1ª parte
El reloj balbucea ocho campanadas de una cruda mañana de invierno.
La niebla es tan densa que nos impide distinguir la silueta de un hombre embozado en una bufanda a ratos deshilachada; embutido en un apolillado abrigo de paño grueso y calzado con un par de botas desvencijadas y dos mitones que no pueden alejar los sabañones de sus dedos.
Atraviesa ahora una plaza cubierta de un grueso manto de nieve, todavía impoluta dado lo desvelado de la hora, y si contemplamos de cerca de nuestro madrugador amigo, observamos que va desgranando sus paso con extrema lentitud.
Regresa de hacer la compra diaria, siempre a temprana hora para evitar todo contacto con sus convecinos y tener que contestar a impertinentes preguntas sobre su estado de salud y situación financiera.
Anda por la setentena y evita con sumo cuidado resbalar en el hielo que acecha bajo la nieve, pues sabe que dado su estado no podría levantarse de nuevo. Caminando con dificultad y apoyándose en las paredes, logra ahora enfilar el sórdido callejón en el que tan sólo se escuchan sus pasos y su tos impenitente.
Su respiración jadeante se va congelando al contacto con el aire glacial por lo que acelera el ritmo cansino de sus pies helados hasta alcanzar la mísera puertucha que le aislará por un día más del resto del mundo.
.- Atrás quedará por fin esta pesadilla blanca…- musita con satisfacción, al tiempo que rebusca afanosamente en su raída chaqueta hasta dar con un increíble manojo de llaves en todos los estados y tamaños.
Todos sus actos representan un sublime esfuerzo por ganar la carrera al frío que atenaza sus dedos y decide encender un fósforo para poder distinguir la llave precisa con sus ojos gastados y al cabo de segundos eternos traspasa por fin el umbral de la vida,hundiéndose en la sombría morada en la que habita su soledad.
Se siente satisfecho consigo mismo por haber ganado la batalla a la niebla y porque la nieve no cubrirá su cuerpo; mas la ansiedad de la búsqueda le ha provocado un nuevo acceso de tos virulento,no pudiendo evitar que se le desprenda la bolsa donde almacena la compra, rompiéndose en la caída el alimento más gustado por su paladar: una garrafa de vino.
Al cesar el ataque aún balbucea discontinuamente y por momentos se aplica en restregarse la boca con su mugrienta bocamangas.-¡ Por Satanás!- grita furioso- ¡ya no podré volver de nuevo a la taberna regresar entero con este tiempo infernal!- maldiciendo acto seguido a los cielos con las pocas fuerzas que aún le restan.
Su fortaleza anterior se ha derrumbado y es presa en estos momentos de un ataque de nervios que le hace tambalearse hasta quedar arrodillado en el oscuro zaguán invadido de telarañas. Sin embargo, no todo son desgracias en la vida de los pobres y de repente recuerda que todavía conserva media garrafa del vino añejo que comprara el año anterior en ferias que guarda debajo del camastro para emergencias como la presente.
-No todo está perdido, el día aún puede arreglarse -, brota como oración desde el fondo de su apolillado corazón, a la vez que se percata de la presencia de los moradores del entresuelo de la casucha. sus dos gatos.
Una vez repuesto del trance vivido, decide compartir su felicidad con los dos felinos que ronronean melosamente en torno suyo: la gata, joven todavía y que siempre lleva consigo un gato de enorme cabeza que cuenta con tan sólo seis meses y un mucho de impertinente que termina por avinagrar el dulce carácter de su madre.
Convencidos de las intenciones amistosas de su amo, trepan ya raudos hasta el piso superior donde habita nuestro anfitrión, el cual no puede evitar un resquemor en su orgullo al recordar los días en que ganaba los escalones a saltos y descender a la cruda realidad de la artrosis actual que le marca el ritmo cansino de sus pasos.
Receloso, traspasa el desentablado portón e inicia la ascensión a los aposentos del piso superior, lo cual representa una ardua tarea para sus piernas , debiendo hacer acopio de todas sus fuerzas para alcanzar el último escalón donde se inicia una angustiosa captura del aire que imperiosamente demandan sus pulmones.
