Se va convirtiendo en costumbre que encuentre justificados e incluso justos los premios literarios. Y esto no sólo me sorprende. También me deja sin tema de crítica. Al margen de la broma parece que las letras en castellano vuelven a contar con magníficos autores que son reconocidos de forma nacional e internacional. Y esto es siempre un motivo de alegría, como es motivo de dicha saber que el Premio Málaga de Ensayo 2008 recayó sobra este magnífica obra firmada por Ignacio Padilla.
Si bien el título puede parecer desconcertante, o poco atractivo para los amantes de historias noveladas (televisadas o no), por poner un ejemplo que no tiene por qué ser acertado, el contenido es exquisitamente profundo, hilado con una hebra tan fina, tan dorada, que ciega e impresiona:
“El como si de la vida íntima de las cosas nos distrae por momentos del agobio de un mundo desolado, cuyos habitantes no acabamos de creer que Dios realmente haya muerto abandonándonos sin compañía en la descorazonadora prisión de la materia”, nos dicen ya en la página 16, y nosotros sólo podemos asentir.
El ensayo, versado sobre el animismo, es decir, sobre la atribución de vida/personalidad de los objetos (por decirlo de forma sencilla, aunque quizá simplista, que el autor me perdone), nos adentra en los porqués, en los paras y en los cómos de esta creencia. Y nos habla de la cosificación de los seres humanos, de la necesidad de una fe en lo mágico, de la condena a la eternidad de los objetos frente a nuestra perentoriedad…
“Desde la máquina tragaperras hasta la mascota virtual, entre el automóvil parlante y el chispeante cuenco de avena, los objetos modernos han sido bendecidos por la publicidad y están más vivos que nunca”. Página 27.
La penetración en el alma/psique humana del escritor es apabullante. Llega mucho más lejos que los científicos en su intento de profundizar en la corteza terrestre: accede al centro mismo de las pulsiones del hombre y de las herramientas que atesora en su interior para enfrentarse a ese gran universo que lo rodea:
“…no podemos renunciar a los providentes mecanismos defensivos que nos ofrecen la ficción, la imaginación, la fe, la sugestión y todos aquellos juegos mágicos que, como el animismo, alguna vez mostraron su eficiencia para que sobrellevásemos el desconcierto, la tensión, el miedo y la creciente soledad de nuestros primeros pasos lejos de ese vientre protector que, sin consultarnos, nos atrajo a la cárcel del cuerpo, la necesidad y la finitud”. Página 32.
“La autodestrucción de la propia especie es privilegio de los hombres y acaso de algunos animales. Por ello, si bien el constructor de autómatas cree haber superado a Dios, sabe en el fondo que sólo está reafirmando su caducidad, su incapacidad para llegar a ser un día más que Dios o parte de Á‰l”. Página 89.
En la obra se llega incluso a encontrar incluso una cierta crítica al “cientifismo radical” y a la esclavitud del hombre “actual” con respecto a la tecnología: la razón ha tomado la bandera y la carrera pero es cada vez menos hacia el hombre y cada vez más hacia la materia y su imposible dominio:
“La máquina dotada de inteligencia artificial y la imagen animada en un universo virtual perpetran con nuestra venia el asesinato no del cuerpo sino del alma: la técnica al servicio del espíritu en la construcción de las catedrales se traduce ahora en el espíritu que sirve a la técnica en la erección del cosmos virtual”.
Para todo ello el autor se sirve no sólo de referencias literarias como Alicia en el país de las maravillas sino, y sobre todo, de referencias audiovisuales, cinéfilas: sus reseñas van desde Mad Max hasta El resplandor pasando por El hombre del sur, sin que falten versos de canciones. Ignacio Padilla escribe sobre el mundo y el hombre desde el hombre y su mundo, su obra, sin limitarse, sin anclarse a las letras, como podemos hacer otros autores en nuestro castillo de cristal (o de papel en blanco y negro).
En definitiva una obra absolutamente deliciosa para una lectura que dará que pensar a poco que se quiera comprender lo que en ella se nos dice… y lo bien que se nos dice.