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Segundos desnudos, primeros instantes descalzos. Pieles de otoño cubren esqueletos metálicos, estructuras asimétricas bajo cielos grises, luces apagadas bajo nieblas secas, sonidos estridentes bajo sinfonías mudas. Se borran, progresivamente, letra a letra, cada palabra de un diario que se dio escrito, con fecha póstuma y previa al nacimiento de la idea. Ellos lucen sonrientes sus mejores galas, se escriben a sí mismos con agua, transparente e insípida, son el vidrio pulido depositado por la marea en el borde negruzco de la playa. Se arrastran con la marea pues son marea, y marean; siguen rastros sin dejar rastro, apaciguan el vacío de sus palabras con el vago recuerdo de sus entresijos. Entretanto, a la orilla del mar, una mano invisible dibuja a surcos un nombre en la arena, el tuyo, quien escribió el diario, quien echaba flores en un foso inhabitado, existencia existente de exitoso éxito; éxtasis, estrangulamiento. Caen gotas asfixiadas, artphyxiadas, la verde hierba, el seco trigo, las lunas rotas, las ratas negras, el nigromante esparce sus semillas abstractas sobre el mármol. Cinco estados de conciencia, como la armada asesina, esperando la aguja y el vinilo, la mota de polvo: la palabra borrada entre cristales pulidos y parábolas en celibato.