Sabe que la muerte le está esperando al final del último peldaño de cualquier día y confía en que llegado ese momento, le conceda el tiempo suficiente para beberse de un trago el vino que necesita su lengua para contarle lo mucho que le ha esperado.
Una vez recuperado el aliento, entreabre la carcomida puerta de la cocinucha, dando paso a unos gatos ya inquietos y a sus maullidos imperiosos que le recuerdan que todavía no ha desayunado.
Siguiendo un inveterado ritual, despedaza en el único plato que posee las vísceras de cerdo que engullirán por riguroso orden el joven gato hasta saciarse y su paciente madre dando buena cuenta de los despojos.
Al verlos totalmente entregados a su festín, se le dibuja una sonrisa en su descuidado rostro, preparando acto seguido un cuenco de leche fría con migas que nunca limpia después de haber usado, pues cree que de hacerlo se cortaría el vínculo de unión de un día con el venidero.
Posee además diversas manías; así, jamás enciende el fuego a la misma hora del día, por entender que ello le supondría un gasto excesivo de leña y tampoco bebe vino de su jarra antes de haberlo catado sus gata, ya que el gato negro es todavía muy joven para probarlo.
– Este frío no es bueno para mis huesos – rechina al par que con sus inestables manos derrama medio cuenco de leche impactando de lleno en la cabeza de la gata, que acto seguido es lamida con fruición por su hijo.
Todos sus desayunos acaban invariablemente con el suelo más próximo salpicado de leche y migas que van escapando de su boca, pues sus mandíbulas nunca se aceptaron bien.
Consumada la operación, patea las salpicaduras con sus botas destachueladas y despaciosamente deposita la cuchara y el cuenco en el anaquel donde almacena el resto de cacharros, así como el azúcar que tanto
gusta de comer en varias rebanadas de pan, ya que su dentadura no es la de antaño y sólo puede permitirse comidas suaves y muy masticadas.
Perdió todos sus molares el día que acudió al sacamuelas debido a una pequeña molestia que debió complicarse, pues luego de espantosos alaridos más una hemorragia sanguinaria de casi veinte horas, hubo de permanecer despanzurrado y para siempre desdentado y sólo su joven naturaleza, amén de ciertas pócimas recetadas por su madre le salvaron de caer en las temibles garras del sepulturero.
¡Qué alegría más sincera sintió días más tarde al saber que el vino sería bueno para cicatrizar las heridas de su boca!.
Desde entonces nunca se ha abstenido de consumirlo, ya que siempre ha creído que el vino es tan consustancial al ser que sólo los niños y los muertos debían dejar de consumirlo.
Las libaciones, por otra parte, las realiza en la sola compañía de sus gatos y se reducen a cuatro o cinco jarras que sorbe con avidez en cuanto las sombras se van adueñando de su lóbrega morada.
Por lo demás, el piso donde habita comprende solamente dos estancias:el cubículo, toscamente amueblado por una cama de hierro despatarrada con un deforme colchón de lana; una silla despellejada que hace las veces de mesita de noche; un palanganero que consta de jofaina, jarra y espejo semirroto, además de un orinal con toda clase de orines y una roñosa navaja de afeitar.
Las paredes están salpicadas a intervalos de calvas y petachos y las maderas del suelo totalmente roídas por los ratones, antiguos inquilinos del aposento.
El antro donde tiene lugar la mayor parte de sus duermevelas y meditaciones es un habitáculo de suelo muy bajo; paredes agrietadas y suelo de un color mezcla de brasas aplastadas, sopa apestosa y vino rancio en la
parte más cercana al fogón; las cuadrículas próximas a la mesa son una amalgama de blancos de leche y azúcar más rojo del barro de sus botas, así como un verde indescifrable de los humores de su acatarrada nariz.
Por último, los rincones, la parte baja de las paredes así como los lomos e los gatos están repletos de los escupitajos que emite a lo largo del día con periodicidad rítmica.
