “La muerte del padre”, presentación de “Mi lucha”, fue una experiencia aburrida y tediosa. Leer por obligación. Hasta que el tedio nos separe.

Sobre el autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.