Dime una frase guapa de las tuyas, de esas que inician relatos de final triste y comienzo esperanzador, una frase de esas que molan mogollón, de esas que cautivan al lector y enamoran al escritor, de esas que te llevan por la calle de la amargura intentando descubrir lo que esconden.
Porque las frases guapas no tienen un único significado, tienen mil, todos los que tú le quieras dar, cada persona la entiende de una manera distinta, le busca tres pies al gato e intenta intuir lo que el escritor pretendía o el mensaje que se esconde detrás de cada palabra.
Pero las frases guapas se limitan a existir, las ves en la pantalla del ordenador y maldices tu mediocridad por no haber sido capaz de inventarte una frase de ese estilo, una frase con ese calado, con esa profundidad, con esa capacidad de reflexión interna.
Venga, no te hagas de rogar, dame una frase que yo la convertiré en oro, la explotaré, la utilizaré y siempre recordaré que la frase fue tuya. No seas egoísta, que si te la guardas nunca saldrá a la luz, se quedará ahí dentro, en tus entrañas y no te aportará nada, mientras que si me la das, si me la entregas, yo la haré pública.
Las frases guapas merecen ser publicadas, no soportan el anonimato, ni el celibato, gustan de la lujuria, de la lascivia pasional de las mentes calenturientas, mentes sucias de origen demoníaco que sólo intentan satisfacer las malditas necesidades vitales del ser humano.
La gente se vuelve ante las frases guapas, las recuerda, las mantiene en su memoria, porque saben que una frase guapa nunca pasa de moda, siempre está vigente y mantiene viva la esencia de su existir.
Una frase guapa, mi reino por una frase guapa.