Recuerdo en mi infancia el carácter numinoso de multitud de experiencias que viví en aquellos años felices y que se grabaron a fuego en mi conciencia. Analizados ahora a mis 62 años parece que fueron meras anécdotas si las examino desde una perspectiva de razón ordinaria, pero no, conservan ese carácter numinoso, es decir mágico de las vivencias infantiles, aunque su contenido sea aparentemente ordinario.
Y es que en la infancia, la conciencia, que podemos definirla como esa luz interior por la que vivimos en la mente de forma intencional la realidad que nos rodea, sea tal vez diferente a la que tenemos al pasar los años. Por otra parte, ese carácter no solo mágico que hay en los objetos, en las palabras, en las mismas personas que rodean al niño, sea el que imprime en el ese tinte, ese carácter que incluso podemos llamar sagrado. Y es que para un niño las figuras paternas son como dioses, como seres supremos, y sus obras, sus palabras ejercen ya desde corta edad hasta podíamos decir la edad de la razón, esa influencia mágica que se le graba a fuego , ya éticamente esa influencia sea considerada como buena o desgraciadamente como mala.
Lo que nos dicen los padres lo elevamos en esas edades a categoría suprema e instalado en nuestro inconsciente, puede influir en la persona adulta a lo largo de toda su vida, aunque no lo apreciemos conscientemente. Tal vez sea durante los años maduros de nuestra vida cuando los recuerdos infantiles vuelven a nuestra memoria, y si los contemplamos con receptividad hacia ellos, dejando que ocupen de nuevo el plano de nuestra conciencia, podamos de nuevo volver a saborear en ese contenido aparentemente trivial de aquellas experiencias infantiles, ese candor, esa fuerza numinosa que ha influido en nuestra vida aun sin saberlo.
¡Como no podemos recordar aquellos años!, y me refiero a los que por suerte hemos tenido una infancia feliz, aunque no se puede descartar en nadie experiencias numinosas aun dentro de existencias infelices, pero como digo, como no recordar la agradable sorpresa del despertar y ver los regalos del día de Reyes que nuestros padres, abuelos, amorosamente facilitaron, al dejar junto a nuestros zapatos la comida y bebida para los Magos y sus camellos. Como no, volver a recordar con amor, aquellos cuidados maternales de nuestra propia madre o padre, pero también de nuestros abuelos, sobre todo aquella abuela que alternaba con la mamá la limpieza de nuestro culito, o las cucharadas de la papilla que nos daban junto con el cariño de sus besos y caricias.
Lo que nos decían nuestros padres iba a misa aunque no sea políticamente correcto hoy efectuar esta comparación. Pero es que como hemos dicho antes, ese carácter numinoso de estas experiencias de nuestra corta infancia, conservan un carácter de diafanía, de una tal transparencia y luminosidad que podemos comparar a lo sagrado. Tal es su fuerza intrínseca de estos engramas infantiles que nos vienen ahora como recuerdos, y que tanto han podido influir en nuestra vida, dirigiéndola hacia la realidad que hoy vivimos como adultos.
Todo nos ha influido: los personajes de los cuentos que nos relataban, los cromos con que jugábamos, los muñecos, los cuadernos de pinturas que coloreábamos, son y pueden seguir siendo numinosos, si sabemos aun hoy día recibirlos como niños en nuestra conciencia. Lo único que tenemos que hacer para volver a recibir aquellas prendas es “trasponernos”, relajarnos cerrando los ojos, inspirar profundo y “bajar” al interior de nuestra mente, queriendo con nuestra voluntad retroceder en el tiempo. Puede sorprendernos entonces ver uno y mil recuerdos visualizándose en nuestra conciencia, que volverá, si se tiene espíritu de niño, a saborear aquellos momentos, a recordar aquellas frases cuyos contenidos eran tomados al pie de la letra. Volveremos tal vez a sentir en nuestro rostro aquellas caricias maternales-paternales, aquel estremecimiento encantador del bigote de nuestro padre o de los suaves labios de nuestra madre al besarnos.
