Sociopolítica

Keynes, zorros e incendiarios ante la crisis

No existe el proclamado libre mercado, sino una tramposa intervención estatal a favor de la minoría rica y detrimento de la mayoría pobre.

¿Vuelve Keynes? Así parece, vista las intervenciones estatales y el recurso al déficit público. Si keynesianismo fuera olvidarse del déficit, Reagan fue keynesiano porque “nos enseñó que los déficits no importan”, según Dick Cheney. Y Reagan y Bush crearon más déficit que nadie. Pero no en beneficio de la mayoría. Un keynesianismo recomendable sería el propuesto por el sociólogo David Harvey: “La única opción económica es cambiar el débil keynesianismo del excesivo gasto militar por el keynesianismo fuerte volcado a programas sociales. Recortar a la mitad el presupuesto norteamericano de defensa sería muy útil”.

Y, pues se cita a Keynes, recordemos que denunció la falacia de que el desempleo desciende si bajan los salarios y demostró que, cuando bajan los salarios, se reduce la demanda global, desciende la actividad económica y aumenta el paro. Pues el pleno empleo se logra con inversión, pero la inversión privada no pretende crear empleo, porque la búsqueda del enriquecimiento personal no anhela crear empleos. Busca obtener máximo beneficio en el menor tiempo y con el menor empleo posible. Por eso la inversión debe socializarse, enseñaba Keynes.

Ahora, los dueños de bienes financieros y económicos necesitan dinero público en ingentes cantidades para salir del agujero que han creado. El Estado ha de salvar bancos y empresas, pero la propiedad debe quedar en sus privadas manos, pregonan.

A estas alturas de la crisis, y de todas las crisis habidas, es evidente que el mercado no regula nada. Como demuestra el último siglo, el mercado es incapaz de aportar estabilidad por tiempo prolongado a la economía mundial, no solo por la feroz desigualdad que genera, sino porque desequilibra periódicamente el tejido económico-financiero.

Nunca ha existido ese libre mercado proclamado, sino otro tramposo con intervención estatal a favor de la minoría rica y, cada vez con mayor frecuencia, en detrimento de la inmensa mayoría.

La nefasta experiencia de gobiernos neoliberales (Reagan y Bush en EEUU, Thatcher en Reino Unido, Pinochet en Chile, la dictadura militar en Argentina, Aznar en España…) muestra a gobiernos interviniendo con descaro en beneficio de la minoría rica. Robin Hood a la inversa: quitar a los pobres para dárselo a los ricos; despojar a la mayoría para proporcionárselo a la minoría. ¿Qué otra cosa ha sido la obscena política de privatización del patrimonio público que ha empobrecido por activa o pasiva a tantos ciudadanos de muchos países en los últimos veinte años?

Paul Krugman ha escrito que cuando Roosevelt preparaba su New Deal, dijo: «Hemos tenido que enfrentarnos a los tradicionales enemigos de la paz social: los monopolios empresariales y financieros, los especuladores, banqueros sin escrúpulos, los que promovieron los antagonismos, el secesionismo y quienes se enriquecieron a costa de la guerra». Ochenta años después, esa afirmación continúa atrozmente vigente.

La inmensa mayoría, que sufre la crisis, tiene enfrente a esos sujetos, esa clase reducida y privilegiada. Los zorros que depredan el gallinero, los incendiarios que han prendido esta inmensa hoguera. Y, sin embargo, incluso gobiernos que pretenden ser de izquierdas (el británico de Brown, el español de Zapatero…) lo primero que hacen es ayudar a manos llenas a los zorros y a los incendiarios. Tal vez creyéndose la amenaza de que si ellos se hunden, se hunde todo.

¿Para cuando las soluciones que tienen en cuenta a la inmensa mayoría, la formada por las machacadas clases medias, la clase obrera y el campesinado? ¿Para cuándo la intervención estatal con dinero público asumiendo el reto de conducir la economía desde lo público en beneficio de lo público?

El problema de zorros e incendiarios es que que sólo pretenden salvarse ellos, y además recuperar el escandaloso privilegio detentado. Son de tal calibre que ni siquiera están dispuestos a que algo cambie para que todo permanezca igual. En última instancia la cuestión no es si hay que aplicar políticas keynesianas (que pueden tener retranca y trampa) sino al servicio real de quién son las intervenciones de los estados. Y sobre qué valores se aplican y realizan.

Por fortuna, la crisis también acaba con cegueras, como ha hecho con el presidente del FMI, Strauss-Khan, quien ha convocado a acabar con la distribución de dividendos, reclamado dinamitar los paraísos fiscales y despedir a los ejecutivos de las instituciones financieras que han provocado la crisis. No todo está perdido.

Xavier Caño Tamayo

Periodista y escritor

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.