La sabiduría popular, encarnada en el refranero, como en chascarrillos y sentencias dista mucho de confiar en la autoridad local como sinónimo de buen juicio. Hace bien y con razón el pueblo.
Una de los representantes de aquel, del pueblo, se entiende, y más concretamente del sevillano, nos ha dado una lección magistral de confundir la velocidad con el tocino, y de poner el dedo de la censura al servicio del sectarismo más obtuso y pueblerino que pueda imaginarse. La ínclita se llama Josefa Medrano Ortiz y denegó un centro municipal de la vieja Híspalis para la celebración de un homenaje al escritor Agustín de Foxá, en el cincuentenario de su muerte. La razón que impidió acto cultural fue por «no convertir el acto en una apología del franquismo y por respeto a la memoria histórica». Juzgue el lector si las palabras de Aquilino Duque, Premio Nacional de Literatura en 1975, son tan censurables como para castigar a un académico a disertar sobre la novela española de la primera mitad del siglo XX (y otros géneros) bajo la mirada de las estrellas del cielo sevillano y arrimado al amparo de un jacarandá.
En cuanto a preservar la memoria histórica, que alguien explique cómo es posible tal cuando se pone la mordaza. Si se impide tratar la remembranza de un reconocido novelista, poeta y dramaturgo deberá hacerse en pro de la amnesia más que de la memoria, supuesto que la señora Medrano sepa quién fue Foxá y no se lo haya tenido que explicar un técnico municipal en términos que ella haya podido comprender (aunque no es fácil saber si ha comprendido algo).
Sirvan estas líneas como desagravio y felicitación a los organizadores y participantes del acto, y en provecho de recomendar las inteligentes «nótulas» de Aquilino Duque en sus «Crónicas anacrónicas«, muy adecuadas al tiempo en que vivimos pese a la aparente contradicción de su evocador título.
En cuanto a la «autoridad competente«, ya se sabe lo que dice el vulgo y repitió Cervantes… «No rebuznaron en balde el uno y el otro alcalde».