Los “ritos de paso” de la pubertad a la juventud formaban parte de varias culturas indias de Norteamérica. Se buscaba restaurar la armonía con la tierra, representar la renovación de la naturaleza y el flujo de la vida.
Los pueblos indios de las Praderas celebran una ceremonia para señalar la renovación de la naturaleza. Representa la recreación del mundo, el paso de la muerte a la vida; las danzas y los cantos permiten a la tribu restaurar la armonía con la tierra que da sustento y con el Gran Manitú para tener alimentos y buena salud. También era ocasión para iniciar a los jóvenes en los “ritos de paso” de la pubertad a la juventud y poder asumir sus responsabilidades de adultos y de esposos.
Era un rito de acción de gracias y de renovación pero se desarrolló como fuente de perfección espiritual para los capaces de sacrificio. Como medio de iniciación se construye una casa como modelo del universo que funciona. En el centro está un gran poste (el eje del mundo, el árbol enraizado en la tierra y que nos comunica con el cielo). Su piso es la tierra; sus cuatro paredes aluden a los cuatro puntos cardinales; su techumbre es la bóveda celeste. La alegoría del “sendero blanco”, símbolo del paso por la vida, se plasma en el trazo marcado sobre el piso para indicar el camino de la vida que sigue el hombre hasta la puerta del Oeste donde todo termina, para favorecer el viaje de las almas hacia el mundo de los espíritus.
Los participantes se someten a una purificación estricta en la “Casa del sudor”, ayunan, se pintan con rico simbolismo y se adornan con plumas que facilitarán el vuelo astral cuando entren en trance. Se proclama la muerte y la resurrección: sed atroz, mirar fijamente al sol, cantos graves y profundos. El sonido del tambor impulsa, la participación de la comunidad respalda.
La danza entre los indios es equivalente a las plegarias y al culto en otras religiones.
La Casa del sudor era el medio de purificación que se llevaba a cabo en una estructura cerrada con piedras calientes sobre las que se derramaba agua fría: los cuatro elementos de tierra, aire, fuego y agua actúan para prepararse a las grandes ceremonias de iniciación o de renovación. Así como para penetrar en la “Tienda de la agitación” o en la “búsqueda de la visión” o para fumar la pipa de la paz.
La búsqueda de la visión era una Institución muy extendida entre los algonquinos, los pueblo y otros. Se trata de poner a prueba a un joven, después de haberse purificado en la Casa del sudor, el fumar sagrado y la oración intensa, la ordalía, el ayuno y la sed; además de un retiro en la montaña para enfrentarse a la soledad y al terror. A cambio, recibiría una visión de su espíritu guardián, a menudo en forma de animal; se le otorgarían poderes especiales y los códigos y tabúes que necesitará para curar, para defender o conducir al pueblo. Los chamanes asistían al neófito hacia su iluminación. Cuando decayó la cultura del guerrero, decayó la búsqueda de la visión por los medios tradicionales y se introdujo el uso del peyote que procede de las tierras al sur del Río Grande, patria del mescal y de los hongos divinos. En todos los pueblos indios floreció la medicina que practicaban los chamanes.
Las pipas y materiales de fumar utilizados en el culto americano se designaban calumet. Fumar como medio de oración y de comunión se deriva de la pipa que aspira el chamán para estimular la visión extática. Los modelos indígenas de comprensión se reflejan en las historias de la pipa arquetípica. La más conocida es la de los sioux oglala, que narra el regalo de la pipa por la Mujer Búfalo Blanca. Es bellísima. La pipa representa a la tierra, la vegetación, animales y pájaros. Orar con la pipa significa orar con y por todos. La custodian los indios en Dakota del sur y jamás es mostrada; como tampoco lo es la pipa plana de los arapajoes. Se ofrece el humo a los seres celestes, a la tierra y a los cuatro puntos cardinales para recuperar la armonía de la naturaleza y con ella la salud y el sosiego.
“¡Qué hermoso día para morir!” -exclama el guerrero indio ante un amanecer hermoso-. “¡Y poder cabalgar y cazar en las grandes praderas de Manitú!”.
J. C. Gª Fajardo