Texto de la Alocución ciudadana por la lectura, con motivo de la celebración del Dia de la Lectura en Andalucía, el 16 de diciembre.
LOS LIBROS Y EL SILENCIO
Me gusta hablar de los libros, de su segura compañía, de la sabiduría sin vanidad ni ostentación que poseen, de su consuelo a veces. Pero también me gusta advertir que el libro necesita un reducto de silencio. Nuestro mundo huye del silencio, lo anula, evita su presencia. Y el silencio es el sostén de cualquier diálogo profundo y por su puesto del diálogo con nosotros mismos. Nadie se asuste: pero al tomar un libro nos llevamos el silencio que él contiene. Podemos cuidar sus cubiertas, sus hojas, pero
si no cuidamos su silencio apenas podrá decir su mensaje.
Las páginas de un libro están hechas de silencio. Son silencio habitado. Entre sus líneas está el silencio que hace nacer a la palabra, que permite que la palabra sea. Si llegamos con ruido debemos dejarlo fuera para compartir su silencio. Para algunos es difícil conseguirlo, otros en cambio lo logran aunque truene a su alrededor.
Si entras en las páginas de un libro cualquier cosa puede suceder. A veces hallas un bosque y te atreves a continuar por la senda en penumbra o recorres una ciudad ajena que aún no conoces, o trasiegas la Mancha, o te tumbas en la arena frente al Adriático, o te encuentras subido a una nave que viaja en el tiempo, o estás a la orilla del Guadalquivir vislumbrando ya las tierras de América.
En ocasiones la página prefiere traerte un canto y prendidas a su ritmo las voces del amor, de la amistad, el fuego de la queja humana que no cesa, el ruido implacable de la noria del tiempo que te hace ver que todo pasa y…que todo vuelve. A veces ves cruzar por el aire un ángely…nosabes si creerlo. Conversas con los hombres de otro tiempo. Charlas con los príncipes, escucha a los mendigos, al burgués acomodado, al revolucionario, a la víctima y al verdugo. Dialogas con los sabios, los artistas, los viajeros.…
Los libros nunca vetan a su interlocutor, no saben de clases sociales, de prejuicios, de excepciones. El libro no ejerce derecho alguno de admisión, se te entrega sin pedir carné de identidad, te abre sus puertas…solo de ti depende que logres su secreto. A veces, entre líneas, también te encuentras a ti mismo, te reconoces, te saludas, te confirmas o corriges, te confortas, te alientas o, simplemente, decides al verte comenzar de nuevo, emprender otro camino.
Pasas la página, alguien, tal vez un filósofo, deja caer unas palabras en ese recinto de silencio en el que has entrado y ya nada es lo mismo: la tarde se transforma, tu mirada es otra, ¡pero cómo es posible, te dices, esa perspectiva insólita!Yte das cuenta de que estás viendo algo que nunca antes habías visto.
El libro se te ofrece, pero no te retiene. Su compañía siempre es prudente. Cuando tú lo quieras puedes dejarlo. El gesto es sencillo: levantas la vista y miras al infinito. Y aunque el infinito quisiera retenerte, regresas y recobras lo que estaba a tu lado: el árbol del jardín, la mesa con sus utensilios, el pan, el vino, los rostros que siempre te acompañan, tu familia, tus amigos…
Cierras el libro y abandonas el silencio. Pero el silencio de la lectura ya no te abandona, va contigo, te habita. Ahora estás en tu centro y la vida posee un pálpito distinto.
Eliacer Cansino
16 diciembre de 2008