El mobiliario se reduce a una vetusta mesa de nogal picada de cuchilladas, fruto del inestable pulso de su dueño y que lleva adherida como costra en su piel una masa informe de leche, migas y azúcar; una banqueta de pino algo destartalada que ganara en una partida al dueño de la taberna;una jarra de cobre, cuenco, plato y varios pucheros de latón y cuchara y tenedor de madera, además del cuchillo de cocina.
Su única comida sólida se reduce a un puchero de sopa maloliente con que acompaña a los pocos arenques que sobreviven a sus gatos.
Nunca bebe vino en tal ocasión, pues es de la opinión que ese néctar divino sólo debe saborearse cuando el paladar está totalmente virgen del contacto de otros sabores, cosa que nunca ocurre antes de la anochecida, ya que su aparato digestivo está aquejado de meteorismo y sus eructos resuenan en las estrechas paredes del aposento cual bramidos de ciervo.
(Otro mal que le aqueja es la halitosis, aunque de esto sólo es consciente el gato que se atreve a interponerse en el camino de sus nauseabundos efluvios).
Todas estas operaciones son interrumpidas por el constante flujo y reflujo de unas llamas que indican a nuestro hombre la necesidad de reponer leña en un fuego que es su obsesión, pues está convencido de que el día que se le apague será su final, y para evitarlo, siempre dispone de un nutrido arsenal de troncos y astillas a su diestra.
Asimismo, como quiera que el mantener el fuego e encendido sólo para calentarse representa un gasto superfluo a sus ojos, tiene siempre colgando un gran puchero con agua que hierve repetidas veces hasta convertirse en vapor.
Segunda parte
La moquita de su enrojecida nariz y el aterimiento de sus manos disipan en estos momentos el ensimismamiento de nuestro hombre, avivándole la necesidad de encender el fuego en el viejo fogón.
El rito de encenderlo le reporta una de sus mayores compensaciones, pues una vez brotadas las primeras llamas, pasa el resto de sus horas vigilando sus oscilaciones y recreándose en las formas que le dicta su escasa
imaginación.
Sólo deja su cálida compañía para descender en busca de los troncos astillados con su hacha en los días buenos, así como desaguar el oxidado orinal de las abundantes micciones que sus problemas de próstata le provocan.
Hoy, sin embargo, ocurre algo inusual: la niebla obliga al humo a descender, impidiendo la formación de las anheladas llamas, y luego de una dura pugna entre el hombre y el humo, acaba éste venciendo y expele una amplia bocanada que invade hasta el último rincón de una estancia que por momentos se ha ido congelando.
Nuestro desangelado protagonista sabe que el humazo es el principal enemigo para su tos enfermiza, por lo que decididamente resuelve abrir el humilde ventanuco que da al callejón, dando así paso a la otrora enemiga niebla, que irrumpe ahora con alegría y se funde en un abrazo con una humareda que lucha por impedir su expulsión.
Toda la estancia queda ahora invisible a los ojos de nuestro mentado amigo, que ya no sabría decir dónde se ocultan sus gatos ni si podrá sobrevivir alguna de las escasas viandas de la alacena a su ataque camuflado.
Rápidamente empuja los postigos del ventanuco y logra así salvar su vida de una muerte segura, anunciada por la niebla gélida.Todavía con el corazón acelerado, se deja caer en la banqueta totalmente exhausto, sintiendo que la sangre borbollonea en sus sienes y el pulso se le dispara en las manos.
En tal estado de ánimo, nuestro hombre cree distinguir en un banco de niebla que resta por disipar unos escudriñadores ojos azules…
– Juraría que he visto antes esos ojos….- le dice un hilo de su voz, aunque dada su excitación, no podría asegurar con rotundidad si pertenecen o no a alguno de sus gatos.
– Sí, son ellos…., sin duda!- grita ahora fuera de sí, creyendo reconocer en los mismos a los ojos fríos y aguijoneadores de su padre, su misma mirada despectiva y reprochante ante todo lo que intentara hacer en la vida, que si bien es cierto, pocas veces culminara con éxito.Así, el negocio de trapos usados y lanas que emprendiera bajo los dictados de su padre, finalizó con un quiebra imprevista, producida por las pérdidas ocasionadas en su desmedida afición al juego y que tan en secreto llevara.
