Allí, el cuerpo de joven duque estaba depositado sobre un gran banco de madera y a su alrededor trajinaban las Hermanas de la Misericordia y algunas hermanas de la caridad. Primero, le habían quitado las ropas empapadas en una sangre densa ya coagulada y ahora estaban lavando sus numerosas heridas con agua tibia y vinagre perfumado. El semblante, como ya dije, tenía un aspecto sereno y bello, tanto que el duque no parecía realmente muerto. Remedando las palabras de Petrarca: «La belleza de la muerte aparecía en su hermoso rostro».
Si bien este libro no goza del olor de recién salido del horno pues apareció en Milán hace ya cinco años y su traducción en Barcelona hace tres, no puedo resistirme a escribir sobre la novela pues son pocos los que se enfrentan al misterio Borgia desde la ficción y consiguen salir airosos. Es el caso de Fabio Pitorru, que con un estilo muy particular consigue adentrarnos en la peligrosas y erotizadas calles de la Roma postmedieval sin caer en el ensayo novelado pero con una maestría propia de quien sabe muy bien sobre lo que escribe.
El autor no se priva de inventar personajes y situaciones, pero todos pertenecen, fundamentalmente (salvo algunas conversaciones donde intervienen figuras históricas, incluidos el propio César Borgia y su hermana Lucrecia) a una segunda o tercera línea. La acción de investigación por la desaparición y posterior muerte del duque de Gandía, el malogrado Juan Borgia, es llevada a cabo por Biagio Bonaccorsi, trabajador del scriptorium del cardenal Olivero Carafa y un gigantón al servicio del propio César Borgia, un tal Niccolino cuya fuerza bruta no le impide realizar agudas observaciones y aportar sus propias piedras al edificio de la solución del enigma. De esta forma se ahorra el autor de caer en ciertos prototipos. También se aleja de la leyenda borgiana en su sentido decimonónico, y la sitúa donde en realidad parece que estuvo a tenor de las últimas investigaciones publicadas, en el delicado tejemaneje de las familias nobles de la fragmentada Italia del Renacimiento.
El argumento sigue fundamentalmente la historia que ha llegado hasta nosotros: la desaparición de Juan Borgia, uno de los supuestos hijos del Papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia o Borja), y su aparición, ya cadáver, en las aguas del río Tíber. A continuación los protagonistas se mueven por las callejuelas de la ciudad, los conventos, las casas de las rameras de todo orden y condición, y hasta las fortalezas de los Orsini para averiguar el o los responsables de sus asesinato. Y si bien se exagera para facilitarles el acceso a todo lugar donde se proponen, o César Borgia carece de la agudeza que se le supondría en sus discursos, e incluso puede haber algún error como levantar el rumor de la culpabilidad de este último, hermano del asesinado, cuando eso esa acusación no empezó a sugerirse hasta un año después de la muerte del duque, como digo, a pesar de estos pequeños inconvenientes, la obra está dotada de una gran solidez, con un argumento muy bien trabajado sobre una sabia estructura (clásica pero no por ello simple) y un trabajo de documentación amplio y bien seleccionado en sus fuentes.
La solución del asesinato resulta creíble y la Roma representada a base de versos y refranes en latín y prostitutas de toda calaña que la pueblan y la desbordan es una imagen trabajada y realista, aunque habrá a quien disguste la crudeza del lenguaje y su sexualidad constante. El libro convence, sin utilizar técnicas de investigación forense contemporánea, el protagonista es capaz de encontrar las pistas a partir de la observación y el razonamiento lógico y, para aquellos que sean ajenos a esta familia de origen valenciano que alcanzó el poder en la Ciudad Eterna, resulta altamente adictivo y recomendable si es que desean aproximarse a este período de la historia a través de una ficción coherente.
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