Se cuenta que, en cierta ocasión, don José Ortega y Gasset estaba ojeando el periódico sentado en una mesa del madrileño y desaparecido Café de Correos, cuando se le acercó un camarero de mediana edad y le preguntó:
-Perdone el señor, ¿qué desea tomar?
-Un café, por favor.
-¿Uno solo?
A lo que el ilustre pensador respondió con ironía:
-Oiga usted, si le parece poco uno, me trae usted dos y no tarifamos.
Y es que la manera de expresión –la lengua, como se dice coloquialmente- puede resultar a veces confusa dependiendo de la intención de quien la maneja. El lenguaje no siempre aclara y comunica. En los foros sociales donde se debate el asunto de la construcción personal del individuo, da la impresión de que la defensa de este punto implica inmediatamente la exclusión, en el debate, del compromiso social. Creemos que ambos conceptos, construcción personal y compromiso social pueden –y deben, diríamos mejor- caminar juntos. Ambas cuestiones resultan compatibles, y es recomendable que se desarrollen a la par.
El ser humano tiene la necesaria capacidad de crecer en sociedad, y reconociendo esto desde el principio, no es posible admitir la disyunción en el enunciado del discurso. Por eso, sería mejor y más ajustado hablar de un compromiso social integrado en el proceso de la construcción individual.
Es evidente que nacemos sin la deseable formación, ni física ni tampoco intelectiva, y que conforme vamos creciendo en edad nuestro cuerpo se desarrolla para ofrecernos la posibilidad de un progresivo avance integral. En el momento en que el hombre toma conciencia de que es un ser individual autónomo, o de que puede llegar a serlo, y de que vive y de desarrolla en el seno de un grupo que va más allá de sí mismo y de su familia, nace lo que damos en denominar ubicación unilateral. El individuo joven asume –aun sin llegar a ello a través de análisis de ningún tipo- la realidad que le rodea: se contempla en el interior de un conjunto de seres similares a él y se reconoce dependiente de dicho grupo. Se trata de un proceso cultural de asimilación que se produce en los individuos en formación a modo de hecho consumado. Por tanto, salvo que hablemos de personas mentalmente taradas, el ser humano es consciente, llegado ese momento, de que su vida en sociedad es algo que no va a poder evitar en adelante si quiere vivir con normalidad. En este paso, el ser adulto ya se ha comprometido en cierta forma con la sociedad en la que se halla.
Dicha toma de conciencia, a la vez que encadena y priva de cierta libertad personal, apoya el proceso formativo de los jóvenes y les ayuda a sentirse partícipes del devenir colectivo. El joven aprende que lo que es malo para el grupo, lo es también para él. A su vez, este sentimiento produce en la persona un deseo egoísta de obtener un rol destacado en la sociedad, lo que encamina directamente al individuo hacia un sendero inevitable de competición. Pero éste sería ya otro asunto diferente del que podríamos hablar largo y tendido.
Construcción personal equivale a formación, dicho y contemplado en el más amplio sentido de la expresión. El núcleo familiar pone los cimientos de dicho proyecto; el sistema educativo coloca el andamiaje y ofrece las herramientas al educando, y éste –con la ayuda del conjunto social- aprende a ser útil al grupo donde vive, crece y se desarrolla.
Nos podríamos preguntar si resultaría posible construirse uno mismo sin comprometerse con la sociedad. Y diríamos que no, porque si aceptamos que la construcción personal equivale a formación, se hace necesario admitir que dicha formación proviene de la propia sociedad, que da al individuo las herramientas y apoyos precisos para su crecimiento y autoconstrucción. Tendríamos, en cierta forma, la teoría grecolatina clásica del círculo cerrado: sin sociedad no hay herramientas ni métodos formativos, y sin ellos el individuo no podría formarse en su individualidad. Si no se forma, tampoco es capaz de comprometerse con la sociedad ni de devolver a ésta de alguna forma el apoyo prestado.
Bien mirado, son cosas inseparables, porque la una no puede darse sin la otra y viceversa.
Hemos venido hablando hasta este momento de un compromiso social natural que no implica ir más allá de lo que la sana convivencia en sociedad pide al individuo. Pero de lo que debemos hablar en realidad es de un compromiso social generoso, es decir, de una acción social que, partiendo del deseo individual desinteresado, sea capaz de ofrecer a la sociedad un plus, una aportación especial para el bien comunitario.
Este otro compromiso social es una continuación del primero, y hay que ver en esa actitud un anhelo de ciertas personas de incidir en la ayuda directa a sus semejantes. Es un acto de filantropía y de idealismo que bien merece todo nuestro sincero aplauso.
