Sí, ya lo creo, Lourdes Ventura, que Gustavo Adolfo te buscó. Y a buen seguro que te encontró. Pues, que no podía ser de otra manera. Que en las galantes páginas de El poeta sin párpados derrochas por doquier ternura, sonrisas y misterios, y nos inundas con uno de los imposibles más hermosos que nuestro Bécquer nunca viviera.
Desde Conde de Barajas hasta Claudio Coello, ¡cuántos himnos gigantes y extraños!, ¡cuánta dulce secreta languidez!, ¡cuántas flores meciéndose en compasado y dulce movimiento!, ¡cuántas ideas que al par brotan y cuántos besos que a un tiempo estallan!, ¡cuántas ninfas jugueteando desnudas en la corriente fresca del cristalino arroyo!, ¡cuántos encuentros, que pasa junto a mí y pasa sonriéndose!, ¡cuántas preguntas: ¿Por qué calló aquel día? ¿Por qué no lloré yo?
¡Cuántos recuerdos que salen a perseguirme de un oscuro rincón de la memoria! ¡Cuántas visiones, que conozco a muchas gentes a quienes no conozco! ¡Cuánto sueño que durara hasta la muerte! ¡Cuántas olas gigantes que rompen bramando en las playas desiertas y remotas! ¡Cuánto nublarse el sol eternamente! ¡Cuánto romperse el eje de la tierra como un débil cristal!… ¡Cuántos silencios y cuánto llanto! ¡Cuánto dolor y cuánto amor, ¿verdad, Lourdes Ventura?! ¡Cuánta poesía!
Sí, ya lo creo que Gustavo Adolfo te buscó, Lourdes Ventura. Y te encontró, sin duda, envuelta entre las hojas amarillentas caídas sobre la Plaza de San Lorenzo de Sevilla, conmovida por el crepúsculo azul que desde ella se divisa, hilvanando palabras y palabras; pespunteando párpados para el poeta, en el Guadalquivir, sentada mismo al borde de su orilla.
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