El libro uruguayo de los muertos. Mario Bellatin. Sextopiso.
«Creo que, como bien sabes, una de las características de mi escritura es precisamente no tener una conciencia clara de los proyectos que esté por llevar a cabo. De alguna manera dejo que las palabras fluyan y que sean ellas las que marquen los límites y rumbos de los textos».
Página 97.
«Con tal idea ya había construido una casa portátil para homeless, un urinario con agujeros para quienes tenían la necesidad irrefrenable de sostener sexo clandestino, y una caja de madera de cuerpo entero, dotada de música y luces de diferentes colores, donde las personas podían ingresar para escapar del mundo cotidiano»
Página 161.
«El libro uruguayo de los muertos» no es una obra fácil de leer. Ni siquiera de clasificar. Lo cual ya es algo prometedor por sí mismo. No podría asegurar que estemos frente a una novela (no creo que pueda hablarse de planteamiento, nudo y desenlace; ni de linealidad, ni de personajes); pero no es un ensayo, no queda claro hasta qué punto podría considerarse una obra degeneradamente autobiográfica, y no está exento de metáforas y símbolos líricos.
En ocasiones da la sensación de que, quien escribe, sufre una especie de suave esquizofrenia que le hace confundir el tiempo y el espacio y saltar de un tema a otro, y dejarlos siempre sin cerrar (como la vida misma). Los temas que se abordan son, de hecho, múltiples, y no siempre parecen relacionado salvo a través del propio autor.
El protagonista, que parece escribir para alguien con quien apenas ha estado unas horas nos cuenta sus problemas de salud, los diversos tratamientos y pastillas que toma (que son muy caros y de los que uno llega a pensar que son los responsables de un cierto punto de enajenación); de sus numerosísimos e imposibles viajes para dar conferencias, estudiar a potenciales personajes de sus libros; de las figuras extrañas, antiguas y en ruinas, además de ilegales, que ve en Cuba; de una extraña niñez en el seno de una familia llena de deformidades físicas y psíquicas; de sus muchos perros; o de su relación con la Literatura y las fotografías.
El libro se acompaña de un pequeño cuaderno con algunas fotografías que de alguna forma se citan en el texto o podrían ilustrarlo. El autor nos habla de su satisfacción cada vez menor con su quehacer literario y cada vez mayor con el fotográfico.
«Qué pesado es el lenguaje, que casi siempre impide decir lo que se desea expresar».
Página 216.
No obstante podría decirse que la muerte es un tema permanentemente presente en la obra, de igual forma que lo es en la vida, marcando su final pero también su desarrollo, con el miedo al desconocido después. La muerte, y en ocasiones una mención a la sexualidad (y a la homosexualidad más o menos latente), marcan de vez en cuando el tiempo, para que no se nos olvide que siempre está presente, que uno puede intentar ignorarla, pero su presencia es imborrable.
«No creo que exista en ningún rito una imagen más aterradora que la de la Santa Muerte. Un esqueleto desprovisto por completo de los rasgos de humor negro que poseen las tradicionales calaveras con las que se celebra el Día de Muertos, vestido generalmente como novia, como princesa de cuento de hadas o sentada en la cátedra -el sillón- donde acostumbra apoltronarse el Papa. Dentro suyo convoca un sincretismo que va desde lo precolombino hasta las actuales leyes de mercado. Te doy para que me des puede ser una de sus premisas cuando alguien decide arrojarse encima la responsabilidad de pertenecer en lo que se está involucrando».
Páginas 34 y 35.
«Es muy extraño cómo durante un mismo día puedes urdir tu suicidio y dos horas después te encuentras planificando una fiesta».
Página 126.
«Precisamente estoy redactando un pequeño texto sobre el cuerpo y el vestido, e imagino el papel o fibra convertidos en carne muerta y en una misma sustancia.
Puede que ése sea precisamente el punto de ser sufí: el hecho de mantener nuestros cuerpos de alguna manera inalterados esperando la resurrección».
Página 174.
En definitiva, una obra sorprendente, que el lector debe atacar con la mente abierta, o más bien esperar su ataque múltiple y desordenado, o aparentemente desordenado, para no sucumbir al prejuicio de buscar un inicio, un nudo, un final que explique o ponga sentido a lo anterior. El sentido subyace, pero es como el de la propia existencia, múltiple, disperso, intenso y a veces aparentemente loco. Al autor no le tiembla la pluma ni tiene pelos en la lengua y desconoce la expresión “políticamente” correcto. Y si la conoce es para saltársela continuamente con la audacia de su texto.