Y no solo disfrutaremos la relación con los padres o la familia más cercana que hayamos tenido, sino también las experiencias con el mundo exterior, en la escuela o parvulario en relación con otros niños, con los maestros, con las cosas, con los objetos que nos rodeaban, aunque con la razón pensemos que no eran más que trastadas. Todo puede expresar para el niño ese carácter numinoso, sacral, trascendente. Y es que para los ojos limpios del niño pequeño, todo tiene, aun lo ordinario ese carácter luminoso, misterioso y a la vez superior que aunque pueda inspirar temor produce también reverencia. Y cuando de adultos abrimos nuestra conciencia a esos recuerdos, a esas vivencias guardadas en lo más profundo del alma, cuando somos receptivos a ellas es cuando sabemos mirarlas de nuevo con los ojos limpios que mira el niño. Ese niño, todos lo llevamos dentro, lo llamemos desde la psicología profunda”Ser Esencial” o ángel de la guarda. Cuando nos hacemos como ellos es cuando volvemos a sentir la nostalgia amorosa de aquellos momentos, de aquellas experiencias irrepetibles que tanto han marcado nuestra vida aun sin saberlo, y que en virtud de la magia que poseen, son capaces de nuevo de subir a nuestra conciencia y anhelar aquellos dulces tiempos. Son como un germen de trascendencia que todos llevamos dentro. Y es que viene a ser como aquel Jesús cuando nos dijo en su Evangelio: “Si no os hacéis como niños no podéis entrar en el Reino de los Cielos” Mt.18-3. Es decir no solo disfrutar de la trascendencia futura, sino de la sencillez amorosa inmanente del niño, de su mirada limpia de asombro ante lo que le rodea que se graba a fuego en su corazón. Por ello el carácter numinoso tiene esa fuerza vital porque nace de la sencillez, de la capacidad de asombro del niño. Ello le permite seguir cosechando en su interior gérmenes de vida fuerte y saludable, podíamos decir hasta beatífica, conectada con el Ser Supremo que se encuentra no solo en su corazón sino presente también en el mundo que le rodea. El misterio es saber verlo bajo la apariencia de las cosas. Pero ¿Qué pasa cundo crecemos, cuando el poder de lo que llamamos razón del mundo se impone en el niño?.. Qué ese mundo mágico, limpio, trascendente se va difuminando, nublando, dando lugar al sabor agridulce de experiencias que pueden conducirnos progresivamente a la amargura, a la impotencia y al fracaso de adultos.
Lo que va gestando las experiencias numinosas del niño es esa conciencia sencilla, asombrada y abierta al Mundo. Las experiencias rodeadas de ese asombro, de esa magia que todo lo creado lleva consigo, van siendo asimiladas por el niño, grabadas plásticamente en su cerebro, de tal manera que allí perduran y ejercen influencia en el sujeto, en su proceso madurativo. Mas tarde pueden ser evocadas, volviéndose a experimentar esa magia, esa luminosidad con que fueron grabadas. En esa evocación puede aparecer nostalgia y amor.
En el ejercicio de ese recuerdo la persona puede descubrir que nunca ha estado solo, que una presencia muchas veces ignorada pero presente siempre ha ido dirigiendo los hilos de su vida, y es la que ahora le abre a los recuerdos, descubriendo en ellos su propia identidad. Esa presencia en su conciencia, puede ser llamada “Ser Esencial”, lo mas auténtico de nosotros, lo más íntimo, nuestra misma “mismidad”, conectada con la Divinidad.
Por ello amigos, volvamos aunque sea por algunos instantes a aquellos tiempos donde el vivir era soñar, el sentir el calor y la devoción de aquellos brazos amorosos que mecían nuestra cuna.
Perdón si para algún lector el recuerdo de su infancia le trae dolorosos recuerdos, aun con todo piense que nunca se ha encontrado solo, qué su Ser Esencial estaba siempre con él como permanece ahora. Lo importante es saber verlo con la transparencia y el asombro de su niño interior.