Existen libros que son un regalo para el lector cuando aprende a ir más allá de lo evidente para perderse en la matemática de las palabras. Una matemática que no descansa en la lógica racional puesto que las relaciones interpersonales están influidas por ecos tan fuertes como el miedo, la desconfianza, y por contraste, también la esperanza. A veces, una acción incoherente no está determinada por la maldad del agente sino tal vez, por la inmadurez emocional. Una inmadurez emocional que paradójicamente convierte en víctima de sí mismo a aquel que no es capaz de sentir, que no puede ser consecuente con aquello que desea o que, sencillamente, se queda en el plano de la más pura superficialidad. No es posible ir más allá cuando existen barreras internas que nos impiden mostrarnos tal como somos ante el otro.
Existen libros que invitan a pensar en lo humano: “Monika sonríe frente al espejo” del navarro Iñigo Sota Heras ofrece un paseo literario por los distintos rincones del alma. Rincones llenos de luz en algunas ocasiones; esquinas de oscuridad y silencio en otras. Destellos de realidad en un universo literario que ofrece esperanza más allá de la imperfección esencial que envuelve a todo ser humano. Y es que tal vez, la mayor perfección reside en la carencia que facilita el aprendizaje y la superación personal que permite el encuentro auténtico con el otro ser. Tal vez, el camino del amor verdadero está marcado por una etapa previa de desamor. Quizá, la reconciliación con nosotros mismos viene predeterminada de forma necesaria por una pérdida de rumbo vital. A lo mejor, debemos perdernos para volver a encontrarnos con más claridad en medio del camino que visualizamos de forma extraña frente a un espejo que en ocasiones muestra lo mejor de nosotros mismos.
En las relaciones interpersonales no hay víctimas ni culpables porque cada uno es responsable de su propia felicidad. Nadie está a merced de la voluntad ajena por más que a veces recurramos a trampas emocionales con el fin de justificar lo injustificable. Querernos a nosotros implica sabernos merecedores de lo mejor, y evitar por tanto, compañías nocivas y destructivas para el espíritu. Dejando de lado relaciones que en lugar de sumar, restan calidad a los días. A veces, vale la pena esperar cien años con tal de encontrar esa persona que en lugar de ver nuestros defectos hace más hincapié en nuestras virtudes. Y en lugar de querer cambiarnos, nos ayuda a ser todavía más auténticos y espontáneos.
La vida es menos vida cuando transformamos la energía en negatividad. El alma es menos alma cuando nos conformamos con lo mediocre. Nuestra existencia es limitada cuando vivimos al cincuenta por ciento de nuestras posibilidades. No existe una receta mágica de la felicidad, sin embargo, lo mejor llegará a tu vida si te concedes el privilegio de merecerlo sin ningún tipo de remordimiento.