Por minutos, se contrae su rostro con un rictus de ansiedad, al recordar el retorno obligado tras haber agotado las últimas monedas y la cruel acogida paterna, de la que aún conserva una profunda cicatriz en la ceja izquierda así como un dolor inlocalizable en la espalda.
Instintivamente, se acurruca en la banqueta, cubriéndose el rostro con las manos como un niño travieso que esperara el castigo por sus desmanes……, mas nada ocurre. Temerosamente abre sus ojos sanguinolentos, comprobando que los espantosos objetos de su visión son ahora verduscos y pertenecen al gato negro que tan bien conoce, pues no en vano se considera su padre putativo.
-¡Mierda de gato!- maldice, arrojando al suelo con inusual violencia al pobre misino que ha permanecido todo este tiempo acurrucado en la alacena y que ahora emite un desgarrador lamento.
La tensión del momento le ha hecho olvidarse momentáneamente de su cuerpo, pero ahora no puede impedir que el humo acumulado en sus pulmones durante el entreacto, salga al exterior entre violentos espasmos de tos,mientras todo su organismo se estremece con escalofríos.
– Tengo los miembros entumecidos -, pronostica con lucidez desusada y sabe que ahora la lucha será contra la humedad que ha logrado calar sus huesos.
Desesperadamente se abalanza contra el fuego, al par que golpea con ahínco las yemas de sus dedos hasta notar que la sangre vuelve a circular por sus miembros.Transcurridos unos minutos, el calor ha reanimado ya su macilento cuerpo y va haciendo manar abundante moquita de su sonrosada nariz.
-¡Vaya por Dios…! ¡Ya me he resfriado! – musita con resignación pues sabe perfectamente que un enfriamiento en estas fechas aliado a su bronquitis crónica, puede ser fatal para sus días y de un bolsillo agujereado saca un mugriento pañuelo y se enjuga con rabia la moquita, sonándose estruendosamente.
– Decididamente va a ser un día difícil -, afirma como queriendo convencer a los gatos de tamaño juicio; pero estos, que ya están acostumbrados a oírle manifestar en voz alta sus pensamientos, permanecen ocultos bajo la mesa, a resguardo de un nuevo acceso de cólera que sobrevenirle a su dueño pueda.
Decide al fin sentarse en el rellano del fogón, de espaldas al fuego y mientras el calor va hormigueando su columna, se mesa unos grasientos cabellos con sus toscas manos y el cálido ambiente consigue serenar sus ánimos y le sumerge en un ligero sopor que hace doblegar sus párpados, todavía lagrimosos por el humo.
No podría decir cuánto tiempo permanecerá en esta postura, pues ya ha entrado en el reino de los sueños, donde siempre consiguió cerrar las puertas a la imagen de su odiado padre y a los muchos desengaños habidos en su vida.
No obstante, está visto que hoy nada será como de ordinario….
Sus devaneos oníricos le conducen ya hasta una sórdida cocina en la que dormita un hombre de edad indeterminada y que esconde su rostro entre las rodillas, de espaldas a un fuego que crepita arrítmicamente.De repente, descubre que de su retostada chaqueta comienzan a insinuarse pequeñas llamaradas que no tardan en extenderse a su pelo y terminan por prender con fuerza en sus cabellos.
¡Intenta avisarle que va a morir calcinado, pero las palabras no brotan de su garganta y ve como las llamas van consumiendo casi todo su pelo…!
De súbito, un estrépito de pucheros confundido con un grito de dolor proveniente de otro mundo le despiertan de su profundo letargo y todavía semidormido se palpa la espalda, comprobando con horror que tanto la chaqueta como parte de su cabellera están chamuscadas…
Aturdido por el dolor, le vemos retorcerse frenéticamente por el áspero suelo, logrando tras dolorosos momentos sofocar el fuego de requemada espalda.
