La pedagogía del 15-M
Si el movimiento del 15-M no se hubiera producido, habríamos debido suponer que nuestro país estaba peor de lo que creíamos. Si ante la ofensiva de recortes a la democracia y la prepotencia de esos capitales financieros que han asumido el control de la economía, la gente joven hubiera aceptado resignadamente la situación, habría que abandonar toda esperanza.
Pero se trata de saber ahora si ese movimiento tiene un efecto transformador en la sociedad española o si se limita a un desahogo pasajero cuyos resultados se diluyen en movilizaciones más o menos pintorescas. No han faltado opiniones en este último sentido, no solo desde la derecha sino desde cierta izquierda que desconfía de algaradas y manifestaciones. Según estos críticos, los movimientos populares que no se integran en instituciones como partidos o sindicatos están condenados a la inoperancia y a una pronta desaparición.
Lo primero que hay que comprender es la complejidad que implica un movimiento como el 15-M, que carece de una dirección centralizada y en el cual confluyen sectores de distintos partidos políticos, jóvenes preocupados por su futuro laboral, abuelos indignados, militantes antisistema, intelectuales críticos, ciudadanos en paro y gente que se asoma por primera vez a la política. Las propuestas que han surgido desde sus filas muestran esta diversidad: desde consignas claramente anarquistas hasta razonables sugerencias sobre el funcionamiento de las instituciones democráticas, pasando por aspiraciones que rozan la utopía.
Muchas críticas al 15-M le pedían que presentara propuestas articuladas y factibles con los pasos concretos para realizarlos. Todo ello sin comprender que tal tarea es propia de los partidos. Los dirigentes que hablan de “escuchar las necesidades del pueblo y recoger sus aspiraciones” hubieran podido encontrar en el movimiento un abundante material de reflexión. Por ejemplo: es verdad que del movimiento surgieron algunas voces contrarias a la democracia parlamentaria, pero no fueron las únicas ni las mayoritarias. Por el contrario, una de las primeras reivindicaciones que se plantearon fue una reforma de la ley electoral que permitiera la representación proporcional en el Congreso y las listas abiertas, propuestas que si se hubieran aceptado en su momento quizás nos hubieran librado de la agobiante mayoría absoluta que soportamos. De hecho, sus principales propuestas concretas no han sido asumidas por los partidos mayoritarios, como la dación en pago, la banca pública o la reforma fiscal.
Queda la pregunta acerca de su capacidad para influir en el curso de la vida política y social. Creo que sus resultados son ante todo pedagógicos. Mucha gente, sobre todo gente joven, dedicó por primera vez en su vida una parte importante de sus energías a discutir sobre la vida política y social, a recoger información que nunca le había interesado, a compartir puntos de vista con otros jóvenes, incluso de fuera de España, a organizar una asamblea o una acampada. Y esos jóvenes, pasada la euforia inicial, vuelven a sus lugares de estudio y de trabajo, a sus casas y al grupo de sus amigos con algunos cambios en su cabeza: si estos cambios son capaces de producir algún efecto en la vida personal y social de los participantes, dependerá de cada caso. Pero estadísticamente se puede esperar que un grupo numeroso de jóvenes que han pasado por ese aprendizaje hayan comprendido que la política importa, que la realidad que están viviendo no es la única posible y que hay muchas personas que pretenden lo mismo que ellos. Esos cambios pueden ser importantes en el futuro.
Uno de los aspectos originales del 15-M, que lo diferencia de otros movimientos similares como el mayo del 68 francés, consiste en la participación de gente de todas las edades. Desde la publicación del librito de Stephan Hessel, que fue uno de los detonantes del movimiento, el 15 M ha logrado interesar a sectores muy distintos de la sociedad. Y ha conseguido también una cierta simpatía de grupos de población muy alejados de cualquier movilización callejera, sobre todo gracias a haber mantenido su carácter de protesta pacífica, apenas empañada por algunos pequeños grupos. La violencia, en cualquiera de sus formas, además de ser inútil asegura el aislamiento social de quienes la ejercen, al menos en nuestra situación actual.
Creo que este movimiento puede dejar un poso significativo siempre que logre evitar el vicio secular de la izquierda: el sectarismo, las luchas internas por parcelas de poder que ya han comenzado a manifestarse en su seno. Todos los cambios históricos importantes han sido precedidos por una lenta transformación de la opinión pública, que deja de mirar como naturales e inevitables las estructuras de la sociedad en la que viven y comienzan a aspirar a un escenario distinto. Y en este momento, en que el sistema democrático ha sido parcialmente sustituido por el gobierno de anónimos financieros que deciden sobre nuestro sistema sanitario y educativo y llegan a modificar nuestra Constitución para adecuarla a su ideología, es importante que la opinión pública comprenda que esta situación no es la única posible y que existen recursos para recuperar el control de nuestra vida pública. Si este cambio será posible y si el 15-M ha contribuido modestamente a ello, lo veremos en el futuro.
Augusto Kapplenbach
Escritor y filósofo