Rosa Ribas escritora de origen catalán, residente en Franckfurt desde hace varios años, prepara ya la segunda entrega de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor. Y está ya en los hornos editoriales la traducción al alemán de la primera: Entre dos aguas. Ha saltado del ensayo a la novela histórica y desde las desprestigiadas regiones de ésta ha volado a la novela policiaca. ¿No marea viajar a terrenos tan distintos de la creación? ¿O es la Literatura un todo indivisible?
– RR: Cuando surge la idea para una historia no pienso si voy a escribir una novela de un género determinado. El proceso de redacción no empieza con un «voy a escribir una novela histórica, a ver si se me ocurre algo», sino que una idea va tomando cuerpo y forma y al hacerlo ve en qué se va a convertir finalmente.
– EL LIBREPENSADOR: El pintor de Flandes, tu primera novela publicada, ha sido un éxito. Ha llegado a la edición de bolsillo y ha recibido buenas críticas. ¿Cómo lo has vivido? ¿Se ha aplacado el fuego del miedo al fracaso que te impedía publicar o queda algún rescoldo?
– RR: Me temo que el miedo al fracaso no va a desaparecer nunca, sólo va a cambiar de forma. Si cuando empezaba a escribir se manifestaba como el temor de no poder terminar lo que había comenzado, pasó después a ser el miedo de no llegar nunca a publicar y después, una vez publicada, a las posibles reacciones negativas de los lectores o los críticos. Así que veo que no tiene remedio. Lo que ha cambiado es que no me impide ni seguir escribiendo ni seguir publicando.
– EL: La novela histórica no goza de mucho prestigio: ¿envidia de críticos que nunca fueron best-sellers o realidad de excesos de obras de baja calidad?
– RR: Una buena novela es una buena novela con independencia del género. En el caso del género histórico tengo la impresión de que hay demasiados libros que no son novelas sino excusas con un hilo narrativo para que el autor nos muestre cuánto sabe de una época determinada, con personajes que se mueven y hablan como si fueran conscientes de que están apareciendo en una novela histórica; suenan envarados, acartonados, sin profundidad, puramente funcionales.
Por otro lado a ese desprestigio contribuye también el hecho de que al haberse puesto de moda se publiquen obras de ínfima calidad para aprovechar la tirada de temas que se han hecho populares como los templarios, los misterios con trasfondo religioso, etc.
– EL: En alguna ocasión, hablando de los personajes de tu novela, has mencionado la atracción del Conde de Villamediana, excesivo, estrafalario y ambiguo. Pero nada andrógino. ¿Cuál de ambas opciones crees que seduce más hoy en día? ¿Por qué en períodos de decadencia los híbridos son ídolos de multitudes o de minorías selectas?
– RR: Villamediana es extravagante, pero no marginal, no es lo que hoy en día llamaríamos un «freak». Los «freaks» les gustan a mucha gente porque los pueden mirar desde arriba, son una mezcla de transgresión y ridículo que permite al observador sentirse en el fondo superior. Pero Villamediana es otro tipo de excéntrico; fascina porque es excesivo, porque domina las reglas y se las salta a placer. No lo contemplamos desde la distancia algo burlona, sino desde la admiración, porque se atreve a lo que otros sólo pueden aspirar.
En una época marcada por convenciones muy estrictas, donde el castigo a los que las infringen es terrible, él nos parece un jugador aventajado que en lugar de someterse las usa según le convenga. A veces pierde, pero siempre cae de pie, hasta que algunos consideran que va demasiado lejos y deciden matarlo.
No sabría decir cuál de las dos opciones resulta más atractiva hoy en día. Si observamos las figuras que aparecen en los medios, vemos que ambas están muy presentes. Tal vez lo que seduce es lo que tienen en común, que es el que se salen de lo corriente.
– EL: Cambiando de formato: algunos de tus relatos han merecido premios y reconocimientos, ¿por qué goza de tan poca popularidad esta forma literaria en un mundo que corre tanto? ¿No tienen la «duración» perfecta para los «lectores del metro»?