El rosario de juramentos que emite ahora como poseso del demonio, hace estremecerse a las agrietadas paredes y obliga a los gatos a iniciar despavoridos una alocada huida, chocando repetidas veces entre sí hasta conseguir dar con la gatera y plantarse de un salto en los aledaños del entresuelo, que aunque más próximos al infierno, no cambiarán en mucho tiempo por el piso de arriba, de donde siguen llegando todavía los ecos de terribles maldiciones.
La estancia semeja en estos momentos un campo de batalla, con nuestro dolorido amigo dando rienda suelta a los demonios que le corroen mientras arrambla todo lo que se interpone en su camino,siendo pocos los cachivaches que consiguen salvarse de su ira.
Cuando la polvareda levantada se va disipando, podemos ver los cubiertos y el plato semicalcinados entre las cenizas; varias ristras de ajos descabezadas, dos sartas de morcillas degolladas, asó como la mesa boca arriba con el cuchillo de cocina clavado en pleno corazón y a una descuartizada banqueta sentada en lo que fue una alacena.
Si nos acercamos más, distinguimos a un hombre que parece desquiciado y que sangra abundantemente de la mano derecha amén de los labios, ( probablemente autolesionados en la orgía de su propio arrebato), y por último,a una de las viejas paredes en las que nuestro desolado personaje va grabando las huellas de una mano marcada en su propia sangre.
-¡¡¡ Quiero morirme!!! – impreca a los dioses, resonando como terrible presagio en todos los recovecos de la ya maldita morada…
Mas no…; el destino que parece haberle abandonado a su suerte, no ha dispuesto todavía el fin de sus sufrimientos en esta tierra.
Prácticamente exangÁ¼e por la mucha sangre vertida, encuentra no obstante las fuerzas necesarias para vendarse la mano con un viejo trapo de cocina, y arrastrándose entre bufidos se dirige ahora por el estrecho pasillo hasta el triste cubículo donde aguardará la llegada del nuevo día.
3ª parte
Sin tiempo siquiera para desvestirse, arroja su cuerpo lejos de su pesada ira, hundiéndose de vergÁ¼enza en el irregular colchón de lana y prorrumpiendo a continuación en amargos sollozos.Llegados a este extremo, sentimos la imperiosa necesidad de respetar su dolor y a través de un ventanuco sin postigos nos asomamos al exterior donde vemos desprenderse diminutos copos de nieve.
Debe ser mediodía aunque la baja temperatura nos impide oír las campanadas del reloj que quedan congeladas en su boca..
Mientras, imperceptiblemente, la niebla ha ido levantando sus faldas y distinguimos ya chimeneas humeantes luchando contra el viento helado y tejados multiformes sumergidos en una inmaculada capa de nieve que ahora recibe una considerable lluvia de bolazos arrojados por manos invisibles. Hora es, no obstante, de volver con nuestro infortunado amigo que yace ahora tumbado sobre el camastro.
Diríase que su maltrecho cuerpo ha encontrado al fin el descanso que deseó, mas pronto salimos de nuestro error al percibir unos sonidos inconclusos que van aumentando en intensidad hasta convencernos de que está roncando.Duerme boca arriba y respira con dificultad lo que le lleva a emitir silbos monocordes acompañados de variadas voces guturales. y aunque ha cesado ya de sangrar de sus heridas, el sufrimiento padecido se refleja en las comisuras de unos labios que contrae horriblemente.
Han debido transcurrir varias horas desde que nuestro hombre entró en sueños, pues la luz que se filtra por el tímido ventanuco está agonizando y únicamente adivinamos vida en la estancia por unos roncos suspiros que poco a poco dan paso a una respiración queda y a una expresión de bienestar que ahora dibujan sus maltrechos labios. ¡Qué no daríamos por conocer los sueños que llenan de felicidad a nuestro amigo…!.
Mas ya no hay tiempo para averiguarlo pues nuestro ruidoso amigo se va desvelando por momentos ayudado por un colchón carnívoro que lo ha ido succionando hasta sus fauces y unas tripas escandalosas que con sus exabruptos estentóreos le devuelven el pago de su abandono.
Le vemos ahora despertarse sobresaltado, hundido en un colchón criminal que intenta asfixiarle y con todos los intestinos clamando venganza por las morcillas que fallecieron degolladas antes de que pudieran ser digeridas por sus jugos.
