Algunos cuentos de hadas se terminan con una boda pomposa, dinero y felicidad. Otros, más originales, acaban con la boda, el dinero, una felicidad relativa y una misión en la vida. Es el caso de Waris Dirie, modelo somalí, que, tras escaparse de un matrimonio forzoso con sólo trece años, cruzar un desierto y enfrentarse a los peores obstáculos, llega a Mogadiscio con la clara intención de crecer en un entorno más próspero y ameno. Allí la acogen unos familiares que, ante la inminencia de un conflicto amenazante, la envían a Londres para trabajar como criada en la embajada.
Así es como empieza un destino increíble que, si no fuera porque se basa en una historia real, podría tratarse del guión de una película de Walt Disney. Waris, que también significa “Flor del desierto”, pasa gran parte de su adolescencia encerrada hasta que, al toparse con una joven inglesa de cierto carácter, decide dar un rumbo distinto a su vida. Entonces, se enfrenta a la más extrema miseria, trabaja en un restaurante Mc Donald´s y rescata los restos de comida de las bandejas abandonadas sobre las mesas. Su enfrentamiento con la cultura británica es traumático: la relación de las mujeres con el sexo, la facilidad de los encuentros con los hombres, el liberalismo inglés, la necesidad de legalizar su situación. Todos estos detalles son motivos de desequilibrio que chocan a la joven somalí, la obligan a cuestionarse y buscar una difícil vía de superación dentro de un país incomprensible para ella. La prueba de esa inadaptación es su total dependencia con su amiga inglesa y su desconfianza hacia los hombres a los que no sabe cómo interpretar.
Por casualidad, Waris es descubierta por un famoso fotógrafo en el restaurante en el que trabaja y, a partir de ahí, crece un éxito inesperado que llega a las más altas esferas. La bella africana se ve catapultada a las más importantes pasarelas, posa para las mejores revistas y aparece en las grandes publicidades. La Flor del desierto se convierte en la preciosa flor de la alta costura, concede entrevistas a numerosos medios de comunicación que la describen como una cenicienta y tratan de quedarse con su perfil más inocente. Aún así, cuando una conocida periodista le pregunta cuál es el día que cambió su vida, Waris relega a un segundo plano su encuentro con el fotógrafo que le permitió ascender a la fama y señala un momento tan íntimo como crítico: el día en que le practicaron una ablación del clítoris. Ese día la marcó para siempre, la privó de una parte de su feminidad y de su anatomía. Sólo tenía tres años, era totalmente inconsciente de lo que le iba a ocurrir pero el dolor y el color de la sangre se le quedaron grabados para siempre en su memoria. Ella recuerda que, después de recibir una porción extra de arroz, fue conducida por su madre a una zona rocosa para ser mutilada en circunstancias excesivamente precarias. La operación no resultó ser exitosa ya que su herida se infectó y le generó cuantiosas complicaciones, pero, afortunadamente, acabó con mejores resultados que la operación de sus dos hermanas quienes murieron en condiciones extremas de sufrimiento.
Desde ese día en que confesó su estado de mutilación a una revista, Waris no ha dejado un solo instante de luchar por el cese de esa práctica milenaria, alegando que no figura en el Corán y que impide la expresión de una plena feminidad. Ahora se le conoce como la primera mujer que habló públicamente de esa mutilación pero es también preciso recordar que, hoy en día, seis mil mujeres siguen siendo mutiladas a diario.