El hallazgo de un navío de pesca tartésico en Eritrea le convenció de la posibilidad de bordear África por mar y llegar a la India. Fernando Sánchez Dragó relata la aventura del armador griego.
Barco de guerra griego, en una cerámica del siglo VI a.C., Atenas, Museo Arqueológico Nacional
Quince siglos antes de la aventura de Colón, tres naves partieron de Cádiz en busca de la India. Su armador y capitán era Eudoxio, un aventurero nacido en Cízico, colonia griega del Asia Menor muy famosa por su ceca. Sabemos que antes de embarcarse en esa aventura ya había tratado de enredar al rey egipcio Tolomeo VIII para que le financiara una expedición en busca de las fuentes del Nilo.
Tolomeo no entró al trapo, pero le encargó varios viajes a la India, que Eudoxio llevó a cabo de la única manera posible entonces, esto es, atravesando la península arábiga por tierra y tomando luego un buque en alguno de los
puertos del Ándico. Lo que se dice una ruta complicada y costosa. Al regresar del último viaje, nuestro hombre encontró en una playa de Eritrea el más inesperado de los pecios: un mascarón de proa en forma de caballo que enseguida reconoció como proveniente de un hippoi o navío de pesca tartésico…
No tardó en deducir que uno de estos barcos de pesca había tenido que bordear el África tenebrosa para llegar hasta allí. Otros piensan que el hallazgo sólo sirvió para confirmarle en lo que ya había descubierto estudiando el llamado Periplo de Hannon (este Periplo estaba grabado en una columna del Templo de Baal en Cartago), marino –éste– cartaginés que ya había visitado Madeira y las Islas Británicas.
Al regresar a Alejandría, donde tenía Tolomeo su Corte, no tardó Eudoxio en proponerle repetir la hazaña del pesquero gaditano y abrir así una nueva ruta a la India por mar.
Tolomeo, aunque llamado Evergetes (El Bienhechor) por sus hagiógrafos, era mas conocido por sus súbditos como Kakergetes (El Malvado), y debió pensar que era otra de las locuras de Eudoxio, por lo que se llamó andana.
Inasequible al desaliento, fletó Eudoxio a su propia costa o gracias a mecenas que hoy desconocemos tres navíos en los astilleros gaditanos y enroló una tripulación que, de creer a Posidonio, constaba principalmente de «muchachas músicas y médicos». ¿Serían aquéllas las famosas puellae gaditanae que tanto ponderaron Marcial y Juvenal por sus licenciosas danzas?
Quizá Eudoxio trataba de aprovechar el flete para fomentar la trata de blancas exportando vicetiples andalusíes a cambio de cardamomo o curry. Juerga, en todo caso, no debió faltar a bordo, pero por lo visto se resintió la disciplina. Sabemos que los tripulantes se amotinaron, naufragó una de las naves y tras varias peripecias acabó Eudoxio regresando a Cádiz con el rabo entre las piernas.
Probó suerte entonces el de Cízico en la Corte del rey mauritano Bocos, pero éste debía ser peor bicho que Tolomeo y no se limitó a despacharle con cajas destempladas, sino que lo hizo abandonar en una isla desierta. Dicen que Bocos temía que, de conseguir Eudoxio sus propósitos, su reino quedaría abierto a los bárbaros, en lo que quizá no iba tan desencaminado.
Tras emular durante cierto tiempo a Robinson Crusoe logró Eudoxio evadirse de la isla por sus propios medios y sabemos que, hombre de ideas fijas, consiguió armar nuevos buques y partir sin que nadie haya vuelto a verle desde entonces.
¿Llegó Eudoxio a la India? Resulta duro de creer ante la dificultad insalvable de doblar el Cabo de Buena Esperanza a bordo de aquellas «naves de Tarsis» de que habla la Biblia, concebidas sin duda para mares más apacibles.
Poseidón le tenga en su gloria.
(publicado en la revista ‘La Aventura de la Historia’, junio de 2005)