Eungenio d’Ors cifraba la esencia y función del periodismo en aquel famoso lema: de la anécdota a la categoría. El periodismo -sobre todo el de opinión, el artículo periodístico- parte con frecuencia de un hecho que puede ser pequeño y hasta trivial. Y, a partir de ahí, se profundiza, se enriquece esta material con la labor de pensamiento crítico y la habilidad de la auténtica retórica. Así lo han hecho todos los maestros en este no fácil ejercicio verbal, desde Pla, Camba y Pemán, hasta Umbral y Alcántara. El buen periodismo se convierte, en esta guisa, en la constatación de una evidencia: toda realidad, mirada en profundidad, tiene suficiente riqueza como para conducirnos al asombro y suscitar el pensamiento. Léase, como ejemplo clasico, el ensayo en el que Ortega comienza con la consideración del simple marco de un cuadro y va extendiendo las ondas de su pensamiento hasta llegar a una teoría general del hecho estético.
Pues bien, vistos todos estos usos y costumbres del viejo periodismo, que toca y se confunde con el ensayo, hay que decir, cuando uno se asoma melancólicamente a esa cámara de los horrores en que se han convertido algunos medios (sobre todo, audiovisuales), que parece que ese lema dorsiano se ha puesto cabeza abajo. Ahora, hay que ir de la categoría a la anécdota. Cualquier tema general, cualquier abstracción, cualquier idea que tenga un poco de complejidad o profundidad, se despeña enseguida por una pendiente fatal que lo conduce a lo banal, a lo pobremente anecdótico, cuando no al cotilleo malsano, al chisme de la peor catadura. Una reflexión –se me ocurre este ejemplo- sobre la marcha de la cultura en España puede derivar en una pesquisa sobre el color de los zapatos de la ministra. Una mirada sobre el cine actual terminará en la indagación del último ligue de tal o cual actriz. Cualquier consideración ideológica, cultural o histórica acabará en la charla sobre bolsos, yates, vacaciones, cambios de parejas o -un nuevo tema que da mucho de sí- entradas y salidas a la cárcel. Programas que antes solían estar copados por contenidos generales (política, cultura, economía) ahora se recrean en hechos morbosos (asesinatos, raptos, accidentes), que en tiempos no muy lejanos solían estar acotados en una prensa especializada y ocupaban un segundo plano en la relevancia informativa.
La curiosidad intelectual es sustituida por el malsano apetito de novedades del fisgoneo cotilla. Los argumentos razonados dejan su lugar a los aspavientos y gritos de personas ayunas de formación. Parece que a nadie le interesan las categorías generales, las ideas que pueden iluminar nuestra comprensión del mundo y orientarnos en el devenir histórico. Y que lo único que tiene interés es el caleidoscopio de mil hechos nimios, insignificantes en sí mismos; hechos que ofrecen un estímulo inmediato, pero que son incapaces de ir más allá y suscitar una nueva perspectiva al pensamiento, un nuevo dato a nuestro arsenal cognitivo.
De la categoría a la anécdota: he aquí el lema de una parte del nuevo periodismo. Como un moderno rey Midas transformado, todo lo que toca lo convierte en banal.