Luego de ímprobos esfuerzos, es arrojado violentamente del colchón, cayendo de bruces al roído suelo mas saliendo milagrosamente incólume del tropiezo, excepción hecha del único incisivo que permanecía todavía intactoy a pesar de la abundante sangre que se vierte por el hueco del diente roto y gateando a oscuras, intenta alcanzar la palangana para lavar la sangrante encía.
Tras alcanzar su objetivo, sumerge totalmente la cabeza en un agua que queda teñida de rojo , taponando después la oquedad con el viejo trapo que anuda en su mano y que aprieta ahora fuertemente con los últimos dientes que le quedan en pie y en esta postura permanece incontados minutos hasta percatarse de que la sangría ha cesado , aprestándose entonces a buscar la palmatoria que descansa en la desollada silla.
A tientas, palpa la forma familiar de la raída bujía y sacando una caja de fósforos de su pantalón, prende la mecha de la que surge vacilante un destello luminoso que desafía la brutal oscuridad en la que está sumergida la habitación y acerca a continuación la llama al fragmentado espejo del palanganero para apreciar el estado de sus dientes, ocurriendo entonces algo que podríamos catalogar de fantástico…
Debido quizás a la lánguida luz de la vela o más bien a la incontable sangre derramada en los sucesivos accidentes padecidos, cree ver ahora junto al reflejo de su desencajado rostro la pálida tez de una mujer de mediana edad. Preso de inquietud, se aparta del extraño espejismo y es entonces cuando reconoce en la fantasmal visión la faz de su difunta madre.
-Santo Dios…, no es posible…- susurra entrecortadamente, debiendo apoyarse en el respaldo de la silla falto de aliento y tras un breve paréntesis de aturdimiento, consigue reaccionar y se levanta decidido a cerciorarse por completo de la veracidad de la imagen. Con tal fin, coge la palmatoria en una mano y el oxidado orinal en la otra y se encamina amenazadoramente hacia el espectro materno, descargando tan brutal golpe que reduce en añicos el ya fragmentado espejo.
Los restos del cristal nadan ahora en las turbias aguas de la jofaina ; mientras nuestro hombre acerca la llama al destrozado espejo con tanta avidez que llega a quemarse las pestañas en el empeño, comprobando no obstante que el espejismo ha desaparecido totalmente.
Ya recuperado de la experiencia vivida, siente que la encía comienza a molestale nuevamente y como quiera que el mejor remedio para tales males es el vino, se desliza debajo del camastro hasta topar con una garrafa que victoriosamente saca ahora envuelta en polvo, pelusa y telarañas y tras limpiar detenidamente el angosto cuello de la vasija, ase firmemente la frágil posadera del recipiente y entornando los ojos comienza a beber con fruición.
El tiempo y las dolencias parecen desaparecer para nuestro ínclito amigo al contacto líquido y aunque la garrafa no está llena, se diría que al ritmo que lleva pronto acabará con ella. Pero definitivamente, hoy nada es como siempre …
Los atropellados sorbos realizados le han hecho atragantarse, provocándole un acceso de tos que le hace arrojar todo el vino sorbido como un surtidor de petróleo, denostar con suprema repugnancia y seguir carraspeando y escupiendo los restos del bálsamo vomitado…
La tragantina y posterior vomitona han despertado los ácidos aletargados en su estómago, lo cual unido al depauperado estado de su organismo, le provoca en estos momentos una virulenta diarrea, casi sin tiempo para encontrar el abollado orinal y agarrado a los barrotes del camastro no perder el bazo entre las deyecciones…
Pero será preciso que regresemos al mundo exterior , donde la niebla ha vuelto a cubrir los tejados del horizonte y una espesa capa de nieve tapona ya la mitad del ventanuco.Deben ser ya las ocho de una tarde semioscurecida, aunque no podríamos afirmarlo con seguridad ya que las campanas del reloj continúan con moquita en sus badajos.
La noche se presenta totalmente despiadada e indudablemente va a resultar crucial para el futuro de nuestro descompuesto amigo.
