Escenarios, 20
Cuando las palabras quedan superadas por su propio sonido, cuando las imágenes multiplican la capacidad de visión del espectador, cuando el movimiento se escapa de los controles de medida, ritmo y dimensión… entonces tropezamos con una realidad más allá de la conciencia ordinaria que tiene un nombre propio: Víctor Ullate Ballet. Si la Compañía de danza así denominada ha cumplido 25 años de existencia, el tiempo se expande en sensaciones envolventes y el juicio más favorable supera la bondad más extrema imaginable al alcance de los humanos.
El pasado fin de semana hemos disfrutado en el Teatro Principal de Zaragoza de un espectáculo que desborda su propio concepto, porque va más allá de las mejores expectativas que un aficionado a la danza pueda concebir. En los cuatro números que componen la ‘Gala del 25 aniversario’ –Seguiriya, Tres, AprÁ¨s toi y Bolero– se derrama toda la esencia estética acumulada a lo largo de un cuarto de siglo por el director y los integrantes del conjunto.
Un repaso pormenorizado de cada uno de los elementos del espectáculo equivaldría a una especie de traición al programa, porque la sensación de unidad dentro de la diversidad prevalece sobre cualquier análisis parcial de la obra. Realmente se trata de una ‘obra’, en la dimensión más profunda del término. Que se haya plasmado sobre músicas de Luis Delgado, Beethoven o Ravel no es anecdótico sino profundamente significativo, porque se muestra la corriente interna que une cualquier inspiración musical de altura.
El capítulo de los movimientos, su sincronía, su expresividad, su capacidad de crear nuevos espacios y de sugerir las realidades complejas que nos rodean, sin que aceptemos a captarlas plenamente, hay que leerlo en clave de excelencia, plenamente integrado con el sonido y la imagen que construyen mundos nuevos, solamente accesibles mediante un salto cualitativo de la conciencia.
Es preciso captar la ‘obra’ con los sensores internos, más que verla como una representación que colma un escenario, por estupenda que parezca.
Cuando la danza nos envuelve, nos traslada a su propio eje y nos hace girar en dimensiones poco frecuentes, cuando las imágenes multiplican nuestra capacidad de visión, cuando el movimiento se zafa de nuestro control… tal vez podemos entrar en las vibraciones de alta frecuencia que crean la belleza.