“Mire usted, estoy ya tan asqueao de todo lo relacionado con los bancos, de quienes manejan los bancos y de los que trabajan en los bancos –que la mayoría actúa como si fueran suyos- que no les voy a pedir ni el preceptivo libro de reclamaciones que deben tener por haberme cobrado un par de euros de comisión al hacer un ingreso en una cuenta de su entidad y siendo el titular de la misma un familiar de un servidor. Quédese con los dos euros y échelos al bote, que ésa será la triste limosna que tendrán para repartirse a final de mes, so cagaos”… No me pude resistir, y de esta manera le escupí al pobrecito iluso del cajero la rabia que me entró por tan singular atraco que parece se va extendiendo por las distintas entidades bancarias de este país, en el que la verdadera marca es el mangoneo de guante blanco. Eso sí, todo bajo la orden sin discusión del afamado Banco de España.
Después me vine todo el camino –andando, que para eso está uno en la cuesta abajo en la rodada, que dice el tango- echando pestes en voz un tanto alta por tamaña tropelía. Algunos me tomarían por un recién escapao de Miraflores, pero eso me importaba poco. Yo estaba ejerciendo la aspiración a la que tenemos derecho todos los “ciudadanos de a pie”: la de la queja por lo bajini; es decir, nada de nada y además expuesto a un “yuyu” por “la caló” que caía sobre el asfalto macareno. Menos mal que me refugié en la librería de un amigo, lo puse en antecedentes del “detalle” bancario y le dije que si tenía por ahí Esquizofrenia y presión social de Ronald D. Laing. No se extrañó en absoluto de lo que le pedía. Y además tuve suerte, porque en el rinconcito de una estantería que hacía ele con otra lucía con sus pastas de plata y ocho taladros amarillos el librillo de marras.
Y es que con esto de los dos euros se me vino rápidamente a la cabeza lo de la presión social y su repercusión sobre el individuo, sobre la persona, sobre el ser humano… ¡Cuántos latigazos sobre las espaldas de los currantes de verdad, desde que el mundo es mundo! ¡Cuánta sinrazón en todos aquellos que con gesto altivo y vara de mando se emplean a fondo con los desheredados de la fortuna, y ello en nombre de la poderosa razón!… Pero se aprietan tanto las tuercas, que un momento determinado la maquinaria se obstruye y deja de funcionar. Leí el otro día que el sistema capitalista estaba en la fase de su agonía, casi a punto de expirar… No sé, no sé. Lo cierto es que si estos dos euros que por imperativo legal hay que depositar en los cepillos de los bancos –cada vez que se hace un ingreso y no eres el titular de la cuenta- es una leve señal, los doy por bien empleados, mire por donde.