Cultura

Alan Sillitoe, un poeta de los márgenes.

por Luis Pizarro

Al empezar a hablar de la obra de Sillitoe, narrador y poeta representante de un género literario específico, comprendo que debo hacerme algunas preguntas, la más importante es la pertinencia de distinciones como “literatura social” o “novela obrera”. Desde luego, estas clasificaciones evidencian que en literatura la experiencia de determinados grupos sociales se suele evitar; una actitud extraña cuando la creación literaria debe tener como ambición reflejar la vivencia humana, o sea todos los caminos posibles de sentir y encarar lo que nos sucede a diario, como espetó William Faulkner en un conocido discurso: “El deber del poeta y del escritor (…) Ambos tienen el privilegio de ayudar al hombre a perseverar, exaltando su corazón, recordándole el ánimo y el honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La voz del poeta no debe relatar simplemente la historia del hombre, puede servirle de apoyo, ser una de las columnas que lo sostengan para perseverar y prevalecer.”, claro, hablamos de la generalidad de los hombres, con sus clases sociales y sus fronteras, tangibles unas, invisibles la mayoría, inútiles todas para definir lo esencial de cada persona.

En el Occidente contemporáneo, la invariable escasez de autores que centren su mirada en las clases populares es un fenómeno que reclama más atención. John Harold Plumb y Raymond Williams llevaron a cabo estudios fundamentales para comprender esta circunstancia. En Cultura y Sociedad 1780-1950 (1958), de Williams y England in the eighteenth century (1950) de Plumb, lo que decide los principios de la cultura y la psicología colectiva de la sociedad británica del XIX, determinando su futuro es el temor a la violencia de la vida social -esto tiene su trasunto claro en toda la cultura europea del momento-, las distintas reacciones de miedo, rechazo y preocupación por las consecuencias de la industrialización, lo que significó, todo a la vez, una exaltación del progreso económico-tecnológico y una nostalgia del pasado y de las jerarquías de sexo y posición social.

Ya lo vemos. La literatura victoriana inglesa evitó de forma sistemática incorporar el paisaje fabril del país, la condición obrera y los barrios industriales. Junto a esta pulsión cultural que parte de lo social, debemos añadir convergencias en lo político: el liberalismo nace de una crítica a la “soberanía nacional” rousseauniana, al sufragio universal o participación masiva del pueblo y de la mujer en política, va guiado por el mismo miedo y negación, cuestionando conceptos modernos como la “igualdad natural del ser humano”. La segregación clasista en la enseñanza, dictada por ley desde el Plan de FranÁ§ois Guizot de 1833, también muestra este miedo a la movilidad social. Para el caso español, Josep Maria Fradera analiza esta dinámica en su brillante libro La pÁ tria dels catalans: histÁ²ria, política, cultura (La Magrana, 2009).

Iniciado el siglo XX, se alzan voces contra el olvido de gran parte de la sociedad. Encontramos este interés en André Gide, en Alfred DÁ¶blin, en García Lorca, en toda la literatura anarquista y socialista europea de principios del XX, después en Henri Miller, en Bukowsky, en Jean Genet o en Jean Paul Sartre. La Beat Generation americana tendrá una preocupación muy cercana. El cine también dará la suya: el Free Cinema inglés, la Nouvelle Vague. Luego renacerá con otra cara en el arte de Pier Paolo Pasolini, quien dio una de las miradas más emotivas, imparciales y consecuentes sobre la gente del pueblo, desde una perplejidad a ojos llenos, logrando tocar su esencia.

En los años 50 surge en Gran Bretaña el grupo de dramaturgos y novelistas de los Angry Young Men: John Osborne, Keith Waterhouse, Kingsley Amis, John Braine, John Wain, Bernard Kops y, evidentemente, Alan Sillitoe. Los Angries se forman en el contexto de una tendencia recurrente en la literatura inglesa que nace en 1945 y muere a fines de los 60, la de la novela de contenido social. Los protagonistas serán siempre componentes de la clase trabajadora.

Los Angries aparecen simultáneamente a otros grupos artísticos con inquietudes análogas, o al menos que responden al mismo paradigma. El grupo es coetáneo a la historiografía neomarxista del Grupo de Historiadores del Partido Comunista, o Grupo de Cambridge, articulados por la revista Past & Present (Raphael Samuel, E. P. Thompson, Christopher Hill…) y a la del Círculo de Birmingham (Raymond Williams, Richard Hoggart), que iniciaron los llamados Estudios Culturales. Una historia que puso en cuestión el marxismo estructuralista, introdujo la cultura como elemento activo en la creación de consciencia social y se interrogó por fin sobre lo íntimamente popular, por cómo se vive la subalternidad y es adentrada en la consciencia individual, por los métodos de construir resistencia desde lo cultural. Los Angry Young Men (Jóvenes Airados) se forman con esta preocupación creciente y cada vez más profunda, en el arte como en las Ciencias Sociales, por la experiencia de las clases populares.

