«Por eso le echó a la calle y, eso sí, antes, como es natural, le dijo que es un puto de mierda y que no tiene dignidad poniendo el culo por dinero. Supongo que es más digno poner la mano, como hace él».
Página 24.
«Este vendería a su madre por una camiseta usada, pero eso sí, de marca».
Página 68.
«Yo no sé si Dios existe, pero el Diablo sí, y me ama. Cosa que por otra parte es de justicia, pues el piso que le he montado es un auténtico templo del vicio».
Página 114.
«En resumen, hemos llegado a la conclusion de que este tío es realmente gafe. Mañana, o sea hoy, echare sal por el suelo antes de barrer y todo dirigido hacia la calle, para limpiar las malas influencias y borrar su energía negativa».
Página 231.
«Son amigos suyos y acaban de llegar a España. O sea, que todavía no saben que éste es un país de canijos y que los poquísimos cachas que tenemos son como la antigua nobleza: todos van con la corona puesta y amarrada».
Página 294.
Empecemos diciendo claramente que Servicio completo no debe ser destino de lectores que busquen calidad literaria y que Sade o Bocaccio, o cualquier otro autor que haya escrito sobre sexo o sobre depravación sexual y moral nada tienen que ver con este «diario» sin pretensiones literarias. Estamos, supuestamente, ante un diario del dueño de un prostíbulo de chicos (y por lo tanto fundamentalmente homosexual) que relata los acontecimientos más notorios del burdel. Burdel totalmente contemporáneo, y por lo tanto sin el aroma histórico que podría haber vestido en algo a la obra.
Si el autor nos engaña o no, si lo que nos cuenta es obra de su invención o por el contrario constatación de la realidad, poco nos importa en definitiva, aunque por la falta de estructura, la desorganización de los datos, y la memoria para nombres y personajes que apenas aparecen durante dos o tres páginas para reaparecer veinte o cincuenta más adelante, todo parecería indicar que se trata de una plasmación sin filtro de hecho reales.
El vocabulario, aparte del argot del oficio, es realmente breve. Y las situaciones que se nos describen terminan por ser repetitivas en su contenido, incluso en su orden. La sucesión de escenas con prostitutos cayendo en la cocaína o en otro tipo de drogas, haciendo pequeñas trampas a clientes y empresario, o sufriendo de una clara ninfomanía acaba por resultar algo machacona, aunque realmente puede responder al famoso dicho castellano de que el hombre es el único animal que tropieza dos (o mil) veces en la misma piedra y que genio y figura hasta la sepultura.Es posible, también, que el autor haya puesto sus ojos en el mismo tipo de circunstancias que le llaman la atención, por ejemplo porque es la víctima de pequeñas raterias que le dificultan el negocio.
También nos encontramos con un autor que, curiosamente, tiene claros y consolidados prejuicios o ideas preconcebidas sobre las personas de cierta nacionalidad o de ciertas características como que sean «cachas» o «musculocas», como se las conoce a veces en el ambiente homosexual.
«Son amigos suyos y acaban de llegar a España. O sea, que todavía no saben que éste es un país de canijos y que los poquísimos cachas que tenemos son como la antigua nobleza: todos van con la corona puesta y amarrada».
Página 294.
Á‰l intenta argumentar que la practica le ha dado la razón en sus ideas, y siempre se cuida de decir que seguro que hay gente muy buena y honrada de esas nacionalidades o características pero que él no ha dado nunca con ellas.
Lo que resulta más llamativo es no encontrar ningún debate o reflexión explícito sobre la diferencia entre el amo y el sexo o la química o el deseo. Hay varios casos en que dos chicos de la «casa» se enamoran y abandonan el «redil» pues es norma del dueño prohibir los emparejamientos para evitar celos y conflictos. Y, sin excepción, ese amor que los une y los lleva juntos a Alemania, Valencia, Mallorca o Barcelona (pocos deciden quedarse en Madrid, curiosamente) no tardan gran cosa en separarse y volver pidiendo su antiguo puesto o plaza, en el prostíbulo. ¿Quieres el autor decir que no cree en el amor? Sin embargo él tiene una pareja estable, con quien comparte otros negocios. Puede ser que por el contrario sí crea en el amor pero no en la duración de la quimica del sexo. Tenemos que deducirlo o imaginarlo porque Rafa C. no lo desarrolla, no filosofa sobre su experiencia mundana en este aspecto de la vida a lo largo de las casi cuatrocientas páginas de anécdotas que nos «endosa».
Efectivamente eso es lo que nos encontramos aquí: cuatrocientas páginas de anécdotas, sin una historia que subyazca a eso, sin una finalidad moralizante o no, sin un objetivo claro más que contar encuentros sexuales agresivos, extraordinarios o poco comunes (¿quién podría decir raros en este contexto?). No hay intriga alguna en la obra, ni estructura, ni configuración de personajes porque no estamos ante una novela, ni ante ningún otro tipo de forma literaria, sino ante un catálogo de escenas picantes para lectroes poco exigentes que quizá puedan buscar momentos de auto-sugestión en un libro, en lugar de en una película pornográfica.
El contenido social, o el estudio de una realidad marginal de nuestra sociedad es mínimo, y se pierde una ocasión de profundizar más en el sórdido mundo de la venta del cuerpo humano, el oficio más antiguo del mundo, cuya labor «social» defiende el autor en poco más de tres párrafos, escudandose en la escasez de delitos sexuales que países que ofrecen estos servicios tienen frente a los puritanos estados norteamericanos. Quizá tenga algo de razón, lo que le falta, sin duda, es peso y argumentación.