Hace varias décadas Robert Zimmerman, uno de los renovadores de la poesía del Siglo XX, escribió: «Come writters and critics / Who prophesize with your pen / And keep your eyes wide / The chance won´t come again / And don´t speak too soon / For the wheel´s still in spin«, es decir, «Venid escritores y críticos / quienes predecís con la pluma, / y mantened los ojos abiertos / porque la oportunidad no se repetirá otra vez, / así que no habléis demasiado pronto / pues la rueda está todavía girando…» Robert Zimmerman es, claro, Bob Dylan, ese tipo huraño y malhumorado que no respeta a nadie (y menos a su público) y al que rinden pleitesía desde los Stones a Springteen (véase Youtube), pasando por el abecedario completo del rock. El fragmento pertenece a Los Tiempos Están Cambiando, ese poema-canción que interpretaba con una guitarra acústica y una armónica colgada del cuello mientras los estudiantes tomaban las calles en los 60. Lo que no imaginaba el bueno de Dylan es que, cuando llegó el cambio, los ideales fueron sustituidos por el coche de gran cilindrada, y los profetas, por los banqueros, es decir, el río revuelto trajo a los tiburones.
«Puesto que estamos en democracia», parecen decir quienes alimentan la confusión, «todo vale tanto en la vida como en el arte.» Así ocurre con los concursantes de los reality shows, que devienen actores (malos); las presentadoras de TV, que acaban escribiendo novelas (plagiadas); los toreros, que se tornan cantantes (ridículos); o los charlatanes que acaban siendo ensayistas (analfabetos)… Mariano José de Larra firmaba irónicamente como el «Pobrecito hablador» y aquel Juan de Mairena de Antonio Machado prevenía que «El español habla de lo que no entiende.» Cuánta razón porque, fijándonos en la literatura, el intrusismo es moneda común; reseñándola, hojalata contante y sonante.
Se imagina el lector ser atendido por un médico que le dice que tiene obstruida la «vena esa.» ¿Qué vena?, preguntaría. «Pues no sé cómo le dicen. Esa que está ahí.» Se imagina llevar el coche a un taller donde el mecánico le dice que se le ha roto la «pieza aquella.» ¿Cuál? «Aquella. No sé cómo se llama.» ¿Se imagina? Pues algo parecido ocurre con la crítica. ¿Cuántos de quienes la ejercen -casi siempre circunstancialmente- saben distinguir una metáfora de una metonimia, un hipérbaton de una hipérbole, un asíndeton de un polisíndeton, una anáfora de un anacoluto? ¿Cuántos distinguirían una sextina de una sextilla, un cuarteto de una cuarteta? ¿Cuántos han estudiado -no picoteado- la historia de nuestra literatura de forma rigurosa y sistemática?
No digo con esto que para ejercer la crítica haya que tener un título en Filología o Periodismo: conozco a amantes de las letras que, sin haber pasado por universidad alguna, pasan todas las mañanas del verano en una biblioteca, todas las noches del año leyendo hasta altas horas. Digo que no comprendo a quienes sin conocer la diferencia entre las palabras «tema» y «asunto», el uso del hexámetro por Rubén Darío o la influencia de Tirano Banderas en El Otoño del Patriarca, ejercen la crítica. Digo que para ser médico hace falta haberse formado concienzudamente en medicina; para ser mecánico, en mecánica del automóvil. Lo demás son opiniones como las del frutero aquel (¿recuerdan el anuncio?) recomendando un jarabe mientras vendía lechugas.
Y es que si uno gusta de leer todo lo que cae en sus manos; si devora nuestra literatura desde El poema del Cid; si gasta tanto dinero en libros que tiene que esconderlos cuando los lleva a casa; si, como Borges, imagina «el paraíso en una biblioteca»; si gusta de aprender retórica, métrica, estilística por placer…; es que, decía, además de lector, además de escritor, tiene alma de estudioso, es decir, crítico. Pero en caso contrario, si escribe reseñas como quien opina en la cafetería, si ejerce la escritura pero no conoce los entresijos de la lengua, si tiene talento pero no ha intentado racionalizar la creación literaria (hay estupendos escritores que son por defecto o exceso críticos discutibles: Clarín, por ejemplo, era feroz, y Umbral, caprichoso), que recuerde a Dylan diciendo: «Don´t speak too soon», porque puede acabar atropellado por la rueda de sus opiniones: «For the wheel´s still in spin.«