Ášltima entrega de Dragolandia en el año que termina. La escribí el pasado viernes, hace cinco días, con el pie ya en el estribo del avión de la Thai que iba a llevarme a Bangkok. Estaré en Pnom Penh, supongo, cuando estas líneas se publiquen, si todo ha ido bien. Lo hice –escribir– curándome en salud, porque no estaba entonces ni estoy ahora seguro de poder enviar artículos desde lejanas tierras pese a las minuciosas instrucciones que Javi, mi ayudante, me ha impartido. Lo de internet me parece cada vez más complicado. ¡Con lo fácil que era antes la vida del periodista andariego!
Un comedor del Restaurante Aynaelda
Nostalgia del télex, del fax y del teléfono. Yo ya no sé ni siquiera manejar éste. Demasiados dígitos, prefijos, sufijos, desinencias, y al final, no falla, una voz gangosa y obsequiosa informándome en inglés o en japonés de que ha sido imposible establecer la comunicación. A veces, ni eso. Tres pitidos y a otra cosa.
Mi amigo Arcadi Espada opina que todos estos dengues y visajes de damisela clorótica son coqueterías de intelectuales encastillados en esteticismos impropios del siglo XXI. ¡Ojalá fuera eso! Pero te juro por los Picapiedra, querido Arcadi, que lo mío es, sencillamente, torpeza sin posible cura. Me esfuerzo, te lo aseguro, y nada. A los pocos minutos se me olvida todo. ¿Será por senectud? Me resultaría más fácil aprobar las oposiciones de notario. Ni siquiera sé para qué demonios sirve el noventa por ciento de los artilugios que figuran en el salpicadero de mi coche. Á‰ste, sin embargo, funciona. Señal de que son inútiles.
Voy a dejar aquí un regalo de Reyes. Orientales son los tres y yo estoy (se supone) en Oriente. Es de índole gastronómica. ¿Les gustan los arroces? Pues vayan al restaurante Aynaelda (Los Yébenes, 38 – Aluche – 91 710 10 51) y sabrán lo que es bueno. Nunca mejor dicho lo de bueno.
Es un hallazgo y, a la vez, un secreto a voces. Tres amigos, cada uno a su aire, me habían pasado el soplo. Tardé en hacerles caso. Aluche queda fuera de mis cazaderos habituales.
Anoche, por fin, recalé en ese restaurante. No sin fatiga, porque el tráfico de la navidad convierte Madrid en un infierno. La di por bien empleada. Soy hijo de madre alicantina y alicantina fue buena parte de mi niñez, adolescencia y juventud. Entiendo de arroces y sé que no es fácil encontrarlos a la altura de lo que el paladar espera. No conozco en Madrid, hoy por hoy, ningún lugar mejor que Aynaelda para dar con ellos.
La carta es espectacular, abrumadora, y no sólo, por cierto, en lo concerniente al arroz, pero es éste el que manda, domina e impone. Lo tienen meloso, caldoso y seco, de todos los sabores, para todos los gustos y en todas las versiones posibles, clásicas o imaginativas. Sólo en el Dársena del puerto de Alicante se ha topado mi apetito con semejante despliegue de buen hacer arrocero.
Restaurante sólido, de los de toda la vida, y a la vez moderno, confortable, de buen servicio, con aforo, con un enorme aparcamiento y con un maestro de ceremonias atento a cuanto esa alta profesión exige.
Pídanle consejo en lo tocante a los vinos. Cada plato de arroz requiere uno diferente. La carta señala algunos.
Soy persona agradecida. Donde no hay publicidad, resplandece la verdad.
Buen provecho y feliz año.