Leer libros que no son novedad editorial me produce una especial sensación de tranquilidad y cierta saciedad de rebeldía. Hay que ver la manía febril que tienen algunos –flojos lectores, en general- por hacerse a toda prisa con los nuevos libros de los escritores, sobre todo si éstos son célebres y mediáticos y están bien promocionados. Si el libro les atufa las manos de tinta de imprenta y plástico de embalar, mejor que mejor. Tampoco es eso; a los libros hay que darles su tiempo.
No suelo releer, y menos aún narrativa de ficción, pero ayer mismo terminé Territorio enemigo (1991) –una novela que había leído hace un montón de años-, de mi viejo conocido Riera de Leyva. Conocido, digo, desde mi punto de vista de lector atento.
Vuelvo, pues, a la narrativa de Leyva. Y lo hago con una obra de sugerente título y contenido variopinto que merece un especial análisis.
José María Riera de Leyva (Almería, 1934), barcelonés de adopción, cursó estudios de Periodismo en la ciudad condal. Profesionalmente dedicado a la publicidad, ha realizado incursiones esporádicas en cine y televisión.
Ya en 1959, obtuvo el Premio Sésamo de cuentos, lo que demuestra que su trayectoria literaria no surge sólo a raíz de los años setenta, en que Tusquets publica su primera novela, En otro país (1970), sino mucho antes, cuando apenas contaba el autor veintitantos años de edad.
Habría que vincular a Riera de Leyva al grupo de escritores nacidos en torno a la guerra civil. La Generación del medio siglo debió influir en los modos y maneras creativas de nuestro novelista.
Hace años, y en la misma colección donde apareció Territorio enemigo (Narrativas Hispánicas, de Anagrama), vio la luz su novela Lejos de Marrakech, obra compuesta de diecisiete piezas narrativas distintas que se iban encajando unas en otras por medio de un nexo vertebral, formando así lo que doy en llamar novela secuencial.
Portada de uno de los libros más conocidos de José María Riera de Leyva
Pues bien, la entrega que comentamos no dista mucho de semejante forma estructural. A través de veinte capítulos (algunos de ellos se podrían extraer de la novela sin que ésta perdiese un ápice de comprensibilidad argumental, por cierto), José María Riera nos plantea una fábula interesante acerca del hombre urbano de nuestros días y de su entorno agresivo y violento. La obra viene a ser toda ella una metáfora, una alegoría tras la que hallamos el mensaje de fondo que los materiales narrativos -herramientas indispensables de todo escritor- pretenden transmitirnos. Y ese mensaje, algo empañado por la sucesión de relatos que sólo se unen a veces gracias a la aparición de ciertos personajes comunes, resulta claro para el lector avezado: el hombre urbano es una pantera negra escapada del circo vital, una bestia que se adapta a la locura de la gran ciudad por simple instinto de supervivencia.
El hombre y la fiera convergen en ese vivir inhumano, en ese territorio enemigo que ambos comparten desde la ficción de la novela. Pero el hombre, al final, como en una metáfora pura, no sólo se compara con la fiera, sino que se identifica con ella, se vuelve salvaje para con los demás y no busca sino sobrevivir en la jungla de asfalto. Tal parece el comportamiento de Max, fotógrafo de agencia sin trabajo estable y personaje narrador fundamental; el de Monna, su vecina, prostituta y amante ocasional de Max; o los de Ángela, Santana y otros secundarios menos interesantes.
Algunos capítulos -los hay brevísimos, casi anecdóticos, junto a otros más dilatados y morosos- se acercan a los argumentos policíacos tradicionales, como sucede con Little Gatsby, por ejemplo. Los hay también con cierta carga folletinesca, como sucede en Una novia en Martinica, donde Max se entera de que su padre, un hombre ejemplar ya fallecido, había tenido un hijo con Monique Lambert, mujer madura, dipsómana y un tanto rocambolesca.
Tampoco falta el humor en esta novela de Riera de Leyva. Humor o cóctel –mejor- de ironía, sarcasmo y humorismo particular, humor que se trasluce en ciertos diálogos de buena factura, abundantes en el libro, o en capítulos concretos, breves y chocantes, como los titulados «Aeropuerto» o, sobre todo, «Tortugas».
Los personajes de Riera maniobran en espacios urbanos donde el mar de fondo -ese Mediterráneo cálido, tan presente como innominado- sugiere rincones y espacios materiales preñados de misterio.
Su estilo narrativo es de trazo suelto. Su lenguaje resulta directo, ligero, provocativo. Un par de laísmos diseminados por ahí, como el del capítulo diecisiete, atestiguan el uso de un español descosido, no sujeto al esmero académico que algunos escritores, erróneamente, se empeñan en buscar a todo trance. Nada mejor que la compleja y engañosa naturalidad literaria, tan difícil de conseguir en un trabajo narrativo.
Predomina la frase corta y el adjetivo indispensable. Nos hallamos ante un libro curioso, recomendable para todos aquellos que vivan a diario en la incómoda selva de la gran ciudad, un territorio enemigo donde los haya.
El que suscribe, sabe también que José María Riera ganó el Premio Herralde de Novela en 1993 con la obra Aves de paso, una historia de reencuentros. El propio autor declaró entonces que no se trata de un libro de viajes, sino de “búsqueda de las oportunidades perdidas”. Y en 1995 vio la luz la que, hasta el momento, parece ser su última novela, titulada Una cerveza en Kenia. Habrá que leerla.