El nombre de Angry Young Men fue acuñado en 1956, a partir de la publicación de la obra teatral Recordando con ira, de John Osborne. La mayoría de componentes del grupo eran de procedencia obrera, en sus textos reflejaban un fuerte descontento con la sociedad de clase media inglesa, totalmente hegemónica entonces, con su todavía durísimo segregacionismo social y denunciaban la alienación de la clase obrera.

Allan Sillitoe murió hace poco, el 25 de abril de 2010, a la edad de 82 años. Sus dos principales obras hablan de los trabajadores de la ciudad industrial de Nottingham, de donde era oriundo. La novela Sábado por la noche y domingo por la mañana (1958) y el libro de relatos La soledad del corredor de fondo (1959, Premio Hawthornden) son la obra narrativa más conocida; pero también hay que destacar La hija del trapero, La muerte de William Posters, El General, El árbol en llamas, La puerta abierta, a parte de teatro, ensayo, algunos libros de cuentos y sobre todo seis libros de poesía, entre ellos Las ratas y otros poemas (1960) y Desprendimiento del amor y otros poemas (1964).

Los libros de Sillitoe giran siempre alrededor de un sólo personaje en conflicto. Cándido Perez Gallego, en Literatura y rebeldía en la Inglaterra actual: los Angry Young Men, un movimiento social de los años cincuenta (CSIC, 1968), destaca la presencia en sus obras de dos fuerzas antagónicas: los personajes, aislados social y anímicamente y sus enemigos, a menudo la policía y las instituciones médicas o psiquiátricas, en un maniqueísmo deliberado, afirma Pérez: “esta intención divisoria le llevará a prescindir en sus novelas de una visión imparcial, hacia una representación ética del mundo”, el caso más claro es Colin Smith, de La soledad del corredor de fondo.

Individuos en los márgenes de la sociedad, personajes con una búsqueda vital pendiente, como apunta Susan Windisch Brown en Contemporary novelists (Saint James Press, 1996): individuos que desde el cinismo y la resignación responden a los problemas con la evasión y la violencia. Para Stanley S. Atherton, en su Alan Sillitoe. A critical assessment (WH Allen, 1979), los personajes de Sillitoe son antihéroes, seres incapaces de sobreponerse a las circunstancias, “misfits” (inadaptados), lo mismo que dice Cándido Pérez: “los personajes de Sillitoe son seres supervivientes, héroes a punto de ceder”. Poco más o menos, individuos que actúan frente a sus conflictos desde el simple enfado, sin analizar su problema y el contexto en el que acaece: sin buscar un cambio real. Pero ahí también está la denuncia social de Sillitoe, que nos muestra barreras sociales insuperables, tan poderosas que impiden la regeneración: el hombre está preso en su sociedad.

En novelas como Sábado por la noche, domingo por la mañana y en otras muchas aparecen alusiones simbólicas a lo político. El General es una sátira política, muy próxima a otras célebres de George Orwell. Los ecos de la Guerra Fría entre los dos bloques y la posibilidad siempre presente de la guerra atómica trastocan las perspectivas de los personajes, Cándido Pérez y Susan Windisch coinciden en lo siguiente: el amor y el sexo sólo son un desahogo más, sin opción de futuro. Queda también muy explícito, desde mi óptica, que las relaciones son un escape a la dureza y el tedio del trabajo industrial.

La reflexión existencial domina en la narrativa de Sillitoe. Se cuestiona la capacidad del individuo para escoger su modo de vida en la sociedad contemporánea, su “elección vital” y las posibilidades que le concede la sociedad, que cuando son escasas le impulsa a escapar. En el análisis de Cándido Pérez, el existencialismo de Alan Sillitoe le debe algo a Albert Camus, a parte lo cita en algunas obras. Me refiero sólo a una cosa: los héroes de Sillitoe son similares a los de “l’homme revolté” de La Peste, con la diferencia que los de Camus son héroes filosóficos con un fuerte aparato ideológico detrás, formados, consecuentes y con una búsqueda espiritual explícita, los de Sillitoe son testimonios de una injusticia y los únicos protagonistas y responsables últimos de su violencia.

