La nominación y probable designación de Trinidad Jiménez como candidata socialista a la presidencia de la Comunidad de Madrid ha provocado cierta sorpresa, pero sobre todo cierto estupor y divertimento por constituir una propuesta bastante poco imaginativa.
El partido que presume constantemente de representar la «amplia mayoría» de los españoles, un término que le encanta al presidente del gobierno, no parece ser capaz de encontrar entre sus filas a algún representante nuevo e innovador para ofrecer algún halo de esperanza de una política mejor que la acostumbrada.
Claro, uno tendría que ser un iluso para llegar a creer que la clase política española actual es capaz de presentar candidatos y programas ilusionantes. Sólo se trata de conservar el poder -o hacerse con él- usando las estrategias de siempre, sin democracia interna o externa alguna.
Que Zapatero es y ha sido siempre un mediocre improvisador de estrategias políticas no es ninguna novedad. Su propio ascenso a la cumbre del partido y la jefatura del gobierno no fue sino un juego de estrategias internas entre familias políticas enfrentadas y basado en la compra de favores a cambio de elevadas hipotecas políticas que han comprometido a un país entero.
Lejos están los tiempos de los grandes oradores y estadistas que dejaban huellas en la historia de sus países. Hoy el nivel de cultura general y educación escolar y universitaria no da para más que lo que estamos sufriendo. No quiero decir que no haya gente culta y preparada, pero el funcionamiento de los partidos políticos tradicionales no permite en absoluto que personas preparadas intelectual y moralmente puedan llegar a ocupar puestos de responsabilidad en la administración.
La (re)aparición de la sevillana Trinidad Jiménez en la escena política madrileña es un certificado de pobreza intelectual y de recursos humanos del PSOE. Una mujer que tuvo un paso efímero e intrascendente por el ayuntamiento de Madrid en calidad de candidata y posterior concejal socialista y que renunció al reto por su evidente incapacidad de liderazgo y la más que demostrada carencia de programa, quiere ser ahora candidata para sustituir a Esperanza Aguirre al frente de la Comunidad de Madrid.
La ex secretaria de estado para Iberoamérica y la actual ministra de sanidad y política social del gobierno de Zapatero tampoco puede destacar por grandes logros en su gestión al frente de ambas carteras, salvo que en días pasados anunciara la reducción de prestaciones médicas de la Seguridad Social, una pérdida más de «derechos sociales» de los que tanto presume Zapatero.
Frente a esta situación, lo triste es que por parte de los partidos tradicionales no exista para la Asamblea ninguna alternativa que pueda aportar aire fresco al parlamento regional de Madrid. Pero tampoco tiene que venir de los partidos tradicionales.
En los días pasados, Ciudadanos (C’s) ha demostrado que frente a problemáticas prohicionistas y sancionadoras en Cataluña, que suponen una pérdida clamorosa de libertades civiles y de oportunidades económicas, es el úncio partido que tiene las ideas claras y que ofrece alternativas al actual marasmo de la política española. Su presencia en el hemisferio madrileño supondría una renovación con nuevas propuestas que no significaría ninguna crispación como en el caso de IU y PSOE, sino una aportación ciudadana a la solución de problemas en esta comunidad autónoma.
Ningún gobierno que cuente con la mayoría absoluta es a la larga un gobierno cercano al pueblo, sino todo lo contrario. Ya se vio en la segunda legislatura de Aznar, y también se vio en las legislaturas de mayoría absoluta de González.
Para poder impulsar cambios en la política y conseguir que los ciudadanos sean tenidos más en cuenta en las decisiones importantes, Ciudadanos (C’s) podría ser un factor importante. Es, ante todo, un partido que practica sin miedos la democracia directa interna donde son los afiliados los que eligen a sus candidatos y representantes.