Mientras, el renombrado personaje ha conseguido dominar sus vísceras y ahora le vemos recostarse en su palanganero con los ojos extraviados, totalmente demacrado por efecto de vomitonas y evacuaciones. Las fuerzas le van abandonando por momentos y su cabeza comienza a desvariar, fruto del ayuno a que se ve forzado por las extrañas circunstancias de este día y que le hace ahora revivir a la luz de una vela que se va consumiendo los días de su infancia.
Inevitablemente le viene a la memoria la imagen de su madre y cientos de recuerdos se agolpan en su mente deseando salir de su prisión temporal y ser revividos por su dueño.Recuerda con total nitidez unas manos llenas de callosidades y cariño para un niño que fuera de sus amorosos brazos nunca después encontraría un poco de afecto.
Siempre fue ella el consuelo para para las amarguras y desengaños que únicamente le ofreció la vida, debiendo convertirse en compañera de juegos tras ser marginado por los chicos de la escuela. y ejercer de amiga comprensiva hasta hacerle brotar nuevamente la alegría. cuando su desastrado físico le ahuyentó la compañía de las chicas y le sumió en la depresión.
Fue asimismo el pararrayos mágico que le esquivó chaparrones de golpes provenientes de su visceral padre y que tantas veces desviara hacia ella, de lo que recuerda grabado en su retina dramáticas escenas de peleas conyugales, seguidas invariablemente de horas de lágrimas de la compungida mujer en la soledad de su alcoba.
Conforme iba creciendo , aumentaba progresivamente la periodicidad de unas palizas destinadas en exclusiva a su madre quien ya por entonces lucía una profunda cicatriz en la muñeca derecha producida por una navaja cabritera, así como de una visible cojera fruto de una caída desde lo alto de la empinada escalera, lo que fue marchitando la vitalidad de una mujer todavía joven pero de organismo débil y fue menguando inexorablemente la duración de sus días.
-Cómo lloró nuestro desconsolado amigo la tibia mañana en que los restos de su pobre madre descansaron para siempre de las palizas de su brutal esposo-
Llegado a este punto de sus vivencias, varias lágrimas resbalan por sus mejillas al tiempo que golpea el suelo con saña , enrabietado por su impotencia para evitar el fatal desenlace.
-¿Por que no lo maté?- interroga a su conciencia, hipando sus palabras y recibiendo el silencio como antesala de una respuesta que conoce de sobra en su interior.
Debido a su carácter débil y enfermizo, incapaz de pensar por sí mismo y decidir su propio destino, siguió viviendo a la sombra de su colérico padre, más plegado si cabe a sus dictados dictatoriales ,hasta que aliado con una epidemia de cólera consiguieron mandarlo al infierno.
Una profunda amargura invade en estos momentos a nuestro derrotado amigo, al constatar la inutilidad de su existencia y el vacío de su corazón , mas diríase por el extraño brillo de sus ojos desvariados que este pobre hombre, lejos de su pasado y huyendo de su futuro, ha adoptado una drástica decisión.
Fortalecido por la resolución tomada, le vemos ahora erguirse con la palmatoria en una mano y la garrafa en la otra y salir rápidamente de la alcoba para ahuyentar a sus fantasmas, encaminándose por el estrecho pasillo hasta la arrasada cocina donde esperará la llegada de la muerte.
Bendita seas madres…., voy a tu encuentro!-, rezan sus labios encomendándose a su progenitora y es tal la excitación que recorre su cuerpo que sus pasos parecen acelerarse hasta alcanzar en estos momentos la puerta y penetrar en la abandonada estancia y toda su anterior entereza se quiebra instantáneamente al entrever el alucinante cuadro que se presenta ante sus ojos: el aposento totalmente invadido de partículas de ceniza con un fogón definitivamente congelado, viandas descuartizadas y cacharros desparramados…., y entonces rememora los excesos cometidos tras su parcial achicharramiento.
Mas nada importa ya…, la momentánea indecisión sólo ha servido para reforzar aún más su idea prefijada y nada ni nadie podrá ya impedírselo.
