Kuta (Bali), 15 de mayo de 2009
¿Qué pinto aquí?
En Bali, digo. He pasado unos días en Yogyakarta, antigua capital de Indonesia y epicentro de la cultura de ese país, y por motivos que no vienen a cuento me he visto obligado a regresar a esta isla, que tanto amé.
Pretérito indefinido que in illo témpore fue perfecto. Ahora es sumamente imperfecto. Lo que fue paraíso -la playa de Kuta a finales de los sesenta y comienzos de los setenta- es ahora un infierno de coches, de ruido, de motos, de hormigón y asfalto, de tiendas estúpidas, de hamburgueserías y pizzerías, de nachos y tacos, de cócteles dulzones, de pestilentes embotellamientos (el paseo marítimo, llamémoslo así, parece la calle de Jorge Juan en hora punta), de veraneantes gordinflones acompañados por sus rorros, de chicarrones australianos ahítos de cerveza, de surferos pintarrajeados, de masajistas que no saben dar masajes, de oficinas de cambio, de franquicias, de baretos ensordecedores y discotecas estroboscópicas, de agencias de viajes especializadas en organizar excursiones cursis al centro de la nada, de pícaros empeñados en llevarte al huerto -es imposible ir por la calle o caminar por la playa sin que te aborde a cada metro y en cada minuto un enjambre de moscones. Son pesadísimos- y de mujeres demacradas que piden limosna con un bebé, probablemente alquilado, al arrimo de los callejones oscuros.
Lo dicho: un infierno. ¿Qué pinto yo aquí y qué pintan quienes atraviesan medio mundo para rendir viaje en un sitio que no ofrece ya nada diferente a lo que tantos otros lugares, no menos adocenados y estultos, pero más cercanos, brindan por el mismo precio?
Hay que ser idiotas… Yo, por delante. Para esto más vale no salir de casa o irse a Albacete.
¡Qué digo! Mucho mejor Albacete, y que los albaceteños me perdonen la afrenta de haber comparado su ciudad a Bali.
A Bali, sí, y no sólo a Kuta… Porque si ésta se ha convertido en un infierno, el resto de la isla, con algunas insignificantes excepciones de las que ni a palos pienso hablar, no le va a la zaga.
Ubud, por ejemplo. Busqué refugio esperanzado e inmediatamente defraudado en ese enclave sacramental, que hasta hace muy poco tiempo era el jardín del Edén, y no tardé en cobrar conciencia de que había salido del infierno para meterme en un infiernillo.
(Continuará).