– RR: Puede que parezca así a primera vista, pero el relato es una forma exigente tanto con el autor como con el lector. La brevedad no implica simplicidad o ligereza, sino que requiere que el lector ponga más de su parte. Es una género que pide concentración en la lectura porque carece de la redundancia de la novela y por eso creo que no sirve para la lectura «en el metro», donde uno sufre interrupciones o molestias. No se puede, por lo menos yo no puedo, dejar un relato a medias y seguir leyéndolo varias horas después sin tener que empezar de nuevo.
– EL: En tu obra se aborda la España de Felipe IV, cuando el país aún tenía mucho peso a nivel internacional. Sin embargo queda la impresión de que la hegemonía acabó con su abuelo, Felipe II. ¿A qué crees que se debe?
– RR: La época de Felipe IV es ya una época de decadencia económica y política, aunque fuera un momento de esplendor artístico. No me siento capaz de resumir las razones de esa decadencia, pero sí de enumerar algunos factores como la corrupción, la ineptitud de los gobernantes, la mentalidad de una sociedad en la que el trabajo está mal visto y la apariencia es más importante que la esencia. A pesar de las cantidades ingentes de metales preciosos que llegaban de América, bajo el reinado de Felipe II el Estado se tuvo que declarar en bancarrota varias veces porque el dinero se iba en pagar a los banqueros europeos los intereses de las deudas contraídas para financiar coronaciones, guerras, etc. Bien pensado, muchas de estas cosas suenan increíblemente actuales, ¿no?
– EL: ¿Qué debe tener un relato que no es imprescindible para una novela?
– RR: Concisión y economía de medios.
– EL: ¿Y a la inversa?
– RR: Complejidad de hilos narrativos.
– EL: Del mundo del Barroco pasaste a la cotidianeidad de una comisaria en la Alemania de nuestros días. ¿Bocanada de aire fresco?
– RR: Sólo un cambio de aires, porque en el fondo me muevo en terrenos que me resultan próximos. El Siglo de Oro es una época que siempre me ha fascinado y a la que ya me dediqué durante mis estudios. Después la casualidad o la suerte han querido que en Alemania haya entrado en una familia de apasionados de la época, los editores Reichenberger, que desde hace más de 25 años editan teatro del Siglo de Oro en español en Alemania. A Kurt, mi suegro, que desgraciadamente falleció el pasado febrero, le debo la idea inicial del Pintor de Flandes. Cuando terminé el manuscrito no me quedé tranquila hasta que mis suegros, Kurt y Roswitha, le dieron el visto bueno. Fue como si me hubieran nombrado caballero: después de su aprobación, la novela ya podía ir a recorrer mundo.
En Entre dos aguas hablo de la ciudad en la que vivo desde hace dieciséis años.
Así que, bien mirado, tanto en el Fráncfort actual como en la España del Siglo de Oro me muevo en escenarios familiares para mí.
– EL: ¿Qué hará que Cornelia Weber-Tejedor enganche al público como la señorita Marple o Hércules Poirot?
– RR: Espero que su personalidad, su inteligencia al resolver los casos, su forma de ver la vida. Espero que también el hecho de que no es perfecta, sino una persona con sus defectos y sus pequeñas o grandes neurosis. Tal vez el que es un personaje que refleja la sociedad europea actual, la mezcla (ella es medio española y medio alemana), con todo lo bueno que tiene pero también con todos los conflictos que implica.
– EL: Preparas ya una nueva entrega de esta «heroína» postmoderna que ve los Simpsons. Parece que te encuentras cómoda en este estilo… ¿o ya planeas hacia otro tipo de novela?
– RR: Quiero seguir con Cornelia Weber-Tejedor, acompañarla en varios casos más, pero cuando cierre la segunda entrega, que estoy terminando ya, descansaré un poco de ella y cambiaré de registro.
– EL: Tu primer pensamiento ante una buena crítica.
– RR: «¡Uf!» Aunque esto no es un pensamiento, ¿no?