Haciéndose un hueco entre pucheros y cachivaches, apoya la sudorosa vela en una hendidura de la chimenea y se sienta recostado en una pared dispuesto a compartir con el vino su solitaria despedida. Le vemos ahora llevarse la garrafa a sus labios resecos y beber parsimoniosamente, consciente de que cada trago puede ser el último, paladeando el agridulce sabor de un líquido mezclado con sus avinagradas tripas.
Ya no cuentan los minutos para nuestro misántropo amigo: de su estómago depende el tiempo que tardará en consumir el néctar de su agonía. De momento, los primeros tragos han logrado entonar sus vísceras y el alcohol ingerido comienza a surtir sus efectos haciendo brillar sus pupilas y animándole a tararear desabridamente una monótona salmodia.
¡Tendríamos que ver cómo se ilumina la lóbrega estancia a la luz de los destellos de su garrafa y cómo se deshiela el congelado aposento al calor de sus tragos espaciados…! Se diría que nuestro taciturno personaje es dichoso por vez primera: al fin se sabe libre de la herencia de su pasado y apura ya gustoso las últimas gotas de su futuro. Todas sus penalidades se han condensado en los vapores del alcohol y la inanición de su cuerpo se va evaporando entre pestilente vahos que expele por su boca.
-Allá va la despedida…, canturrea alegremente dispuesto a dar el beso de despedida a la garrafa , para lo que introduce la lengua hasta el cuello de la vasija, hecho lo cual, relame con frenesí la boca del vacío recipiente arrojándola acto seguido con desgana contra el postigo del ventanuco y rompiéndose en mil pedazos.
Entre tímidos estertores de una llama agonizante, entrevemos ahora a nuestro hombre fabricando bolitas con el cerumen de sus oídos y tragándoselas a continuación con la inapetencia del que se sabe próximo a la muerte, mas no dura mucho su divertimento, pues casi de inmediato le sobreviene un repentino vahído y queda exánime en el suelo, sangrando por la boca a borbotones.
Casi al unísono, el resplandor de la llama se desvanece con un postrer guiño de complicidad y un silencio mortal invade ahora el tétrico aposento…
Todo rastro de aliento vital desaparece por completo de nuestro malogrado amigo,cuyo espíritu vaga ahora flotando por estrechas callejuelas, doblando sin cesar esquinas hasta desembocar en un solitario callejón que muere en una vivienda de aspecto contrahecho.Sin poder impedirlo, traspasa una mísera puerta y penetra en un oscuro zaguán poblado de telarañas, ascendiendo sin interrupción hasta el piso superior donde le espera un patético cuadro que hace estremecer su faz espectral.
– ¡Llegas con retraso! ¡Ya creí que habías olvidado nuestra cita!-, le espeta ofendida una hermosa mujer de rubia cabellera que cubre su sensual cuerpo con un vestido de tul y que en estos momento se dispone a cerrar los ojos desorbitados de un cuerpo que yace sin vida rodeado de un charco de sangre coagulado.
Es entonces cuando reconoce en aquel cuerpo yacente el recinto donde siempre vivió como espíritu y cabizbajo por haberlo abandonado a su suerte, responde con voz trémula:
-Salí a buscarte en la noche, pues pensé que no llegarías con esta nevada….
Al conjuro de estas palabras, la bella señora esboza una mueca de complacencia al tener ya la absoluta certeza de que el espíritu de nuestro amigo la ha deseado casi tanto como anheló su cuerpo abandonar la vida y firmemente resuelta a seducirlo, aproxima lentamente su ingravidez hacia el espacio inmaterial del espíritu, esgrimiendo su sonrisa más seductora y un irresistible fulgor sensual en sus ojos.
Nuestro viejo amigo se sabe ya irreversiblemente prisionero de su magnetismo mortal y se sumerge en sus amorosos brazos recibiendo enamorado su frío beso , fundiéndose a continuación su inexistencia espiritual con la materia que yace sin inerte en el suelo.
Las campanas gimotean ininteligibles tañidos de un níveo amanecer invernal…
GERMÁN GORRAIZ LOPEZ