No obstante, si tuviéramos que elegir forzosamente uno de los dos términos de la disyunción –construcción personal o compromiso social-, optaríamos sin duda por la primera, puesto que nos parece más primario, importante y esencial –y decimos esencial en el sentido filosófico del término- la hechura del individuo como tal, sin la que no es concebible nada que redunde luego en beneficio de la sociedad donde se mueve. En caso de poder aceptar la prioridad temporal de la construcción personal frente al hecho del compromiso, es evidente que éste debería considerarse como efecto consecutivo de la propia formación. Sin agua, es difícil hacer un pozo.
Y decimos que nos inclinaríamos por la construcción individual en primera instancia porque resulta más racional imaginar fuentes y métodos de autoformación personal que pensar en sociedades en las que los individuos se comprometan con sus semejantes sin haber logrado, privadamente, una previa elevación espiritual y material –una formación en valores, en definitiva- y una concienciación firme de la importancia de su rol en el sostenimiento del engranaje social. Es más fácil pensar en lo primero que imaginar lo segundo.
No obstante, habría que analizar de qué compromiso estamos hablando. Porque compromisos hay muchos: el primero es el compromiso individual del educando al abrazar las normas de la sociedad que lo está formando. Sería un compromiso de convivencia y ciudadanía. También se puede hablar de lo que en las ciencias históricas se denomina compromiso generacional, y que es un concepto que abarca las acciones que una generación en concreto ejerce en bien de la comunidad. Se trataría de un compromiso en el espacio y en el tiempo. Y por fin podríamos hablar del llamado compromiso generoso, definible como el gesto minoritario de ciertos individuos que no sólo devuelven a la sociedad parte de lo que ésta les ha dado, sino que voluntariamente ofrecen al bien común una buena parte de sus esfuerzos y trabajos. Este compromiso tiene visos filantrópicos, y por tanto roza los límites del humanitarismo caritativo. Es un compromiso admirable que también creemos consecuencia de un compromiso previo de vida en sociedad y de aceptación de las normas sociales. Nada que objetar, sino todo lo contrario. Los seres humanos que ofrecen algo por nada son personas de compromiso elevado, de miras altas, de ideales fuertes. Y en sus mismas acciones obtienen muchas veces el pago de sus bondades. Ya dijo el cordobés Lucio Anneo Séneca, en el siglo I, que “el galardón de las buenas obras es el haberlas hecho”. Y no iba descaminado en absoluto.
Tanto si hablamos de este último tipo de compromiso, como si nos referimos a los demás, es claro que no está reñida la construcción personal con el compromiso, e incluso que éste no resulta concebible sin dicha construcción individual de la que ya hemos hablado.
Actualmente, la Universidad española –y en especial ciertas facultades de letras, sociología y humanidades repartidas por todo el Estado- están intentando fomentar el compromiso social de los universitarios. Procuran formar grupos de trabajo donde se incentivan las acciones que aporten ideas o realizaciones encaminadas al logro de una sociedad más justa y de un mundo más respetuoso con el entorno natural donde nos movemos. El ejemplo más claro de esta tendencia moderna lo vemos en la Universidad de Sevilla, donde ha nacido un foro de trabajo activo denominado precisamente Universidad y Compromiso Social. Se trata de un colectivo de personas que buscan orientar el quehacer universitario hacia la construcción de un mundo más racional y mejor para todos los seres que lo habitamos. Son conscientes de que los individuos con formación elevada han de ser quienes lideren, arrastren a otros y se comprometan con la construcción de una sociedad menos injusta que la de generaciones pasadas. Así que la construcción propia y el compromiso social son, en este caso y en otros muchos, dos piernas de un mismo cuerpo. En cualquier caso, no utilicemos en estos debates un lenguaje de segundas intenciones que pueda confundir el sentido de los mensajes. Seamos nobles al pensar, pero también al decir o al exponer.
Terminaremos con una cita muy breve del célebre autor lionés Antoine de Saint-Exupéry. El escritor dijo: “Si queremos un mundo de paz y de justicia, hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor”. Eso lo creemos nosotros también. Y recalcamos que la construcción de uno mismo dentro del seno social, y bajo su tutela, provoca el crecimiento de la solidaridad individual. De ella, a su vez, brota muchas veces el noble altruismo que lleva a ciertos seres humanos hasta el puro débito generoso, no sin pasar antes –por supuesto- por ese compromiso social genérico que consiste en la aceptación de las normas de convivencia.
Seamos exigentes y hasta egoístas en nuestra construcción personal, y demos luego con largueza todo lo mejor de nosotros mismos. En el fomento de la justicia a base de actos bondadosos, podríamos hallar quizá una de las llaves maestras que franqueen la puerta hacia una sociedad menos vergonzante y más moderna, solidaria y fraterna.
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