EL CRISOL – Pascual Mogica Costa
Acabo de leer un artículo de opinión publicado en el periódico Información de Alicante, que se refiere a la trama de corrupción que está investigando el juez Garzón y en la cual se encuentra presuntamente implicado del presidente de la Generalitat Valenciana, Francesc Camps. Hay una frase en dicho artículo que quiero destacar y que dice así: “Garzón quiere hacernos creer que Camps pone en juego su prestigio personal por unos trajes de gama media-baja”. Por cierto, Camps dijo no saber nada de los trajes para posteriormente reconocer que había devuelto cuatro. Sabido es que se plantea en la investigación de Garzón el supuesto pago por una de las empresas involucradas de 30.000 euros en trajes para Camps. Para mi, en modo alguno resulta determinante y menos como prueba de inocencia, el hecho del valor material o la calidad del producto objeto de la comisión de un acto irregular, lo importante, lo que cuenta, es el hecho.
Como ejemplo voy a citar un artículo de Fernando G. Delgado, publicado en el diario antes citado el 20 de marzo de 1999. Su título era “Consecuencias de la ropa” y dice lo siguiente: “Si eres un hombre fino y de buen vestir y te vas a Londres de compras puedes incurrir en cualquiera de las tentaciones que acechan a los amantes de las sábanas de hilo y los pijamas de seda: llevártelos de un modo u otro. Si además te dedicas a la política, ganas poco porque eres decente y te dejas seducir por uno de esos santuarios de la ropa, tan acogedores en su disposición y en su ámbito y tan eficaces en el reclamo de la compra, es posible que por falta de medios caigas en una peligrosa indisposición anímica o te entre un arrebato y decidas guardarte la prenda sin pagar. En este último trance, reconocida la carencia para comprar el pijama objeto del deseo, es preferible que lo robes a que tu indisposición anímica te frustre. Esto le ocurrió al hoy líder canario de los populares, José Manuel Bravo de Laguna. Y tuvo el mérito añadido de que se tratara de un conservador que robaba a otro: la izquierda no suele tener grandes almacenes. El problema llegó cuando le descubrieron e hicieron de este hombre afable blanco cruel de reproche y menoscabo. Hasta tal punto llegó la miseria, la falta de indulgencia con la debilidad estética, que toda una tarea de abnegación política se olvidó y al parlamentario en cuestión pasó a conocérsele como el del pijama. Pero hay que recordar que la pequeña sustracción no hubiera sido reconocida si en el político en cuestión no hubiera aparecido el otro, sacando pecho y carnets y diciendo: “No sabe usted quien soy yo”. Hasta aquí el artículo de Fernando G. Delgado. Yo creo que una vez que uno se da cuenta de lo que somos capaces de hacer los humanos, considero, con todos mis respetos hacia el autor del artículo sobre Camps, que por supuesto está en su derecho de manifestarse como mejor considere, que no se puede descartar un hecho irregular por que la calidad de una prenda sea más o menos mejor, creo que eso no es argumento suficiente para dejar libre de sospecha a nadie.