Tomando como punto de partida el análisis de Susan Windisch, creo que se podría hablar de dos tipos de protagonistas de los textos de Sillitoe: el obrero “respondón”, arrogante y violento que es Arthur Seaton, de Sábado por la noche, domingo por la mañana, un obrero que trabaja en una fábrica de bicicletas, sin formación cultural ni política, que desconfía de los políticos en bloque y que, desde su resignación, no busca un cambio sino sólo evadirse. Por otra parte Brian, la figura central de La puerta abierta, es un obrero educado, desde una situación laboral de partida similar se acerca a la izquierda y tiene esquemas de lo que debería ser una nueva sociedad. En la trilogía de La muerte de William Posters, el protagonista Frank Dawley viaja a Argelia por compromiso ético y político, en una lucha por la identidad personal y una búsqueda espiritual, aunque también es una huida, hacia adelante pero huida, es un abandono, pues Frank decide rechazar a su familia y a su mundo, como si todo fuera parte del trabajo de la fábrica donde estaba. Colin Smith lo hace de forma similar a Arthur Seaton pero más conscientemente, el personaje adolescente de La soledad del corredor de fondo se evade con la competición como corredor de fondo que le han asignado los directores del reformatorio, luego decide dejarse ganar. Como Arthur, habla desde la arrogancia, pero cada vez es más conocedor de la dimensión de su problema, por eso se adivina que en un futuro cercano dará un giro a su vida: será escritor.

En Sillitoe hay una crítica persistente a una industria erosionadora de la salud física y psicológica del obrero, a la vez se denuncia el consumismo, el cual desvía a los trabajadores de sus necesidades vitales humanas: los desmoraliza. El rechazo de los personajes a la autoridad coge distintas formas en la obra del británico, donde en varios aspectos queda muy explícita la “incomunicación de las clases sociales”, para Cándido Pérez el principal de ellos es una ruptura indiscriminada con todo lo que recuerde a la moral burguesa, los individuos de la clase obrera quieren ser exactamente ellos mismos, con todo lo que eso significa, y no quieren participar en la vida política.

Jordi Lamarca, en la edición en catalÁ  de Sábado por la noche, domingo por la mañana (Edicions 62, 1996) afirma que toda la obra de los Angries se caracteriza por un realismo behaviorista sin pretensiones, diálogos vivos que encuadran fuertes preocupaciones de los personajes en su marco social y un lenguaje sin retórica que evita el sentimentalismo. Para Stanley S. Atherton, estas obras son una contestación al experimentalismo literario de James Joyce y Dylan Thomas, quizás por eso para buena parte de la crítica inglesa esta literatura no aporta novedades estilísticas y tiene un carácter demasiado documental, por lo que es un retroceso respecto a la narrativa británica de los 30. Cándido Pérez cree que la influencia del monólogo de Joyce en La Soledad del Corredor de fondo es obvia, con lo que esta contestación no puede ser tan explícita. Pérez colige que parte de esta sencillez expositiva de Sillitoe viene de una necesidad pedagógica: hay que hacerse entender entre los humildes, es una literatura para el pueblo. Una literatura sociologista donde la experiencia personal es importante, Sillitoe siempre quiere transparentar que lo que explica “es bien conocido por todos”. Pero es una literatura pedagógica por otro motivo: quiere plantear problemas y dar soluciones, tal cual, las obras de Sillitoe han de ser útiles y efectivas en determinados momentos de la vida del lector, y en determinados momentos de la historia de la comunidad.

Hay que decir que ya los temas de Sillitoe son un atractivo, porque no hay escritores que hayan expresado con tanta decisión la cotidianidad y la angustia de la clase obrera. Esa es una razón sobrada para leer a este autor; sin embargo quedarse ahí no sería justo, ni con el escritor ni siquiera con nosotros mismos. Alan Sillitoe se lanza a algo poco común: a plasmar la problemática social del pueblo en espectro amplio, o sea desde su impacto en las relaciones familiares, en la vecindad, en el ocio, en el horizonte de vida de cada individuo. Es cierto que se queda a medio camino en la exploración de la vivencia de la marginalidad, en cómo ésta reconstruye casi íntegramente espacio y sociedad en la consciencia de cada individuo y se filtra en la cultura colectiva; pero también lo es que sus objetivos son distintos, quiere una literatura para todos, que sea fácil de tomar. De acuerdo con esta literatura que habla de lo de siempre, directa, la “literatura de la experiencia” y además con un impresionante monólogo en donde la escritura se dirige a ese “ser una de las columnas que sostengan al hombre para perseverar y prevalecer” que citábamos antes, Colin Smith, el adolescente protagonista de La Soledad del corredor de fondo, nos ofrece su primera indagación acerca de lo que esperan los directores del reformatorio de él, de las causas de cómo y porqué ha llegado ahí, de su propia posición y la de los suyos dentro de la sociedad y de su particular concepción moral del mundo.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.