– Maestro, – le dijo un día Ting Chang mientras paseaban por la ribera del río -, en muchas ocasiones te refieres a las ocurrencias del Mulá Nasrudín para despertar la naturaleza original de tus oyentes. Pero ¿quién era en realidad este Mulá? ¿Ha existido?
– Yo creo que es imposible que haya existido un Maestro que fuera a la vez cortesano con Tamerlán, médico, juez, mendigo, sabio e idiota.
– Entonces, ¿es un personaje creado por los maestros sufís para desconcertar a los discípulos con sus paradojas?
– Así parece ser pues, con sus contradicciones, simplezas y aparentes estupideces, trata de romper los hábitos tan racionales y esquemáticos de la mente.
– Pero se encuentra en muy diferentes culturas, – continuó el médico afable-, y no parece haber continuidad entre ellas.
– Sí, entre los otomanos, en Turquía, lo presentan como un personaje de la Corte, que trata con familiaridad al gran emperador Tamerlán. En el folclore árabe se le conoce como Joha y aquí en China es fácil descubrirlo bajo el héroe local, Afanti, con sus salidas.
– Y en algunos estados de Asia Central,- intervino Sergei -, su efigie ecuestre preside muchas plazas ¿Por qué en todas partes le dan tanta importancia a su asno?
– ¿Es que hay algo más opuesto a la imagen de un sabio y de un maestro que un asno? Porque sin duda, Nasrudín era un maestro. Es decir, se utilizaba su personaje para ayudar a la humanidad a zafarse del condicionamiento, de actuar como autómatas, como máquinas.
– Es la rémora occidental del maquinismo, del mecanicismo.
– ¿Qué es eso?, -preguntó Sergei.
– Una teoría que sostiene que los hombres no son más que meras máquinas y que reaccionan como tales ante los estímulos, -respondió sonriente el Maestro-.
– ¿Qué otra alternativa queda? – insistió la liebre de las estepas dirigiéndose al médico Ting-.
– Hombre, la visión holística, contemplar al ser humano como un todo interrelacionado con sus semejantes y con la naturaleza en todas sus manifestaciones. De ahí que más que enfermedades existen enfermos y como a tales tenemos que tratarlos.
– Ya veo. Pero por qué sus incongruencias, sus sutilezas y hasta sus burradas tan distantes de los koan del Zen.
– No de todas las escuelas Zen, sino de la Rinzai, apuntó el Maestro. En la escuela Soto no se utilizan koans sino vivir la realidad en el día a día y en cada momento. ¡Todo es Zen!- dijo el Maestro-.
– ¡Cómo nosotros en el Tao!
– Bueno, algo del Tao chino milenario con influencias del budismo y su adaptación a la mentalidad japonesa con el shintoismo y otras tradiciones.
– En el fondo, apuntó Ting Chang, algo así aparece en los dichos de Nasrudín: «Si supiera cuántas son dos y dos, respondería ¡cuatro!»
– ¿Acaso no lo son?
– Bueno, podrían ser 22, o cero. O la confirmación de que es absurdo plantearse la pregunta porque confiesas que ya lo sabes. ¡Cómo la vida misma!, – concluyó el Maestro-.
– ¡Otra, por favor! – pidió Sergei.
– «Si sobrevivo a esta vida sin morirme, me sorprenderé» u otra, para terminar Sergei, Nasrudín siempre andaba corto de dinero y montó un tenderete en el mercado con un letrero que decía «Se contestan dos preguntas sobre cualquier tema por 10 monedas». Un hombre tenía dos preguntas muy urgentes que hacerle y entregó sus monedas de plata mientras decía – «Diez monedas por dos respuestas es algo caro ¿no cree?» – «Sí, -respondió Nasrudín-, ¿la otra pregunta, por favor?»
– ¡Qué morro!
J. C. Gª Fajardo