«Cambiaron de marca: el nuevo champán activó las conciencias y los Senadores se pusieron a pensar, incluso uno de los honorables franceses, de tanto pensar, estalló (el caldo de cultivo de su cultura estaba poblado infinidad de microbios espirituales y sempiternos -y nada resiste a sus expansión, ni siquiera una piel de cocodrilo-):»
Xénioles. Página 27.
«Y en sus ojos de tísica -¡algo siniestros!- brillaba el deseo loco de un guiso blasfemo».
Los cisnes. Página 33.
«El placer manaba furioso, como un chorro de metal fundido, ardiente y rojo: Loth se hundió en la carne de la oprimida».
La hija de Loth. Página 37.
«Las tengo todas, te lo digo. Sin vanidad lo digo, mi joyero de sonrisas es muy completo […] pero que quede claro, la PASIÁN se paga aparte«.
Pequeño suplemento. Página 40.
«¡Oh!, cuidado con los poetas consoladores, cuidado con el Verbo, con la magia de las realizaciones, cuidado con las Palabras que se erigen y
viven, con las evocaciones improvisadas, con los encantamientos creadores, cuidado con las lógicas de la Palabra: todas las sílabas no son
vanas».
Prosa para un poeta. Página 52.
«En su humilde celda, perforada de extraños resplandores que no provenían ni del alba naciente ni de la lámpara moribunda, escribía el ilustre Hereje».
El infierno. Página 55.
«y todo ello porque has comprendido que el ingenio no debe trabajar más que para Dios, para Dios únicamente,
«y hete aquí, inocente de la fornicación del espíritu,
«hete aquí cargado de más obras maestras y de más mundos de los que mi amor había concebido.
«Entra y sé la dicha de los Inconsolables: la Oración ha matado el Orgullo».
Un episodio del juicio final. Página 68.
«- Dan miedo y siempre han dado miedo, mis ojos de agua. Son de agua, dos gotas de agua que parecen tomadas del río, ¿verdad? Mi madre tenía los mismos ojos de agua y cuando murió, en cuanto el corazón dejó de latir, sus ojos se fundieron como dos trozos de hielo, y se derramaron por sus mejillas».
Los ojos de agua. Página 94.
«Tanto en primavera como en otroño, en la noble guirnalda que formaba el árbol mágico, las floraciones eran largas, un poco como cuando se abren las sagradas flores de loto, y la vida se representaba en la nieve de sus corolas carnosas por una gota de sangre».
La magnolia. Página 131.
Rescatar a un gran autor del olvido general es siempre una gran acción. En los últimos tres años veo por segunda vez retomado el nombre de Remy de Gourmont en una traducción al castellano de quien lo ignoraba todo antes de aquel momento a pesar de haber tenido noticias y leído hace ya una década larga a su compañero de simbolismos Huysmans (cuyo A rebours) hizo las delicias de cualquier lector decadente. Amigo de Villier de L’isle Adam y conocido de Mallarme, Reny fue un erudito de primer orden cuyo colosal conocimiento de la lengua y de las herramientas de la literatura quedan sobradamente plasmados en la presente y doble colección de cuentos.
Si Madame Bovary causó con su realismo crítico de la vacua sociedad francesa de la época, un escándalo de resonancias históricas, Remy fue capaz de levantar ampollas con sus artículos en prensa, hasta el punto de ser expulsado de su puesto en la Biblioteca Nacional y ser excluido de la mayoría de periódicos de su tiempo.
Su cultura y contexto católicos son claramente profundos, y así queda reflejado en los presentes relatos, que no pocos «ortodoxos» de la religión considerarán blasfemos, heréticos e irrespetuosos. Pero más allá de las evidentes heridas que sus textos pueden o pudieron levantar también en el presente y en el pasado, por ese discurso ácido y terrible (La hija de Loth, El infierno), por encima de todo ello, queda el valor único de su prosa simbólica, la fuerza de sus historias, su humor negro, casi nacarado -brillante pero afilado- y el perfecto saber hacer del escritor de raza, del hombre dedicado a las palabras.
La crueldad de las historias, la brutalidad de su verdad desnuda cuando describe la forma de venderse de hombres y mujeres (su cuerpo, su alma, todo cuanto tienen a su alcance, incluso su propia naturaleza humana), a la par que cargadas de simbolismo, resultan, al final, de una profundidad psicológica desconcertante. De sus escritos parece desprenderse una misoginia no infrecuente en la época, aunque resulta igual de demoledor con los hombres, los don juanes, los vanidosos y los codiciosos.
Describe la envidia de una forma tan magistral que asusta, El mecanismo de lo que se aprecia porque otro lo desea es llevado a sus últimas consecuencias cuando un marido propicia que su mujer (a la que no considera bella y de la que se está aburriendo) tenga la ocasión para caer en la seducción de un tercero. Es en ese momento, cuando la mirada entre el tercero y su esposa evidencia un interés, una relación, un deseo… cuando él vuelve a encontrar una cierta hermosura en su esposa. El amargo sarcasmo procede, en este caso, de que el esposo es consciente de ese mecanismo y lo pone en marcha.
La viveza oscura de sus palabras tiene tal relieve, tal fuerza, que no es posible olvidar algunas de estas historias, ni siquiera teniendo en cuenta su pequeña extensión. Aquella en la que un psicópata (pero exquisito, no de los que describen con torpeza en la mayoría de las películas del género que se ha creado en torno al arquetipo) mata a una prostituta para poder poseerla/violarla sin que se desnude del nuevo traje de moda recién estrenado resulta escalofriante. Pero no es la única. Encontraremos maridos mayores que han propiciado los amores adúlteros de sus jóvenes esposas y que animan al amante a llorar en su hombro el fallecimiento de la joven esposa; mujeres que mueren destrozando el corazón de los hombres; hombres que estafan a las mujeres por la mera diversión de engañarlas… Todo un escaparate de comportamientos humanos realistas, pero que pocos se atreverían a mostrar, y envueltos con un vestuario de simbolismo suntuoso y palabras escogidas.